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Reconciliación nacional?

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Hace años que se propone en Puerto Rico un proceso de reconciliación nacional. Hace años me pregunto si los proponentes hablamos de lo mismo o si ni siquiera en la definición de ese concepto nos ponemos de acuerdo y por eso no avanza la propuesta.

La primera vez que participé en un diálogo serio de reconciliación nacional fue unas tres décadas atrás y la propuesta provenía de un grupo en el que se destacaban religiosos de izquierda –tanto de la facción de la teología de la liberación de la iglesia católica como de la facción revolucionaria de la iglesia evangélica. Era el siglo pasado y la debacle social ya estaba ahí. Apostábamos a detenerla. No se dio.

La última vez que atendí a una propuesta de reconciliación nacional para mi país fue en una mesa de trabajo con el conciliador sudafricano Ivor Jenkins. Hizo unas preguntas que me pusieron a pensar si entendíamos el concepto.

Entre ambos eventos he participado en decenas de conversaciones sobre el tema. Unas con más ganas y determinación de sus participantes que otras. Todas bien intencionadas. Participo siempre en ellas con la misma ilusión. Pero siempre también me quedo con la impresión de que nos hablamos a nosotros mismos de un proceso que no madura por más que tratemos. De que los únicos que nos queremos reconciliar somos los reconciliados. Los que ya estamos claros en que la igualdad, la tolerancia y el diálogo son elementos básicos de cualquier relación para que funcione. Los que estamos empeñados en forjar ese otro concepto que ya manoseamos hasta gastarle el sentido: un proyecto de país. Y eso no es.

No pretendo aguarle la fiesta a los proponentes de tan digno proceso. Lo que me gustaría es que lo pusiéramos en perspectiva para procurarlo desde posibilidades genuinas si realmente es lo que necesitamos. A ver si de veras es posible que se diseñe una propuesta concreta y se intente.

Ciertamente los puertorriqueños debemos reconocer que estamos divididos hasta la insensatez. Reconciliarse en nuestro caso equivale a recuperar la capacidad de concebirnos como socios de un mismo equipo para una nueva versión de sociedad.

En otros pueblos la reconciliación nacional ha sido la respuesta a conflictos de guerras concretas y/o regímenes de violencia y totalitarismo. Sociedades que tras heridas profundas en su tejido social buscan nuevos pactos de convivencia. Los experimentos de reconciliación nacional han sido diferentes como diferentes son los países que lo han intentado o lo intentan.

El término lo usó por primera vez el Partido Comunista Español en 1959 como un cambio de estrategia de las guerrillas que mantenían contra el régimen de Francisco Franco a pesar de que los nacionalistas de Franco habían ganado la Guerra Civil veinte años antes. Todos sabemos que hubo de morir Franco en el 1975 para que se iniciara un proceso que ya no se llamo reconciliación sino Transición hacia la democracia para unir las dos Españas. Todavía se debate si el proceso fue satisfactorio o sencillamente cayó en el hoyo negro de la desmemoria colectiva, transitando España a lo que es hoy por puro camino al andar. A más de tres décadas de morir Franco de vez en cuando alguien recuerda y derriba otra estatua del dictador que todavía quedan sueltas por el país.

El experimento de reconciliación nacional sudafricano ante el Apartheid dista mucho de parecerse a los que se han propuesto en Chile tras Pinochet o en Colombia con las FARC. El de Perú para descubrir ‘la verdad’ del conflicto armado entre el 1980 y el 2000 en que ese pueblo se vio abatido por las confrontaciones de Sendero Luminoso, el movimiento Túpac Amaru y el terrorismo de estado ha sido más complicado y confuso todavía.

Cada uno de ellos tienen en común la misma raíz: el reconocimiento de la necesidad de una reconciliación nacional.

En nuestro caso, qué es lo que tenemos que reconciliar? Quién es la víctima y quién el victimario? Quién tiene que pedir perdón y quién perdonar? Porque para eso son los procesos de reconciliación. Para reconciliarse de una separación provocada por una ofensa y daños a una o ambas partes. Esa reconciliación lo primero que conlleva es reconocer y aceptar el daño. Conlleva una disculpa y un perdón. Entonces se produce el proceso premeditado de reconciliación para recuperar la unidad y la solidaridad que se han extraviado.

En nuestro caso no hay guerras civiles declaradas ni guerrillas tradicionales, no hay Pinochets ni FARC. A nosotros lo que nos divide es una polarización extrema, un partidismo político nauseabundo, una crisis social y económica provocada por el abuso de poder, la codicia y la corrupción, una violencia implacable, una insolidaridad brutal y una decadencia educativa cada día más evidente. Y el estatus. El tribalismo en torno al estatus. La ignorancia en torno al estatus. El engaño en torno al estatus.

Es ahí donde nos empantanamos. Hay propósito de enmienda? Hay entre quienes mediar?Hay reconocimiento del daño entre los que deberían sentarse a la mesa para tratar de echar el país hacia adelante por encima de sus diferencias? Quiénes se reconocen y se sientan a la mesa? Quién asume la responsabilidad del primer paso?

Cualquier proceso de reconciliación nacional conlleva un profundo proceso de mediación. Quién media? Obviamente tendríamos que importar mediadores porque entre nosotros mismos no nos pondremos nunca de acuerdo en uno, mucho menos en varios.

No creo yo que la iglesia, ninguna iglesia, conserve la credibilidad y la confianza pública necesaria para convocar y proponerse como mediadora.

La ‘sociedad civil’ que identificamos tiene también su propio problema de credibilidad. Siempre tienden a ser los mismos líderes sectoriales con las mismas diferencias entre ellos y a la larga, y muchas veces sin querer, producen una sensación de querer imponer una ideología sobre el resto del país. Por lo menos, así lo percibe el sector del país que es precisamente el que debía beneficiarse de una reconciliación nacional. La víctima.

Porque sí hay una victima y un victimario en nuestro conflicto, claro que sí. El problema es que la víctima se niega a reconocerse como tal y el victimario también.

Demasiada ideología envuelta a ambos extremos donde la realidad queda empañada por la causa de las tribus. La víctima de la pobreza, la violencia, la educación fracasada, la codicia y el consumismo enajenante no se reconoce ni reconoce a sus victimarios.

Recientemente el colega Benjamín Torres Gotay escribió uno de sus acertados ensayos sobre la capacidad que tenemos para insultarnos y menospreciarnos a nosotros mismos sin reconocer que somos víctimas de una campaña concertada. Ni los intelectuales se salvan de esa epidemia. La pugna por el Instituto de Cultura nos ha puesto en evidencia. El lenguaje soez cuando es culto es el más cruel y feroz. El más violento. Muchos intelectuales respetables se han vuelto parte del odio que nos une.

En un libro reciente de Norma Rodríguez Roldan (Pobreza en Puerto Rico, Publicaciones Puertorriqueñas, 2014) hay un capítulo completo dedicado a estudiar el fenómeno de la negación del puertorriqueño empobrecido a aceptarse como tal. Un alta proporción de la clase empobrecida no se reconoce como tal. Prefiere pensar que hay otra más fastidiada que le coloca en un escalón más arriba. La mayoría de la gente empobrecida se piensa de clase media en una total negación de su realidad.

Del otro lado es la misma historia. Nadie se reconoce como victimario. Nadie es responsable del abuso, de la corrupción y de la violencia. Nadie es responsable de las políticas públicas fracasadas, de la crisis económica, ni la entrega del país a la avaricia del capitalismo salvaje y a un imperio que no quiere dejar de serlo. Nadie asume responsabilidad por la colonia.

Entonces, a quién reconciliamos? Quién se quiere reconciliar?

Regreso a mi planteamiento inicial. Creo que los únicos que reconocemos la necesidad de una reconciliación nacional somos los reconciliados.

*La autora es periodista. Tomado de 80 Grados.

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