La pregunta la hizo el científico puertorriqueño Roy Armstrong: «Si vamos a ignorar la reserva natural La Parguera, ¿para qué tenerla?», considerando la invasión de embarcaciones de cada fin de semana, el exceso de ruido, la muerte de manatíes, la pérdida del 50% de la cobertura viva del coral, la falta de vigilancia y un plan de manejo que data de los años ’80, pero que no se implementa por parte del DRNA.
Es larga la lista de abusos contra esta reserva natural establecida en septiembre de 1979 y que es considerada la más importante de arrecifes de coral en Puerto Rico, aunque hoy poco y nada importa eso a la luz de los antecedentes entregados por el también catedrático y director asociado del Departamento de Ciencias Marinas (DCM) del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM) de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Armstrong está preocupado por los manglares, las hierbas marinas y los corales, tres ecosistemas «íntimamente ligados» y que están siendo gravemente afectados por la «descontrolada» actividad humana, y la falta de fiscalización del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), que «no hace nada» por evitar, por ejemplo, las fiestas en los cayos.
No es nueva la denuncia, pero sí lo que se está experimentando bajo el agua debido a la proliferación masiva de guarderías para cientos de embarcaciones que no dan tiempo de recuperarse a estos ecosistemas, porque lo que antes ocurría en Semana Santa, algunos días de julio y en Acción de Gracias «ahora sucede todos los fines de semana y no me explico cómo el DRNA y el municipio (de Lajas) no hacen nada», afirma el investigador a NotiCel.
«Son una gran cantidad de embarcaciones, con ruido excesivo… Se convocan a actividades musicales en los cayos que impactan el arrecife», denuncia el profesor, quien pide una moratoria a las guarderías y que se limite el acceso de lanchas a la reserva natural, como sucede en otros países (como Estados Unidos), en los que se establece un número determinado de boyas para las botes que naveguen a estos «sistemas sensibles que tienen una capacidad de carga límite».
«Ante el atropello del hombre, limitar el acceso es lo ideal, pero no hay vigilancia del DRNA. Pueden estar las boyas, pero llegan cientos de lanchas. No hay vigilancia y el plan de manejo no se cumple. ¿Para qué tener la reserva si no se protege, no se implantan las leyes y no se vigila?», cuestionó y recordó que la reserva natural se recuperó durante la pandemia -estaba prohibida la aglomeración de embarcaciones-, «pero ahora el atropello es constante y así no hay manera de que pueda sobrevivir».
El catedrático, director del DCM y especialista de arrecifes coralinos, Ernesto Weil, ofreció un panorama tétrico de la situación en la reserva: «Los arrecifes de coral, las praderas de hierbas marinas y los manglares de la reserva natural muestran un deterioro acelerado, consecuencia de una combinación letal entre el calentamiento global y las actividades humanas descontroladas».
Alertó que el número de embarcaciones que se anclan sobre las praderas de hierbas marinas, el pisoteo por personas caminando y el daño físico producido por las hélices de los motores, excede significativamente la resistencia (capacidad de carga) a disturbios de estos hábitats, los cuales muestran actualmente un deterioro progresivo en su estructura y biodiversidad, perdiendo los beneficios ecológicos que proveen a la reserva y a los seres humanos.
«En los últimos 15 años, por ejemplo, la degradación sistemática de los arrecifes de coral de la reserva natural ha resultado en una pérdida de más del 50% en la cobertura viva de coral. Recuperar esto va a tomar cientos o miles de años. Y en los últimos tres años, se ha reportado un incremento significativo en el número de manatíes muertos por impactos de embarcaciones que circulan a altas velocidades en áreas de protección de estos mamíferos, una consecuencia de la proliferación descontrolada de embarcaciones de motor y motoras acuáticas (jet sky) en la reserva», acotó.
Contó que los efectos de las actividades humanas se pueden observar en los numerosos surcos que se pueden ver en las praderas de hierbas marinas y en hábitats de corales causados por las hélices de los botes o el paso de los jet sky que transitan a altas velocidades, «sin control ni conocimiento del área», así como en «la fragmentación y destrucción de las colonias de coral por hélices, anclas y el pisoteo».
Armstrong, en tanto, se mostró preocupado por la deforestación en la zona de amortiguamiento de la reserva natural, que a su vez provoca erosión y una sedimentación «que llega bien rápido a los mangles, las hierbas marinas y los corales, que son bien susceptibles a esto. Hay un aumento en la turbidez del agua por exceso de sedimentos provenientes de la suspensión y el incremento de la deforestación de las áreas cercanas por construcciones».
Para el experto, el problema de las altas concentraciones de sedimentos en la zona costera de la reserva natural «es un reflejo de las prácticas no reguladas de deforestación en el área. Es preocupante la tasa acelerada de deforestación de solares en las laderas de la cuenca hidrográfica de La Parguera ya que, ocasiona un incremento en la erosión del terreno, que aumenta los sedimentos en las escorrentías que los transportan rápidamente cuesta abajo, hacia las aguas costeras, luego de eventos de lluvias intensas».
Frente al terrible escenario que se vive en la reserva natural, ambos científicos llamaron al DRNA a tomar un rol «más proactivo» y a la (Oficina de Gerencia y Permiso (OGPe) a ser más «cautelosa» antes de otorgar permisos de desarrollo residencial o comercial en áreas costeras, sobre todo en áreas críticas bordeando arrecifes de coral.
También advirtieron de la necesidad que se emita una declaración de impacto ambiental frente a los desarrollos en el área y que haya participación de la comunidad local y científica en estos procesos.
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