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Odisea de una embarazada soltera para conseguir Mi Salud

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A las ocho de la mañana eramos más de 100 los que esperábamos en fila porque abrieran las oficinas del Medicaid en Plaza Las Americas. Detrás de mí, el maullar de un crío recien nacido estrenaba el instinto maternal que hace 18 semanas se cuaja en mi panza. A las 9 de la mañana una mujer nos dirigió como reses hacia dentro de la oficina para que tomáramos un turno.

No tenía cita. La cita para solicitar la cubierta de Mi Salud me la habían dado para el 20 de octubre, a cinco meses de gestación. Eso significaba que hasta entonces tendría que costear las visitas al obstetra, los laboratorios y los sonogramas del geneticista con mi sueldo de mesera en temporada baja. Ya había dejado de pagar el celular, la luz y el carro para sufragar los primeros chequeos en el Hospital Municipal, pero no sabía de dónde sacaría los chavos para los exámenes especializados del segundo trimestre.

Me habían excluido del plan de salud del trabajo porque no cumplía con el mínimo de horas. Una semana después estaba seis días en el horario. Para no quedar descubierta comencé a pagar un plan privado, sin que me alcanzara para la cobertura con maternidad. Total, quién planifica quedar embarazada con las cosas como están?

Así fue que terminé sin cita en la sala de espera de esta oficina en Plaza. Con un embarazo mi plan no me cubría ni una piquiña, ningún otro plan me aceptaba y no me daban el dinero para cubrir los gastos de lo que cuesta dar vida.

La madre del gatito sí tenía cita. La de ella era para las 9:45 pero aún así le tocó cuatro turnos después de mí. ‘Sillas!’, exclamé para mis adentros al entrar a la sala de espera.

Cuando en la pantalla los números no cambiaban, la ansiedad nos puso a todos comunicativos. A mi lado una flaca inquieta comenzó a contar cómo se casó por dinero y con ‘tremendo bodón’ para darle la ciudadanía a un indocumentado. Atento, un dominicano intervenía para hablar de sus gallos mientras trataba de esquivar las puntiagudas uñas postizas de la flaca. El crío guindaba a ratos de las tetas de su madre, quien era interrogada por mí sobre cada detalle de su parto.

La madre era cajera, el dominicano pintaba casas y la flaca era técnica de uñas. Todos mentían sobre su ingreso en su solicitud para ‘la Reforma’. La flaca escondía sus negocios ilícitos, el dominicano los ingresos reales de sus ‘chivitos’ y sus gallos de pelea y la cajera lo que aportaba su marido. Como yo, el trío trabajaba, pero en aquella oficina el trabajo era una desventaja.

Habían llamado diez números para la hora del almuerzo… sólo dos empleados estaban viendo casos.

A las 3:35 de la tarde llamaron mi número. Presenté íntegros los documentos requeridos. Al mostrador llegó un supervisor a cuestionarme dónde estaba el que había engendrado al ilegítimo. Con angustia le respondí que era una madre soltera y me dio una hora para buscar una carta del padre en la que especificara cuánto dinero aportaba.

Me comí la carretera para ir y venir con el documento pero al pasar nuevamente por el juicio de la caridad, la computadora determinó que no era elegible. El representante me explicó que el Obamacare había causado el tranque en el Gobierno Federal y por eso estaban bien estrictos con la cobertura.

‘A veces se abren ventanas para aceptar a gente como tú pero ahora ni por estar embarazada te lo aprueban’, me dijo triste el representante.

Gente como yo? Los poco más de mil dólares que me ganaba al mes apenas me daban para comer! Cuáles eran mis opciones?Dejar de trabajar para que el estado solventara mi embarazo? Si dejaba de trabajar cómo podría pagar mi techo y mi transporte? Tendría que buscar un segundo empleo?

Me imaginé explotando de preñez, trabajando día y noche, para apenas poder pagar el tratamiento en el Hospital Municipal. No entendía por qué alguien que mentía, o que no daba ni un tajo, podía ir con el médico que elegía a parir en el hospital que quería. Había trabajado desde que era legal hacerlo y pagado mis contribuciones para qué? Pensaba que si en algún momento lo necesitaba, el estado estaría ahí para mí como lo estuve yo para él. No pedía que me lo dieran todo, pedía una ayuda para parir un puertorriqueño saludable.

De mí se apoderó la frustración que engendra la violencia. Y allí, preñada, llorando en esa silla, fui otro cuadro del diario vivir del pueblo trabajador.

Pensé en el trío de nuevos amigos y supe cuáles eran mis opciones…

*La autora de esta crónica solicitó el uso de un seudónimo para protegerse de represalias en su lugar de empleo.

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