Antes de entregarme a los placeres del amante infatigable de plástico, muchos habían sido los encuentros pasionales con mi mano y el Rey de la Masturbación, el clítoris.
Antes de entregarme a los placeres del amante infatigable de plástico, muchos habían sido los encuentros pasionales con mi mano y el Rey de la Masturbación, el clítoris.
Sí, le llamo el Rey porque es esa pequeña parte del cuerpo que únicamente sirve para, precisamente, dominar sobre los embarres más ricos que una puede sentir y que, en ocasiones, se vuelven más exquisitos aún cuando son auto-inducidos.
La primera vez que escuché a una mujer detallar sobre cómo la noche anterior había sentido placer al tocarse con los dedos de su mano, por un supuesto error, los labios de su vagina, estaba a punto de graduarme de la escuela secundaria. Como de costumbre, me escandalicé en silencio y aunque quedé maravillada, me pareció que era una suelta! Para aquel entonces, la masturbación era, en mi concepción mental y moral, algo exclusivo de los hombres.
Sin embargo, que mi primer noviecito cuando entré a escuela intermedia me diera dedo y fuera el que ‘popped my cherry’ me parecía algo totalmente normal. En esa etapa de la pre adolescencia, cuando las hormonas estaban en necesidad de manifestarse, nos las ingeniábamos para experimentarnos y tocarnos en cuanta esquina podíamos. Lo que me interesaba en esos días era conocer lo que yo no tenía; ni por la mente me pasó la idea de conocer mi propia cueva como ya otro la había visitado.
La curiosidad me despertó ya casi saliendo de la adolescencia. Tal vez lo había intentando una que otra vez, mas la moral no me había permitido, me detenía pensando que era absurdo tratar de ponerme a gozar en la soledad.
Una tarde que mis padres salieron, me encerré en el cuarto y me coloqué boca abajo decidida a tener un tú a tú entre el Rey y la mano.
Desde entonces, esos encuentros se convirtieron en la norma del día. Pues, fue esa tarde calurosa que de alguna manera, aunque sea simbólica, me liberé. Entre mi mano, el Rey y el Templo Sagrado dejaron de coexistir los secretos.
Y ahora, cuando en uno de esos encuentros casuales el tipo no sabe más que rozar masa con masa sin lograr llevarme a la gloria, me masturbo frente a él para activar sus deseos feroces y si no terminarme yo sola. No sin antes, mientras sudamos entre los revolcones, invitarlo a que salude junto a mí al Rey que domina sobre los embarres.
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