 
                 
                            El cuarentón calvo volvió a llamar esta semana.
Por alguna casualidad inusual yo tenía libre el viernes y no pude resistirme a la invitación que me hizo tras varios días sin saber de él.
Se me puso creativo el viejo este: me consiguió una bici y, junto a la suya, la montó en el baúl de su guagua para recorrer el Paseo Lineal en Isabela.
Se supone que madrugáramos pero la noche anterior nos quedamos hasta tarde viendo una peli y acurrucándonos un poco.
Sin prisa alguna, emprendimos el paseo por la costa norte desde San Juan tipo 9 de la mañana. Con solo una parada: la de las batidas de frutas para desayunar.
Por el tráfico, nos debió haber tomado unas dos horas llegar a Jobos, donde descargamos las bicis.
Recorrimos más de cuatro millas por ese camino a veces arenoso, otras embreado y entablado o encerado que bordea el Oceáno Atlántico. Vimos unos paisajes que por su belleza nos pusieron hasta más caliente que el rubio que nos tostó.
Hicimos una que otra parada: nos revolcamos en la arena, nos besamos apasionadamente entre mangles, nos corrimos uno al otro entre pequeñas dunas.
Ya empapados de gotas gruesas que dibujaban nuestra silueta y con la adrenalina a millón, nos cogimos dentro del agua. No había casi gente, y pudimos, creo, que pasar desapercibidos mientras recreaba -al menos yo- escenas que desde mi adolescencia no protagonizaba.
Él me cargaba entre sus brazos y yo le apretaba con mis piernas la cintura mientras me susurraba las cosas ricas que me gusta escucharle.
Al rato nos salimos, nos quedamos tomando sol como una hora. Nos fuimos a comer pescado y a tomarnos una fría.
A eso de las 7:30, veníamos de regreso. Me pidió que me volviera a quedar con él.
‘Y eso que habías querido terminar estos encuentros casuales’, dije entre risas cuando nos bañábamos y esperábamos la pizza que cenaríamos mientras veíamos otra peli.
Para comentarios o sugerencias, pueden escribirme a lamatahombres@gmail.com, y seguirme por Facebook y Twitter @lamatahombres.
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