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Sonya Cortés: de no desear ser madre a guardar las cenizas de su hijo

Sus únicos apegos son a esas cenizas y a su familia por completo. El tiempo le ha demostrado que todo lo material viene y va.

Entrevista a Sonya Cortés para El Push de la Mañana, Edición Estelar.
Foto: Juan R. Costa / NotiCel

Llegó como un torbellino, abriendo y cerrando puertas, tratando de conseguir dónde era el encuentro. Todo el mundo la notó. Y es que Sonya Cortés González no pasa inadvertida de ninguna manera. Hay una vibra contagiosa que la lleva por la vida saludando a todos, valorando a todos y gozándoselo todo.

Nunca le han agradado las grandes formalidades. Y aceptó conversar con El Push de la Mañana, edición estelar, porque no tenía que producirse y porque no existieron condiciones.

Llegó en tennis, leggings y camisón coqueto. Y con un sombrero. Servida una mimosa, se sentó en el sofá con las piernas semicruzadas. Se iba a vacilar la conversación. Lo hizo, pero tuvo momentos en que aun dentro de su actitud permanentemente positiva, miró hacia abajo y suspiró, solo para responder de inmediato, porque a ella eso del llanto no le sale fácil, aunque sufra.

Sonya nació en Stanford, Connecticut, al igual que su hermana, hace 59 años. Sus padres, dos boricuas, ella de Patillas y él de Ciales pero criado en Manatí, se conocieron en Nueva York, donde ambos, por separado, habían llegado con planes de hacer algún dinero para regresar a la isla. Su madre trabajaba en una “factoría” de ropa interior y su padre, en la centenaria Stanley, una manufacturera de herramientas. Tardaron ocho años en buscar hijos precisamente porque el plan era volver luego de ello, con algún dinero, para estar cómodos en la isla.

Regresaron y se establecieron en la cuarta sección de Country Club. Su padre, don Roberto Cortés, que tenía un segundo grado de escolaridad, compró una guagua de mantecados que llamó “A la limón” y poco a poco fue diversificando su oferta hasta que se unió doña Gloria y en la guagua vendían además hotdogs y blackouts. Un éxito.

Mientras, Sonya estudiaba ballet clásico y cursaba sus estudios en Country Club y en Berwind. No lo oculta. No le gustaba la escuela, pero sabía que era importante, así que no la resistía. Pero después de cuarto año no fue a la universidad. No iba con ella. Optó por estudios técnicos en Líneas Aéreas y Turismo, aunque según cuenta no contaba con los requisitos para ser azafata por su tamaño y por sus espejuelos “culos de botella”. También estudió Estilismo. Pero fue el baile lo que la sacó de su casa y de lo que vivió hasta no hace tanto, compartiendo tarima con grandes de verdad.

Admite que tenía “una vida nocturna pesada” porque trabajaba en discotecas de transformistas, en shows de hoteles y en revistas musicales de cruceros. La primera vez que salió de su casa fue con el permiso que le pidió Wilkins a su padres para podérsela llevar a un crucero donde estaría presentándose una temporada. Pero tras cada viaje, Sonya regresaba a su casa. Y fue a los 26 años que salió de ahí para siempre, vestida de blanco, para casarse con Carlos Pizzi.

A los tres años de casada, le surgió una oferta para ir a bailar a España y se fue por un mes. Pero se quedó más y le costó el matrimonio. A veces aún piensa qué hubiera ocurrido si su decisión hubiera sido otra. Regresó a España y ahí siguió trabajando unos años. Muchos años más tarde volvió a conocer el amor y se casó, otra vez de blanco, con Ediel Varela, una relación muy pública. Varela era estudiante de Medicina, padeció de cáncer y Sonya siempre estuvo ahí, ayudándolo a cumplir sus sueños.

Se divorció, no sin antes lograr que se fuera a la quiebra él para no tener que hacerlo ella. Esta mujer, que ahora se mantiene como líder de negocios de varias compañías, y que llegó a grabar tres producciones de bachata y a animar múltiples programas de televisión, perdió todas sus propiedades en el proceso. De tener mucho a tener nada. De vivir en mansiones y en penthouses, pasó a vivir “felizmente alquilada”. Ya no le quita el sueño.

Pero de esa época hay algo que sí vive en ella. Nunca había querido tener hijos y en ese matrimonio quedó embarazada. Tenía 44 años y el riesgo era alto pero no tenía miedo. De no querer hijos, se enamoró de la idea, pero a los 5 meses y medio de gestación, tuvo que parir a su hijo muerto. Es en esta parte de la conversación en que coge un poco de aire para hablar de su ángel, Ediel Gerardo, a quien decidió que no quería ver porque prefería imaginárselo. Piensa que habría sido una gran madre.

Hoy ese niño habría cumplido 16 años en agosto, y no está físicamente pero sí permanece en su mente, en un tatuaje en forma de mariposa y en una urna de cenizas que mantiene en su casa, que acaricia todas las noches, y que se irán el día que su madre muera. Sonya le prometió a su madre que esas cenizas partirán con ella.

La idea de la muerte para ella no es muy ajena. Viene de una familia de funerarios en Patillas, creció chusmeando entre las cortinas de la funeraria quién era el próximo para embalsamar. Así que la muerte y ella tiene una relación larga y natural. Tan larga como la vida de su familia. Su padre murió hace ocho años. Su tía Luz murió hace dos semanas a los 96 años y su madre tiene 95. Es una familia de longevos que hasta el último momento han gozado la vida, jugado dominó y bebido Felipe Segundo con leche.

Sonya sabe que el día de la muerte será duro, pero fiel a su modo de ser, lleva quince años planificando con su madre hasta la ropa del ataúd y ríe porque Mother, como ella le llama, ha cambiado demasiadas veces de opinión y hasta ha donado trajes a las funerarias porque ya no los quiere usar el día de su muerte. Pero el lugar- Patillas-, está decidido, la pose está definida, el rosario de sus manos elegido y claro, el espacio para las cenizas del nieto también.

Mucha gente se sorprende cuando la escucha hablar de su fe en Dios, “el que nunca me ha dejado en vergüenza”, y ella lo atribuye a que es boquisucia y malhablá y que la gente confunde eso con lo otro.

Habla duro y malo y vive con el “pa’ que te jaltes”, en la boca, una frase que copió de una bartender de su juventud que decía lo mismo pero sin darse un nalgazo como ella, sino apuntando a su parte íntima.

Sonya es Sonya. Y en ese cuerpo de 5 pies- ella dice que son 5'2 pero no teníamos cinta métrica a la mano- la energía no cabe. Será por eso que casi por cumplir sus 60 años, la nena de Country, en esencia, sigue siendo la misma.

Vea la entrevista completa aquí:

Egresada de la Universidad de Puerto Rico. Periodista con 23 años de experiencia en los medios de comunicación. Mamá de Manu, portavoz de la adopción de niños grandes y creadora de #primerizayqué