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Otra Siria vive en el centro acomodado de Damasco

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Lejos de los miles de refugiados que diariamente se lanzan hacia Europa en busca de otra vida, pero apenas a unos kilómetros de barrios tomados por grupos rebeldes, el centro acomodado de Damasco rebosa una vida casi impensable en mitad de un conflicto que devora Siria desde hace más de cuatro años.

Entre Abu Rumane y Shaalan, entre el Banco Central y la plaza Al Madfa, cientos de personas inundan de noche las decenas de cafeterías, tiendas de zumos, locales de comida rápida, restaurantes y bares que se han multiplicado en esta zona.

Desde grupos de adolescentes a la última moda ‘hipster’ o jóvenes operadas luciendo estrechas camisetas de tirantes, hasta familias con niños o ancianos se pasean entre bromas por las calles del centro comercial de la ciudad.

Solo algún niño o un pobre pidiendo limosna en una esquina, rompen la imagen idílica que ofrece este Damasco nocturno, donde los mismos hombres que siempre han llenado los cafés siguen ‘bebiendo’ narguila, tomando té y jugando al ‘taula’.

A quien se le pregunta, no duda en contestar que se han hecho impermeables a la situación que sufre el país, que ya nadie teme los morteros que a diario caen indiscriminadamente en los barrios de la ciudad mellando la moral de muchos.

‘Si me muero, me muero’, asegura un taxista después de pedirle viajar hasta Bab Tuma, un barrio de la ciudad antigua, donde la vida continúa tan bulliciosa como siempre, a pesar de los morteros lanzados desde los cercanos barrios de Yubar o de Duma.

Los locales comerciales de Abu Rumane, repletos de marcas internacionales a precios inalcanzables para gran parte de los damascenos, deslumbran con un derroche de luz en un país que ha perdido sus principales fuentes de energía: Los pozos petroleros, que han caído en manos de los rebeldes y los yihadistas.

En el resto de la ciudad, los cortes de agua y de luz son incesantes, y los generadores de electricidad se han convertido en parte del mobiliario urbano, casi como los controles militares, que en algunas partes, como en el zoco de Al Hamidiye, son incontables.

Y a pesar de todo, al centro de Damasco también llegaron las rebajas del verano, que se anuncian en grandes carteles rojos en sus escaparates.

El restaurante Abu al Abd no da abasto con sus famosos shawermas de cordero y ‘keba’, un poco más grandes que un dedo índice, y que se venden a 90 liras la unidad (30 céntimos de dólar). El encargado del no muy alejado Rayan, asegura que hasta las dos de la madrugada no cierran sus puertas.

Muchas de las cafeterías que abren sus terrazas hasta la medianoche no ocultan sus simpatías por el presidente Bachar al Asad, con carteles en los que aparece su foto y una casilla marcada en la que se lee: ‘Sí, estamos contigo’.

Pero, antes de llegar al centro, viniendo por la autovía del aeropuerto internacional, donde solo operan dos compañías aéreas sirias, es imposible no ver en las afueras de Aqraba o Beit Sahem los estragos de los combates.

Ya en Damasco, no se pasa muy lejos del castigado campamento de refugiados palestino de Yarmuk y se atraviesa el barrio de Midan, que en los primeros compases del conflicto, se convirtió en una de las zonas desde donde cada viernes después de la oración se organizaban protestas para pedir la caída del régimen.

La capital está blindada y hay controles militares por todas partes, en las entradas de los barrios, sobre los puentes, en rotondas, en intersecciones y semáforos y por cualquier parte.

Los edificios oficiales están rodeados sin excepción de bloques de hormigón, algunos decorados con los colores de la bandera siria, rojo, blanco y negro y con lemas de apoyo al presidente.

En el trayecto desde el aeropuerto al centro hay que mostrar la documentación, al menos, cinco veces, en puestos donde cuelgan fotografías de Bachar al Asad vestido de militar o de civil, apuntando con un dedo amenazante, con una sonrisa amigable o con pose meditabundo con una mano apoyada en el mentón.

En algunas marquesinas de autobús también hay anuncios para que los jóvenes se unan al Ejército. Las luces de las casas que escalan las faldas del monte Qasium parecen de noche un baile de estrellas.

El ruido de los impactos de los obuses lanzados por los rebeldes, o de los cañonazos de artillería de las Fuerzas Armadas, rompen el espejismo de esta vida ociosa y desenfadada que fluye en los barrios más acomodados de la capital.

En un puesto de control en la calle Bagdad, cerca de Bab Tuma, los militares advierten de que es mejor dar la vuelta porque esperan nuevos impactos.

‘De vez en cuando los milicianos nos mandan proyectiles de mortero de regalo’, dice con un humor desgarrador un conductor que se vio obligado hace dos años a refugiarse en el centro de la capital como otros muchos miles de ciudadanos.

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