Serena y combativa, la presidenta suspendida, Dilma Rousseff, se enfrentó hoy a sus verdugos políticos en su último embate en el Senado, adonde llegó acompañada por su creador y padrino político, Luiz Inácio Lula da Silva.
Rousseff se mostró firme en su último discurso, pronunciado en vísperas de la votación que definirá el destino político de la primera mujer presidenta de la historia de Brasil, pero a pesar de su entereza sus ojos se llegaron a humedecer en alguna ocasión.
En un clima de despedida, Rousseff, vestida con un traje de colores sobrios, se rodeó de sus fieles escuderos, de exministros y de antiguos amigos, como el cantautor Chico Buarque, quienes la acompañaron desde la platea del concurrido Senado.
‘No lucho por mi mandato, vanidad o apego al poder. Lucho por la democracia, la verdad y la justicia’, declaró desde la tribuna, en un discurso de unos 45 minutos, leído en pie en medio del completo silencio del pleno de la Cámara alta.
Como el profesor que sigue de cerca a su pupila, Lula, visiblemente afligido, escuchó los argumentos de su ahijada, que esta semana podría abandonar definitivamente el poder del que fue apartada el pasado 12 de mayo.
En las afueras del Congreso, completamente cercado por vallas, algunos manifestantes escuchaban a la mandataria suspendida a través de sus teléfonos móviles, mientras otros clamaban sin cesar el regreso de la presidenta.
Rousseff tenía previsto conversar con sus seguidores antes de explicarse ante el Senado, lo que movilizó a unos 500 manifestantes a las puertas del Congreso a primera hora de la mañana y bajo el sol abrasador de Brasilia.
Pero Rousseff desistió y fue directo de su residencia, el palacio de la Alvorada, hasta el interior del Congreso, el majestuoso edificio diseñado por el maestro brasileño de las curvas, Oscar Niemeyer.
Cuando uno de los periodistas anunció que Roussef ya había entrado en el Congreso, sus seguidores no dieron crédito: ‘Yo sólo quería darle un abrazo’, afirmó Isabel Caldas, quien lloró cuando supo que no podría hablar con la que todavía considera su presidenta.
Caldas buscó el consuelo en el hombre de Malvina Joana de Lima, una jubilada de 64 años que madrugó para defender al Partido de los Trabajadores (PT), la formación que le ‘cambió la vida’ a ella y ‘a millones de brasileños’.
‘Dilma significa los besos que mi madre no me dio’, señaló De Lima, quien portaba en sus manos la rosa roja que quería darle a Dilma Rousseff.
Con unas gafas rosas en forma de corazón y una camisa con el eslogan ‘Fuera Temer’, la brasileña contó que fue abandonada en un orfanato cuando tenía dos meses y que por eso Rousseff, sin conocerla personalmente, es para ella la madre que nunca tuvo.
‘Yo no sabía lo que era un abrazo. Yo solo sentí el abrazo de Rousseff en la tierra’, aseguró, mientras sujetaba un cartel en el que se leía en inglés ‘The people should decide’ (La gente debería decidir).
La concentración a favor de Rousseff transcurrió en un clima pacífico, con incidentes aislados, como el que protagonizó una mujer que escupió y tiró agua contra las televisiones que registraban la manifestación al acusarlas de ‘golpistas’.
Como en las anteriores ocasiones, la policía siguió de cerca a los manifestantes y un muro de acero fue levantado a lo largo de la Explanada de los Ministerios, una amplia avenida que reúne todos los poderes públicos de Brasil, incluido el Congreso.
La cerca metálica, de alrededor de un kilómetro de extensión, separará durante la votación final a los seguidores y detractores de Rousseff, quien se encuentra a tan sólo un paso del abismo político.
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