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Opiniones

“Dejen que respire”: la muerte de George Floyd

El licenciado Víctor García San Inocencio reflexiona sobre las protestas que se han extendido a otras ciudades en y fuera de Minnesota.

30 de agosto de 2019 - Fotos de archivo del licenciado Víctor García San Inocencio, columnista de NotiCel.
Foto: Juan R. Costa

Muy al norte, donde el río Mississippi es todavía joven lejos del Golfo de Méjico, están las tierras hermosas que poblaron los Dakota y los Ojibwa. Las tierras que formaron parte del patrimonio de varias naciones indígenas y los parajes que vieron arribar a mediados del siglo XIX las migraciones escandinavas y alemanas, y la fundación de las ciudades que llaman gemelas de Minneapolis y St Paul.

Aparte de los Gemelos de Minnesota en el beisbol, desde aquellos lugares que impregnan la imaginación oigo el rumor de los tres ríos y la canción de Hiawatha que Henry Wadsworth Longfellow ideó con su alma grande de poeta para asombro todavía hoy.

Pero mis lágrimas de esta madrugada no son a causa de la noble y pacífica vida del legendario sabio indio Jefe, ni de la fabulación de Longfellow. Ahora mismo veo por CNN las escenas de los incendios en Minneapolis, los setenta edificios incendiados, dañados o saqueados, los aglomeramientos de personas que protestan y otras que se amotinan desde el lunes --a pesar del Covid-19-- llenos de ira y espanto por la muerte de George Floyd.

Este afronorteamericano vino desde Houston a Minneapolis a buscar fortuna hace unos años y fue arrestado el lunes 24 de mayo, sin oponer resistencia por cuatro policías. Alegadamente había pagado con un billete falso de $20 dólares en un negocio aledaño. Durante varios minutos su cuello fue aplastado por la rodilla de un agente, mientras él clamaba para que le dejasen respirar y los viandantes imploraban por él. Allí murió quien se dice era una persona amorosa y pacífica. George Floyd, un afronorteamericano que a causa de otras dos pandemias --las del odio racial y las de la explotación-- se suma a una larga lista de muertos por linchamientos, abusos policiales, institucionales y estructurales.

Mientras tecleo se asoma en la otra pantalla el incendio del cuartel policíaco del tercer distrito de Minneapolis. Nubes espesas ascienden al cielo y ya el gobernador Walz ha llamado a 500 guardias nacionales a contener el amotinamiento. Donald Trump no ha perdido la oportunidad y en un trasnochado tuit culpa al alcalde Frey de Minneapolis de izquierdista y lo amenaza con mandar él mismo (Trump) a la fuerza militar.

Las protestas se han extendido a otras ciudades en y fuera de Minnesota. “No puedo respirar” es el nuevo grito y el viejo grito de cuatro siglos de esclavitud, segregación y violencia contra el noble pueblo afronorteamericano que tantas aportaciones ha hecho a los Estados Unidos y al mundo.

En el país del Ku Klux Klan, de las hordas supremacistas, el NRA, las reservaciones indígenas. el muro fronterizo, el amordazamiento a quienes se les prohíbe hablar español en los trabajos, en donde Mike Pence es vicepresidente, y donde se ceban en el maltrato colonial contra nuestro pueblo, es fácil explicar toda esa violencia oficial, institucional y sistémica.

Hay personas de todas las razas y credos en aquel país que luchan contra estas y otras formas de opresión, que trabajan por concienciar, educar, crear, proteger y amar. Son nuestros hermanos por diseño divino y porque luchan contra todas esas cadenas. Nosotros en Puerto Rico que cargamos las nuestras, las del colonialismo, el racismo y las otras violencias debemos extenderles el corazón y la mano solidaria. Algún día aquellas luchas aportarán también a la liberación de las cadenas imperiales que Estados Unidos utiliza contra Puerto Rico.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).