Mucho se comenta sobre el aprendizaje y el comportamiento violento de niños, jóvenes y adultos vinculante a las relaciones familiares. Los insultos, las faltas de respeto, la intolerancia, entre muchos patrones de conducta, son aquellos que establecen de alguna forma que la primera escuela comienza en el hogar. Es en el núcleo familiar donde se recibe ese primer modelaje de conducta.
El doctor Pedro Vales, presenta algunos puntos que, según su estudio de la Familia Puertorriqueña, son tendencias que afectan al núcleo familiar como, por ejemplo, el uso excesivo de castigos físicos a niños, lo cual aumenta la probabilidad que se convierta en una persona maltratarte; deficiencias en factores como: disciplina paterna, supervisión materna, afectividad materna y paterna; así como la falta de cohesión, además de la falta de socialización.
Según el estudio contra la violencia realizado por el municipio de San Juan en la década de los 90, en uno de cada 4 hogares ocurren episodios de violencia doméstica. ¿Cuánto ha variado ese comportamiento estadístico 20 años más tarde? El 89% de las víctimas de los casos informados hoy día son mujeres. El victimólogo Luis Rodríguez Manzanera, establece que las relaciones entre víctima y victimario es una de estrecha intimidad, de modo que los roles se invierten y la víctima pasa a ser en ocasiones el agente determinante, mientras que el victimario se convierte en víctima de sus propios actos. La victimología brinda la oportunidad de analizar la víctima como un factor predispuesto. Muchos estudios reflejan que la edad promedio de las víctimas mujeres, en este caso, fluctúan entre los 28 a 44 años. La gran mayoría de las agresiones físicas ocurren los fines de semana y en las horas de la noche, dado que es un escenario favorecedor al victimario.
De igual forma, los investigadores y victimólogos establecen que existen 3 etapas fundamentales en el ciclo de la violencia de género.
El primero es la construcción de la tensión, es decir, el problema que va a establecer un rompimiento o conducta alterada. La segunda etapa es la explosión del incidente, donde el agresor adopta un comportamiento que queda fuera de control y la tercera etapa, es un periodo amoroso, de calma y perdón. Esta última etapa, se caracteriza porque el agresor se da cuenta de que llegó muy lejos, por lo que intenta enmendar sus faltas frente a la propia víctima para un periodo de “enfriamiento”. Este ciclo de etapas es el que precisamente debe ser identificado por la víctima y sus allegados, más los indicadores del comportamiento inadecuado, o fuera de las normas que de alguna manera sirva a la detención temprana en salvar vidas.
El enfoque social al igual que el gubernamental para atender esta situación debe ser uno dirigido a la familia y la crianza. La conducta aprendida, debe ser una que aleje a los niños de repetir conductas violentas e inadecuadas dentro de la sociedad puertorriqueña. Hay que invertir más en los niños como una de las múltiples alternativas que podemos tener para atajar la violencia doméstica y la criminalidad como un mal social.
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