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Mejorarnos la vida

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Columna de Opinión de Víctor García San Inocencio

El optimismo cauteloso será siempre una mejor herramienta que el pesimismo desarbolado. Cuando se tienen metas que requieren concepto, trabajo consecuente y paciencia, el espíritu anémico es una triste compañía. El desaliento, si sobreviene en el ánimo de los alicaídos, puede tener efectos desastrosos. El abandono de objetivos, la confusión entre lo que son medios y lo que son fines; el debilitamiento de la brújula moral, cuando no su pérdida; ser poseído por el egoísmo salvaje, todos y cada uno de estos riesgos, se tornan más intensos y su materialización más probable. El optimismo cauteloso puede ser un extraordinario acicate, pues distinto al que ataca a algunos ilusos, anclándose en el examen objetivo de la realidad, en la anticipación de los peligros y de las ventajas; en la correcta apreciación de los hechos y en la existencia de un propósito vital, el optimismo cauteloso logra abrir rumbos y brecha.

Sin propósito, ni orientación adecuada, el optimismo de suyo no sirve para nada. Sólo los atontados, o ciertos fanáticos, asumen un optimismo hueco. El propósito vital, la razón de vivir debe ser el eje central que dirija la acción. Mejorarnos la vida suele ser el propósito regidor por excelencia. Definir qué es mejorar, qué es vida y a qué responde esa primera persona plural, resulta crítico en toda actividad individual o colectiva. Las actividades colectivas por excelencia se dan entre familiares, vecinos y comunidades. Hay comunidades pequeñas y las hay grandes como es la de una nación. Se supone que cada quien trabaje por mejorar(se) la vida en todas esas esferas. Perderse en una sola, debilita el bienestar real. Pues los individuos que aislados sólo procuran su provecho, se pierden en la niebla espesa de un pantano solitario que las más de las veces acaba siendo nihilista.

Mejorarnos la vida supone aprender y entender que nuestros actos, omisiones, decisiones y actividades afectan nuestra vida, es decir la vida de todos. Debemos trabajar para ello. Los espíritus sublimes dedican su vida desinteresadamente trabajando para el provecho del prójimo o de los más débiles y desamparados. Hacerlo les mejora la vida también. Hay decenas de millones de personas que sin distinción de religiones adoptan ese credo altruísta. Pocos resultan ser santos o iluminados. Algunos, quizás terminan por hacerlo pues sirviendo, sirven, o adelantan su salvación propia. Admiro sobremanera a quienes trabajan por el Bien Común y por los condenados de la tierra, los pobres del mundo, los descartados. Admiro igualmente, a quienes practican la devoción del amor a sus hijos y a sus familias desde la generosidad hacia al resto de la Humanidad.

Cuanta maleza crece en las mentes y en las viviendas de quienes sólo quieren tener y tener más. Nada pueden enseñarle al mundo desde la cátedra de su ambición. Nada aportan, nada dan. Mejorarnos la vida no puede ser un cometido unipersonal, como tampoco estrictamente unifamiliar. La única familia verdadera, la que comprende a todos los prójimos es la familia humana. He visto morir en la más absoluta miseria y soledad a personas millonarias. He visto también vivir y morir trabajando sin cesar por el prójimo, a personas «pobres» si se les mira bajo las escalas de los cánones de la avaricia y del egoísmo. Nadie se escandalice, esos son los cánones que prevalecen en el mundo que son creados artificiosamente por los grandes acumuladores de la riqueza material, y que en la vida diaria son responsables de provocar las grandes penurias económicas y las desigualdades que anidan y agrandan la inequidad rampante en el mundo.

No hace falta que todos crean en una divinidad que nos observa y que premia la bondad, o que esta misma bondad nos elevará o iluminará, para darnos cuenta de que la vida de todos mejora en proporción directa a nuestra devoción por mejorar la vida y las vidas del prójimo. Mejorándolas, mejora la nuestra. Dedicándonos a alcanzar la mejor forma de vida (no hablo de cosas materiales, ni placeres) para nuestro prójimo, conseguimos adelantar el proyecto humano, o para quienes lo prefieran, el proyecto divino. Mejorando la vida y las condiciones de vida de nuestros niños y jóvenes, aun a costa de sacrificios, adelantamos el impulso natural de la especie que es avanzar, algo más importante que sobrevivir; que es progresar, algo muy superior a adquirir bienes; que es sensibilizarnos y condolernos tanto por el dolor humano y la injusticia, que hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para mitigar los efectos o a arrancar de raíz sus causas.

Si todos tan sólo hiciésemos un poco más cada día, fuésemos en cada oportunidad más generosos y solidarios, no harían falta códigos detallados para construirnos el buen vivir y la convivencia a malletazos y barrotes. Bastaría sólo el pudor y la sensibilidad para mejorarnos la vida. El trabajo honrado y la riqueza producida bien repartida nos ayudarían a construir y a disfrutar la equidad y la justicia añorada. El pesimismo que abruma a muchos se secaría en la mata. «Imagine»… recuerdo a John Lennon, aunque llevo en mi corazón a personas sencillas como Francisco, Gandhi, Santa Madre Teresa, al Dalai Lama; y a aquel hombre muy enfermo que pide ayuda para alimentarse, o a la madre que recibe en su cuerpo y en su mente los golpes que recibirían sus hijos; o a aquel preso que extingue la condena que no le correspondía; o a los tantos y tantos sedientos a quienes no le ofrecemos ni un vaso de agua.

Mejorarnos la vida no es un objetivo alambicado, ni lejano. Tampoco un cometido para el cual no haya mapas. Los dicta la vida y corren también en el torrente de los valores que aluvialmente van constituyendo cada cultura. Pues distinto a lo que nos hacen creer los malvados que fabrican y venden armas, desde pistolas, hasta artefactos nucleares; o quienes hacen de la pandemia un negocio; o de los huracanes una mina de oro; o del destrozo del planeta fuente de sus enormes ganancias; la fuerza más poderosa es el amor y el amor concreto, el amor al prójimo.

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