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«Viva la República, abajo los asesinos»

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Columna de Víctor García San Inocencio.

Georgina Maldonado, si hubiese vivido hasta hoy, tendría 96 años. Esa tarde que era Domingo de Ramos, 21 de marzo, la entonces niña de doce años, moriría junto a otras dieciocho personas a manos de la policía «Insular» de Puerto Rico. Una parada pacífica del Partido Nacionalista para conmemorar el aniversario de la Abolición de la esclavitud, fue desbandada a tiros recibiendo fuego de ametralladoras, fusiles y revólveres desde cuatro direcciones, resultando también heridas otras doscientas treinta y cinco personas. El fuego de las armas policiales fue tan intenso que se dice duró cerca de quince minutos, y a causa del mismo dos policías también murieron. No se encontraron armas ni entre los muertos, ni los heridos. Fueron asesinados transeúntes, un conductor que pasaba con su carro público por la calle Aurora, una mujer y un niño, y miembros del cuerpo de Cadetes de la República.

Las orden de fuego pudo provenir de una de cuatro direcciones: de un lado estaba el Jefe de Policía, Guillermo Soldevilla con catorce oficiales; Rafael Molina comandaba nueve hombres que estaban equipados con ametralladoras Thompson y con gases; el también jefe de Policía, Antonio Bernardi, junto a once policías armados también con ametralladoras estaba en el este; y un grupo de doce policías armados con fusiles se colocó al oeste. El epicentro de la que vendría a ser llamada la Masacre de Ponce, fue en las calles Aurora y Marina. El responsable indirecto —aunque ninguna de las investigaciones lo señalara como parte de una conspiración— fue el gobernador imperial Blanton Winship, pues por una orden suya se revocó poco antes de la parada el permiso concedido por el Alcalde, José Tormos Diego para celebrar la actividad. Los cadetes iniciaron su marcha hacia la inmortalidad a las tres y cuarto de la tarde.

Asistí al cincuentenario de la Masacre de Ponce hace 34 años acompañado de un testigo inimaginado. Mi padre, que se crió en las inmediaciones del lugar, me pidió que lo llevase a Ponce a la ceremonia de recordación. Para mi sorpresa me narró lo que él captó con sus sentidos durante la masacre, los tiros, el olor a pólvora, y lo que vio concluido el tiroteo: una escorrentía de sangre en las calles. Fue sin duda el hecho más violento que marcó su vida. Tendría 12 ó 13 años y el recuerdo de esos hechos lo llevaría hasta la tumba.

La Comisión de Derechos Civiles de EE UU organizó una investigación a cargo de un comité que presidió Arthur Hays, de la American Civil Liberties Union. El llamado Informe Hays concluyó que a los Cadetes y al cuerpo de Enfermeras se les encerró rodeandolos por cuatro lados, que no se dejó espacio para que la multitud pudiera dispersarse y que los Cadetes de la República no portaban armas. Tras las denuncias de Vito Marcantonio congresista neoyorquino, el presidente Franklyn D. Roosevelt destituyó de su cargo al gobernador Winship en mayo de 1939, dos años y dos meses después.

Me dolió no poder asistir a la conmemoración de la Masacre de Ponce en este aniversario ochenta y cuatro a rendir tributo a los mártires de ese suceso. Hubiese sido una ocasión doblemente especial poder hacer el recorrido que hice con mi padre cuando él me narró sus recuerdos coetáneos al momento terrible del 21 de marzo de 1937. No me podría imaginar una herida más honda en el cuerpo del espíritu de nuestro Pueblo como la de aquel día, si no fuese tan grande la herida que el colonialismo le abre al país continuamente.

Georgina Maldonado, la niña de doce años, tendría hoy 96 años. Acaso habría visto a los ojos a los hijos que no tuvo, a las nietas, y bisnietos que no nacieron y quizás a alguna tataranieta. Una entre diecinueve vidas tronchadas, algo terriblemente irreparable, por lo que nadie pagó, ni rindió cuentas.

Dicen que con su propia sangre un hombre agonizante allí mismo, escribió en un muro la frase «Viva la República, abajo los asesinos¨. Mi padre me señaló el lugar donde estaba la pared hacía años derrumbada. Él recordaba haber visto escrito con sangre ese mensaje esperanzador.

Permita Dios que podamos volver el año que viene a recorrer y reflexionar al sitio de la Masacre de Ponce, allí frente al Museo conmemorativo. Cuando me preguntan por qué nos sentimos y somos tan distintos a los Estados Unidos, me basta recordar aquellos hechos, aquella visita, y aquellas palabras de las que me contaron: «Viva la República, abajo los asesinos».

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