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Opiniones

Lo que dicen y no dicen

Columna de la senadora por el Proyecto Dignidad, Joanne Rodríguez Veve.

La senadora Joanne Rodríguez Veve.
Foto: Suministrada

El fundamentalismo de género niega la realidad biológica humana para erigir una concepción reduccionista sobre la sexualidad, en tanto la concibe como mera expresión de la cultura. Quienes se adhieren a este nuevo fundamentalismo plantean que la naturaleza en nada determina nuestra identidad sexual y que, por lo tanto, no hay tal cosa como una condición objetiva que determine el ser hombre o mujer.

De esta forma, el “ser” se convierte en una categoría puramente subjetiva desvinculada de lo que se es biológicamente y concebida únicamente a partir de lo que se cree ser. Es decir, para el fundamentalismo de género no importa lo que uno es, sino lo que uno piensa que es. Así, por ejemplo, aunque hayas nacido con cromosomas XY y tengas órganos reproductivos masculinos, puedes identificarte como mujer; y aunque nazcas con cromosomas XX y tengas órganos reproductivos femeninos, puedes identificarte como hombre.

Mientras esta creencia sobre la sexualidad humana quede en el plano individual, no debería representar problema alguno para nadie. Sin embargo, los fundamentalistas de género no se complacen con disfrutar su derecho al libre pensamiento, sino que, con intenciones autoritarias, pretenden que todos los demás estemos obligados a entender la sexualidad humana según sus dogmas ideológicos elaborados al margen de los datos científicos y objetivos. Por lo tanto, mi crítica no va dirigida al derecho de cada cual a autopercibirse como quiera, sino a las pretensiones de algunos de imponerle a los demás el reconocer y aceptar la autopercepción del otro; hacer esto último genera, irremediablemente, una espiral desenfrenada de derechos para algunos, a costa de una imposición ideológica a todos.

Entonces, como toda buena táctica para aniquilar la disidencia, al que no esté de acuerdo con los dogmas de este nuevo fundamentalismo, se le acusará de todas las fobias que acompañan al abecedario de la diversidad sexual. De esta forma, se acusa infundadamente al que piensa distinto para descartar sus argumentos, suprimir la posibilidad de diferir y, consecuentemente, erigir la doctrina del fundamentalismo de género como discurso hegemónico sobre la sexualidad.

Así lo hemos podido constatar durante la discusión pública en torno al Proyecto del Senado 184. Durante este tiempo, la avalancha de tergiversaciones y acusaciones infundadas probablemente ha superado cualquier récord. En la palestra, ha quedado plasmado el desenfreno de quienes manipulan hasta lo que los demás dicen para intentar darle algo de sentido a sus narrativas plagadas de falsedades.

Tan solo les comparto algunos ejemplos:

Lo que dicen: Que las legisladoras de Proyecto Dignidad estamos de acuerdo con las mal llamadas terapias de conversión que constituyen maltrato.

Lo que no dicen: Que, como legisladoras de Proyecto Dignidad, hemos rechazado cualquier práctica que constituya maltrato -llámesele como se le quiera llamar-, pero exigimos que estas sean debidamente definidas en el proyecto de ley para que el mismo no adolezca de vaguedad y amplitud excesivas, ni se viole el principio de legalidad.

Lo que dicen: Que las legisladoras de Proyecto Dignidad promueven un discurso de odio contra la comunidad LGBT.

Lo que no dicen: Que, como legisladoras de Proyecto Dignidad, hemos repetido constantemente que respetamos y amamos a todas las personas sin distinción alguna. Y que tener una ética sexual distinta a quienes pertenecen a la comunidad LGBT no es odiarlos, sino pensar diferente. Plantear que, por el mero hecho de diferir, se odia al otro, es una acusación falsa, deshonesta e inflamatoria.

Lo que dicen: Que las legisladoras de Proyecto Dignidad quieren imponer sus creencias religiosas.

Lo que no dicen: Que, como legisladoras de Proyecto Dignidad, no creemos en la imposición de creencias religiosas, pero igualmente exigimos que no se imponga ideología alguna. Ni una cosa ni la otra.

Lo que dicen: Que las legisladoras de Proyecto Dignidad son fundamentalistas.

Lo que no dicen: Que, como legisladoras de Proyecto Dignidad, defendemos la libertad de pensamiento y promovemos el debate de ideas. En cambio, los fundamentalistas de género pretenden que todos piensen igual a ellos y cancelan cualquier opinión disidente.

Lo que dicen: Que las legisladoras de Proyecto Dignidad reclaman el derecho de los padres a maltratar a los hijos que sientan atracción hacia personas del mismo sexo o que se identifiquen con una identidad sexual no binaria.

Lo que no dicen: Que, como legisladoras de Proyecto Dignidad, si bien rechazamos cualquier tipo de maltrato contra un menor, provenga de quien provenga, también defendemos el derecho primario y fundamental de los padres a educar y guiar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones y principios en materia de afectividad y sexualidad. De la misma manera que respetamos a los padres que quieran educar a sus hijos en las ideas y conductas de la diversidad sexual, también exigimos que se respete a quienes quieran educar a sus hijos en una ética sexual distinta a la de la comunidad LGBT. Creemos que el Estado no debe promover ni imponer una ética sexual particular.

Y así, continúan los ejemplos de manipulación y tergiversación discursiva. En síntesis, vemos cómo al que defiende su derecho a educar a sus hijos, según sus convicciones, lo acusan de maltrato; al que exige respeto para todos por igual, lo acusan de discrimen; al que reclama un trato de respeto ante las diferencias, lo acusan de coartar la libertad de expresión; al que afirma su derecho a diferir, lo acusan de fundamentalista; y al que argumenta a base del conocimiento científico, lo acusan de querer imponer su religión.

Esta es la sinrazón del fundamentalismo de género que no puede sobrevivir sin imponerse a través del atropello y la descalificación del que piensa distinto. Este es el nuevo fundamentalismo totalitario que amenaza la libertad de todos bajo eufemismos, estribillos simpáticos, sentimentalismos y falsedades.

Algo sabemos: ante la falta de argumentos, no todos resisten la tentación de calumniar. Cuando así suceda, procuremos no hacer lo mismo. El mal solo se vence con el bien.