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Opiniones

El retorno de Adolfo

El exrepresentante Víctor García San Inocencio comenta el regreso del exgobernador Ricardo Rosselló a la luz de otras figuras históricas recientes.

Víctor García San Inocencio, columnista de NotiCel.
Foto: Archivo/Juan R. Costa

Hace 102 años en septiembre, en una Alemania derrotada y arruinada por la guerra, un joven soldado austriaco se unió con un grupo de personas al Partido de los Trabajadores Alemanes. Este partido cambiaría su nombre el año siguiente (1920) a Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, el cual será conocido hasta el final de los tiempos como Partido Nazi.

Nadie hubiese imaginado que las refriegas callejeras de ese partido nazi contra los militantes comunistas, su carácter xenofóbico y antisemita, y su rechazo al precario régimen democrático alemán, crecería con el tiempo hasta elevar a este joven veterano una década después (1933), al cargo de Canciller, con poderes plenarios sobre Alemania.

La mentira, el autobombo, el engaño ---Adolfo Hitler también cogía de p... hasta a los suyos, aunque no sabemos si era tan torpe como para echárselas de esto--- y diferentes formas de violencia, le sirvieron junto a sus discursos donde reclamaba representar a la mayoría, para operar con relativa impunidad, abrirse paso y apelar a las limitadas capacidades o juicio de aquellos que se convertirían en sus más fervientes seguidores. Por supuesto, que las circunstancias de extrema pobreza y frustración de los alemanes, abonará a esa deserción del pensamiento racional, requisito indispensable junto con la dependencia, para abrazar la ilusión de que aquel líder de apariencia fuerte les traería seguridad y progreso.

Hitler apuñaló a aliados, persiguió a adversarios, y representando a una minoría del pueblo alemán logró serpentearse e imponerse como presunto representante de la mayoría. Creó mitos y fantasías, y su narcisismo feroz lo impulsó a la cima de Alemania, lo que pondría a la Humanidad completa unos años después al borde del precipicio a causa de una nueva Guerra Mundial, la segunda.

Sesenta millones de muertos incluyendo seis millones de judíos son su legado. La cifra incluye decenas de millones de civiles víctimas del fuego de todos los bandos. Los sufrimientos de cientos de millones de sobrevivientes no se incluyen en esta contabilidad mortuoria.

El manejo de la propaganda, la incitación a los instintos más bajos lesivos a la sensibilidad humana, el menosprecio a los derechos fundamentales, la violencia del descarte y la violencia por la violencia misma, junto a la mentira, serían los instrumentos expansivos de ese tenebroso ascenso nazi.

En EE UU, destartalada "cuna de la democracia contemporánea" ---nunca hubo hipérbole, ni falsedad más colosal--- se cuecen también habas. Donald, otro narcisista empedernido y varios diestros seguidores impulsados por el ala más conservadora neoliberal ---esa que con su mercado devora al mundo y concentra más del 90% de su riqueza en poquísimas manos--- han logrado cultivar un nicho político y electoral a base de falsedades, de menosprecio a personas por razón de su raza, origen, condición social, orientaciones religiosas y de género, y estimulando la violencia. El señor Trump fabricó mentira tras mentira las bases de su elección original en el 2016, y de que le robarían y que le robaron la reelección el año pasado; intentó que se alterasen los resultados electorales del 2020, y que no se verificara la certificación de quien lo derrotó, Joseph BIden.

Donald Trump, el arrojador de los rollos de papel toalla en Puerto Rico luego del huracán María, que tuvo entonces el endoso abierto, genuflexo y oportunista de la comisionada Jennifer González, y de otros influyentes en Puerto Rico, observó sin mover un dedo cómo se intentaba dar un autogolpe de estado el 6 de enero pasado, cuando una enorme turba violenta, trató de impedir mediante la intimidación, violencia y causando muertes, la certificación de Biden como ganador del conteo del Colegio Electoral y la Presidencia mediante la toma del Capitolio.

De la estirpe de Adolfo Hitler es Trump, un nazi, mendaz ---sin pronunciamiento judicial al respecto, distinto a otros--- y quizás el más dañino presidente de la historia estadounidense. Ha conseguido rajar a su país por la mitad, embruteciendo el diálogo político y la convivencia. Trump, un adicto a las redes y medios de comunicación sociales ----como otro, aquí en Puerto Rico, a quien le tumbaron la máscara con la que cubría su homofobia, su desprecio al prójimo, y su visión clasista con la transcripción de un chat--- ha sido sacado de algunas de las redes, pero ansía regresar a la Presidencia, que según él mendazmente repite, le robaron.

Esta semana regresó a Puerto Rico un exgobernador que ante la amenaza de ser residenciado por su propio partido y la repulsa de la inmensa mayoría del país, renunció a sus cargos en el verano del 2019. Medio centenar de seguidores ---tendrán variedad de razones y sinrazones para seguirlo--- lo acompañaron a Bayamón, frente a la casa-museo del doctor Barbosa ---quien era republicano--- a escuchar un "discurso" si se me permite abusar del término. Fueron veintiún minutos de incoherencias. La audiencia fue duplicada o más, por un contingente enorme de policías, porque todavía el retornante que "se quedó con la carabina al hombro", sin testificar ante una comisión cameral, camina temeroso por las calles del país de cuya gobernación desertó.

Adolfo, Trump, y su imitador de pacotilla de estilos y tácticas completan un trío. Nada hay como los espejos de la historia para examinar la desfiguración de estos dos "líderes" y de cualquier seudolíder entre sus imitadores. Hay que estar atentos al fascismo y a los factores que abonan a su existencia, pues esta manera de ver al mundo y la vida a través de la mentira y el engaño, circula agazapada a veces y abiertamente en otras ocasiones.

El retorno de Adolfo Hitler hace 102 años nos ofrece lecciones y un lente poderoso para mirar a Trump y a su imitador caribeño más fiel.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).