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Opiniones

Otra paternidad es posible

El rol del padre en nuestra sociedad ha ido cambiando en las últimas décadas, comenta el licenciado Jaime Sanabria Montañez.

El licenciado Jaime Sanabria Montañez.
Foto: Suministrada

Según la tradición, el rol clásico de un padre era, hasta hace unos años, el de la cabeza de la familia, el de una figura que trabajaba, que se ocupaba de obtener el sustento familiar y que educaba a los hijos desde su aura, sin dedicar mucho tiempo presencial porque, en no pocas ocasiones, las jornadas laborales eran en exceso largas y el cansancio demasiado profundo.

Un padre insuflaba valores, sentido de la vida y teorizaba sobre el mundo de los adultos, para que la edad madura no cogiera desprevenidos a los hijos. Claro que esta reflexión se formula desde el riesgo, incluso prevaricador, de incurrir en generalidades, de caer en los estereotipos, a sabiendas de que estos alteran la percepción humana y, en demasiadas ocasiones, no responden a la verdad.

Sin embargo, los estereotipos surgen de una suma de características sostenidas en el tiempo, de una cuota de humanidad cuando se agrupa por geografía, por sexo, por género, por profesión, por costumbres y por un sinfín más de modos de vivir. Y los mismos no se forjan en dos días, ni en dos décadas, y también se alimentan de certezas y, sobremanera, de estadísticas.

Este texto pretende constatar que a algunos estereotipos los acaba erosionando primero, y derrotando después, el propio tiempo, las transformaciones sociales, la educación y la presión de las partes para saltar al siguiente estadio evolutivo.

El estereotipo del padre ha entrado en esta dinámica erosiva fruto de la revolución sostenida en el mundo del trabajo, con la incorporación de la mujer, cada día con menos distinciones, a cualquier profesión como resultado del igualitarismo educativo que está propiciando que, en las universidades de Occidente, la presencia de mujeres sea mayoritaria. No ocurre todavía lo mismo en demasiados países, en particular en los de arraigo del fundamentalismo musulmán, en los que la mujer ha sido relegada a las cocinas y al cuidado de los hijos como sucedía en nuestra cultura hace algunas décadas, quizá no tantas.

Pero esa pérdida de la exclusividad masculina, en el trabajo remunerado fuera de casa, está propiciando, bien es cierto que con lentitud, una reversión del rol del padre distante y está fraguando una nueva generación de padres que están descubriendo que la dedicación a la educación de sus hijos, que la inversión de su tiempo en la atención a ellos cuando la madre está ausente por razones profesionales, proporciona una estabilidad emocional incomparable y compensatoria.

Pese a que el planeta, entendido como ese ente abstracto que contiene a nuestra civilización, ha casi vuelto al mismo lugar en el que estaba con anterioridad a una pandemia superada, no pocos individuos han visto alterados sus patrones de conducta, de relaciones, de emociones, de condiciones de trabajo y también de prioridades.

La posibilidad de trabajar remoto, desde el propio domicilio o desde cualquier otro lugar, ha concedido una nueva percepción a hombres que antes necesitaban desplazarse hasta los centros de trabajo y, aunque en demasiados casos los patronos han requerido la presencia física como norma en la oficina, sigue habiendo un buen número de personas que prestan servicios de manera remota, bien en su totalidad o bien a tiempo parcial.

Ese fenómeno, junto con el ya citado de la incorporación de la mujer (muchas de ellas madres) al trabajo, ha construido una nueva generación de padres (masculinos) que se han visto forzados a alternarse en el cuidado de los hijos con la otra parte (sea mujer u hombre en el caso de familias con progenitores del mismo género) y a desproveerse de patrones educativos tradicionales.

La pandemia supuso ese plus inflacionario que toda transformación necesita para convertirse en revolución, en particular en lo que concierne a lo laboral, y se deberían establecer mecanismos de potenciación para la conservación, cuando menos, de la implementación del trabajo a distancia cuando el desempeño de la actividad lo permita.

No existen casi desventajas en ese apartado del mundo del trabajo. La mejora de las herramientas de control; el ahorro de tiempo; la contribución a la sostenibilidad por la no utilización del vehículo; un ambiente de concentración, sin distracciones; la posibilidad de interactuar con cualquier región del orbe; la sofisticación de la conectividad y de las reuniones on line son factores que debiesen, per se, hacer apostar a cualquier empresario por este tipo de trabajo, siempre que la naturaleza de la empresa lo permita.

Y además, para reforzar lo anterior, la posibilidad expresa de favorecer esa ansiada y luchada conciliación entre las vidas familiares y profesionales para sumar serenidad a las partes, para que los trabajadores obtengan esa añadidura de estabilidad emocional que repercuta en la productividad porque numerosos estudios y encuestas psicológico-laborales han demostrado que los trabajadores felices rinden más y, a la larga, acaban fortaleciendo los resultados de las empresas.

Sin que el hecho de la asunción voluntaria de muchos de los padres de una cuota significativa de la educación y la atención de los hijos haya alcanzado las cifras de la Gran Renuncia, sí existe un movimiento etéreo, sin bautizar, disperso todavía, que exige nuevas medidas para potenciar este fenómeno evolutivo.

Puerto Rico no es ajeno a esa corriente de padres que no quieren verse privados de destinar tiempo, tiempo de calidad a sus hijos y retroalimentar sus ambiciones emocionales que no son otras que tender a la felicidad, a la propia y a la familiar.

Se requiere que las partes consideren la situación actual, la derivada de una pandemia que modificó conductas y que hizo replantearse a demasiados la continuidad de sus hábitos anteriores. Se requiere que los distintos grupos, entiéndase, las uniones, los grupos empresariales y otros grupos de interés de nuestra isla, en colaboración con el sector gubernamental, consensúen normas que faciliten esa conciliación, que ofrezcan herramientas a aquellos padres que aspiren a armonizar sus trabajos con sus hijos, algo que hasta ahora solo se ha venido facilitando a las madres trabajadoras en mayor medida.

No parece haber vuelta atrás, aunque la maternidad y la paternidad tienen connotaciones íntimas distintas por la propia fisiología, por la necesaria diferenciación de los sexos, la corresponsabilidad e igualación en la crianza de los hijos es un hecho imparable que requiere de una introspección seria que nos compete a todos; desatenderse de esta realidad no es una opción. Si quisiéramos que la sociedad puertorriqueña sea mejor.