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Un Ángel caído

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El licenciado Víctor García San Inocencio comenta sobre la sentencia al exalcalde de Guaynabo, Ángel Pérez.

A casi un año de haber sido encontrado unánimemente culpable por un jurado de diez mujeres y dos hombres, se acaba de dictar sentencia con penas de cinco años y tres meses de cárcel —63 meses— junto a una pena de tres años —36 meses— en probatoria y 160 horas de servicio comunitario al exalcalde de Guaynabo Ángel Pérez Otero.

Nunca pensé que habría de estar escribiendo un artículo como éste, sobre un amigo y compañero de trabajo en la Cámara de Representantes, cuyo proceso que apenas comienza, aunque ya se le haya celebrado juicio, se le ha encontrado culpable y haya sido sentenciado, lo marcará para siempre con la comisión de actos de corrupción. Si bien por el Capitolio han desfilado por años personajes corruptos en los cargos más elevados, que resultaron en su día convictos, y cumplieron penas carcelarias, uno no hubiese creído que el representante Ángel Pérez Otero, esta vez por hechos ocurridos mientras ocupaba un cargo alcaldicio, fuese o sería uno más de entre esa lista abultada que agónicamente no para de crecer cada cuatrienio.

El representante Pérez Otero era un legislador trabajador, estudioso, diligente, respetuoso y buen compañero. Hijo de la pobreza y del trabajo, sin negarlo u olvidarlo, como le sucede a tantos, Ángel se preocupaba por los desposeídos, por las personas a quienes continuamente le pisoteaban la dignidad y sus derechos. Quizás él, más que ninguno de sus compañeros, conocía mejor la parábola del Buen Samaritano y se esmeraba por hacer el bien desde su cargo, haciendo las cosas bien, teniendo el respeto de no pocos y la consideración de muchos.

Cuando la Comisión de Hacienda de la Cámara fue dividida en dos por el PNP, partido de su mayoría, para no darle el control de la misma a él, quien había dado muestras de diferir de ciertas prácticas, presidió con dedicación la Comisión de Asignaciones. En Guaynabo donde residió desde muy joven lo veían los electores como una promesa, como algo distinto a la mala racha que ha sacudido a ese municipio desde la muerte del alcalde Junior Cruz hace más de un cuarto de siglo. A pesar de ello, intentaron desbancarlo como representante y luego bloquear su aspiración a ser alcalde. Vacante el cargo, esa vez también por corrupción, pudo prevalecer en una elección interna y luego revalidar en una primaria y en las elecciones siguientes.

Ahora, todas las culpas y todos los caballos se los han echado, y le han pasado por encima al exrepresentante y exalcalde Pérez Otero. En el mimeógrafo de individualizar la culpa y en la gran lavadora del partido político en que milita, se hablará muy poco de las mafias institucionales, de las sórdidas maquinarias políticas truculentas que devoran presupuestos, ni de los conflictos de interés, como tampoco del alquiler del vientre público para parir engendros que hacen más multimillonarios a los multimillonarios. Se reducirá muy convenientemente toda conversación a afirmar que la corrupción pertenece a los individuos, y nada se dirá de la corrupción estructural y estructurada, ni del inversionismo político; ni del uso de la fuerza de la pala y de la coacción; ni de los miles de millones en exenciones contributivas obscenas; y en los cientos de millones repartidos en contratos y subsidios; ni de las hipotecas al medioambiente, los permisos torcidos y los procedimientos desmadrados. Toda esa gran industria putrefacta y corrupta intenta esconderse, atribuyendo y encapsulando la corrupción —a personas que ciertamente son corruptos— a un plano estrictamente individual.

Como si no hubiese ruinas municipales, agencias desbaratadas, presupuestos raídos, quiebra gubernamental y privatizaciones a mansalva, como producto de un programa consciente y deliberado de quienes, desde fuera y desde dentro, controlan a los partidos políticos que se han turnado en el gran reparto y el banquete total.

Mientras los convictos callen, o mientras los casos dependan de testimonios de ratones de poca monta quienes a cambio de penas leves cooperan en el espectáculo de la corrupción individualizada, no se atisbará ni una fracción de la corruptela generalizada que nos ha arruinado como país, y que por cuya causa nos han hipotecado por los próximos cuarenta años.

Ángel Pérez Otero ha caído. Sus abogados apostarán en apelación a la ruleta del tecnicismo, pero nada borrará ya la anatomía de la caída en su caso. Ni que el país casi completo crea que recibió lo que se buscó. Se ha juzgado unánimemente por un jurado de doce personas que la ambición y el dinero lo cegaron. Pero todos saben, y el que no, sospecha, que las causas son mucho más profundas y dormitan en una sombra mucho más honda, que el pozo profundo de la culpa personal.

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