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Mientras tanto, uno se va y otra llega al colapso del más de lo mismo

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Así es nuestro Puerto Rico, supervisado por todos, menos por los puertorriqueños.

Cada sociedad —incluidas las que son coloniales o poscoloniales— es sostenida por un impulso conjunto de sus integrantes para mejorar sus condiciones de vida y la calidad de la misma. Drenada en sus recursos y mutilada su capacidad de avance, el crimen colonial provoca destrozos multigeneracionales.

Cuando la sociedad no es capaz de ofrecer a la mayoría de sus integrantes progreso —suma de lo que se considera adelanto o mejoramiento— las personas hastiadas de no encontrar salida local la buscan en el extranjero, o en rumbos antisociales y delictivos, o, simplemente se retraen. Esto suele pasar entre todos los adultos y es un mal que ataca incluso más temprano desde la adolescencia.

El saldo colectivo de este fenómeno que es político, económico y sobre todo moral, es un sentimiento de pérdida y naufragio que precipita la fuga del recurso humano, ya menguado por los efectos del continuo despoblamiento migratorio, o porque dejan de nacer o se reducen los nacimientos de los llamados a sustituir naturalmente a quienes mueren o parten, por voluntad o ausencia de padres o madres.

Tarde o temprano, inevitablemente, una corriente pesimista y de desesperanza se torna dominante en una sociedad afligida por estos fenómenos demográficos y por males sociales. Cuando la inflexión anula el impulso y lo convierte en implosión, las patologías sociales aumentan, las defensas se precipitan y el decaimiento se convierte en signo de los tiempos y en patrón que rige las vidas de muchos.

Aunque el crecimiento y el desarrollo económico, si es que lo hay, amortiguan la sensación de colapso, cuando son desiguales e inequitativos se convierten, más que en una carga, en un nudo que estrangula a la sociedad. Las instituciones se enferman y entran en crisis permanente, los problemas agudos se tornan continuos y crónicos. Si una sociedad como la descrita, carece para colmo de poderes políticos e instrumentos jurídicos para maniobrar frente a tal tempestad, se le condena a la decadencia o hasta la extinción.

Así es nuestro Puerto Rico, supervisado por todos, menos por los puertorriqueños. Mandado por el Congreso, por la Junta de Supervisión Fiscal, por el Ejecutivo estadounidense y los tribunales de ese país. Se le exigen al Pueblo de Puerto Rico marcas olímpicas para aflojarle un poquito el nudo de la garganta, mientras se le castiga y fustiga por no saber correr con los pies y los brazos amarrados. Se le dice que tiene derecho a explicar, pero se le amordaza. Se dice que se procura su bienestar, pero se continúa empobreciendo más a su gente, debilitando su gobernanza, achiquerando a sus funcionarios electos y dejando en la intemperie a la gente.

A nadie extrañe que sólo un impulso heroico de nuestra juventud, consiga retener a una parte en el país donde la incompetencia, la corrupción y el desgobierno se visten de gala para exhibirse a plena luz del día con toda su impresentabilidad y corruptela. Porque es corrupción procurar el beneficio de unos pocos a base del estancamiento de muchos, y facilitar el enriquecimiento y acomodo de quienes tienen por mérito la pala, el amiguismo del alma, la conexión, el truco o la “riquiñuela”. (Procede de Ricky)

Se está estrenando una “nueva administración” del PNP, el mismo partido que a base de sembrar miedo, promover el inversionismo político y la dependencia, e institucionalizar la ventajería a niveles récord, ha conseguido ganar la gobernación tres veces corridas. Llevan las de continuar la pachanga. Mal los veo, y tristemente, mal nos veremos todos los demás, por el propio peso de su mediocridad e incompetencia acumulada, por sus deudas civiles y penales con los federales, por el déficit de respeto, y por el desprestigio que acarrean, incluso, delante de a quienes abrazan como amos. Si se suma a ello el tsunami del trumpismo, al cual muchos acarician, tristemente, mal nos veremos todos los demás.

Quizás el infierno de los impostores o farsantes que dicen gobernar —y de los que alegan que han gobernado esta colonia— sea, ver cómo el maquillaje se descorre para exhibir la ruina; cómo el gasto de decenas de millones de dólares en publicidad falsa y fatua se convierten en humo, y cómo terminan siendo detestados tanto, hasta por los suyos propios, que no pueden vivir consigo mismos. Quizás ese sea uno de los costos del “tontejismo”, de cogerse de p…… tontejos hasta a ellos mismos. (Viene de Ricky Rosselló la lapidaria confesión-descripción.)

Mientras tanto, uno se va y otra llega al colapso del más de los mismo.

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