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No le llames «Baby»

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Columna del Lcdo. Jaime Sanabria

Sería necesario para el progreso, cuando menos la convivencia, conjugar más a menudo, con hechos y no solo palabras, algunos infinitivos con regusto a concordia, entente y respeto. La propuesta no parece tan complicada de ejecutar como reconstruir el Observatorio de Arecibo, pero se requiere de una dosis añadida de voluntad de las partes, y las partes, todas ellas, somos nosotros mismos.

Delimitar, equilibrar, condescender y atemperar son algunos de esos verbos susceptibles de sufrir un incremento en su uso para reforzar la estabilidad social. Otros más comunes, como respetar, tolerar e incluir, ya debiesen estar integrados en el día a día de los seres humanos, pero todavía falta un trecho para conjugar también a diario estos últimos.

Y si “delimitar” es el primero de los verbos enumerados, no es casualidad, sino que la prelación esconde el propósito reflexivo que pretende irradiar este texto que detona la alusión como “baby”, durante la transmisión por Facebook del partido de básquet del pasado viernes entre los Cangrejeros de Santurce y los Indios de Mayagüez, de una de las componentes del trío arbitral. Lo que él debió, a todas luces, considerar como piropo, procedía de la laringe del narrador.

La mencionada calificación machista (que quizá a él se le antoje como cariñosa, incluso como mimosa), así como el estilo narrativo poco profesional, despertó una oleada de discrepancia entre los aficionados que se hizo extensiva a la sociedad boricua hasta el punto de organizarse una polémica que prolongó el partido mucho más allá de la cancha.

“Delimitar” adquiere esa preeminencia como verbo recomendable; es ese infinitivo que nos permite encasillar nuestros comportamientos en función del contexto, y la narración de un partido de básquet, entre dos equipos profesionales, no admite ni menosprecios a la condición de mujer de una oficial tan capacitada como los hombres, ni tampoco refugiarse en un estilo comunicativo que más se puede acercar al trap que al deporte.

Puede que el público que se ha incorporado a las canchas con motivo de la presencia en los partidos de sus ídolos traperos, y el hecho de que suenen sus canciones durante los descansos del juego, no vea una actitud vejatoria en el comentario, o puede que sí, que algunos sí, pero resulta imprescindible delimitar la música del deporte, la creatividad de la reglamentación, los escenarios de las canchas.

Se debe aspirar a una seriedad no exenta de espectáculo, porque el deporte debe contener esa cuota lúdica que sirva de refuerzo para su conservación y enaltecimiento. Pero si ese modo vulgarizado de narrar y esos comentarios relativos al sexo femenino continúan, no pocos aficionados se bajarán del tren de la BSN. Si por el contrario se trató de un desliz puntual del narrador, lo razonable sería disculparse y no volver a incurrir en el mismo error.

La mujer nunca fue un objeto más allá del trato histórico de una excesiva cuota masculina de la sociedad, de la puertorriqueña y de tantas otras, pero ese menosprecio cultural se ha reducido notablemente en el presente porque realiza las mismas funciones que los hombres y desempeña los mismos trabajos. No se puede permitir revestir de inocencia, alusiones como la de “baby”, a alguien que solo cumple con sus funciones arbitrales, con lo que está costando alcanzar la equidad entre los sexos (y lo que resta).

Se hace necesaria, pues, una rectificación, bien en primera persona por el comentarista deportivo. Resulta igualmente necesaria una censura expresa de la Liga, por voz de su presidente, Ricardo Dalmau, que solo ha condenado tibiamente el incidente a través de un tuit inducido por una oleada de repulsa del segmento de la sociedad que ama más al baloncesto que al trap. Y, en este contexto, es indispensable porque, cuando las acciones adquieren un grosor merecedor de la denuncia, la tibieza enmarca una de las fórmulas de aceptación, y el silencio todavía más.

Por el bien del baloncesto, por la credibilidad evolutiva de la igualdad entre los géneros en la sociedad puertorriqueña, por la conservación de lo multitudinario en las canchas, por el refuerzo de la notoriedad puertorriqueña a través del baloncesto, delimitemos. Situemos en los escenarios lo que solo corresponde a los escenarios y eliminemos del lenguaje deportivo cualquier prejuicio derivado del machismo. Si solo ha sido uno, Puerto Rico y su básquet, bien merecen un error. Reparable, por supuesto.

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