Tuve el privilegio de nacer en una familia cristiana.
Mi primera maestra, fue mi abuela Mariana en la escuelita bíblica y el dar las gracias fue parte integral de mi formación espiritual.
Con el paso de los años repetí la acción de dar gracias, a veces sin detenerme a pensar con profundidad el verdadero valor de las bendiciones que recibía, había salud, para los míos y para mí, había trabajo duro pero, trabajo al fin y todo marchaba bien. Esas reuniones familiares se convertían en una fiesta placentera donde fluían los testimonios de agradecimiento a Dios por todas esas bendiciones.
De súbito todo cambia, sin previo aviso llega la tragedia, la desgracia, vemos a los nuestros con grandes penurias, problemas extremos de salud, los más jóvenes con asuntos apremiantes que atender, a nuestro mayores pasando momentos muy duros con condiciones de salud, encima de todo, esta pandemia que nos quita el trabajo y nos separa de los seres queridos y el efecto de un abraso sanador ya no está al alcance de nuestra posibilidad.
Comienzan nuestras fuerzas a desfallecer y comienza la tristeza a apoderarse de nuestra mente y el corazón, entonces llega el dilema, ¿tengo que dar gracias? Sí, debo hacerlo, porque esa fue la instrucción que recibí desde niña, (dar gracias en todo, porque esa es la voluntad de Dios) y llega la reflexión profunda y descubro que la gracia de Dios se manifestó poderosamente en este tiempo de angustia y como por arte de magia comienzan a fluir las imágenes de cada situación y cómo en medio de ellas llegaba esa mano amiga, ese desconocido que nos abrió una puerta, ese prójimo que sin conocer ayudo a paliar la situación económica, cómo la familia tomo un rol protagónico para cargarme cuando sentía desfallecer, esa amiga que se convirtió en hermana, otros amigos cercanos y no tan cercanos que estuvieron pendientes con demostraciones poderosas de su amor y compromiso por mi y los míos.
Comienzo a tomar conciencia que las puertas de la esperanza se abren de par en par en todas las áreas y me invade un sentimiento de paz que inunda mi ser y es cuando comprendo ese versículo de 1Tesalonicenses 5:18, Dad gracias en todo.
Tengo tanto y tanto que agradecer que puedo decir que solo ahora conozco lo que es vivir en gracia.
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