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Se tornan cada vez más faranduleros, apenas informativos, siendo para nada, formativos.

Los debates políticos en Puerto Rico han evolucionado grandemente durante las pasadas tres décadas. Hay quien dice que han involucionado. Al igual que las campañas políticas donde abunda el vacío y escasea el contenido, los debates se tornan cada vez más faranduleros, apenas informativos, siendo para nada, formativos.

Antes, allá por los años noventa, se podía aprender de un debate. Los candidatos se preparaban, proveían datos, examinaban causas y efectos, y hacían propuestas que iban más allá del qué hacer, para explicar cómo y por qué harían.

El formato de los debates era más serio, es decir, formal. Importaba mucho más el candidato, que el periodista o moderador, y lo que tenía que decir el aspirante. Era inconcebible encontrar un periodista o moderador que se creyera candidato con derecho a consumir uno o varios turnos para rebatir a los verdaderos candidatos. Ésta, es una aberración reciente. Además, para cada debate se fijaban los temas y se separaba tiempo, nada de debates de una hora y media o menos. Se programaban en serie para los candidatos a gobernador y a comisionado residente.

Por supuesto, había programas de debate radial del mismo estilo y tono, aunque generalmente duraban una hora a los cuales acudíamos semanalmente portavoces de los partidos políticos. Algunos privilegiados pudimos debatir varios cuatrienios antes de ser funcionarios electos, casi siempre sustituyendo a quienes sí lo eran. Desde 1985 tuve esa oportunidad casi siempre en paneles de la radio sustituyendo en muchos que se difundían semanalmente al Portavoz del PIP en la Cámara de representantes, David Noriega (QEPD). Fue sin duda una oportunidad y experiencia inigualable.

Cuando hace 32 años fui candidato a Comisionado Residente por el PIP en circunstancias en las cuales los candidatos a la gobernación del PNP y del PPD estaban renuentes a debatir, por lo que hubo muchos debates a la Comisaría, me tocó hacerlo presencialmente, por radio y televisión en cerca de docena y media de ocasiones. Era otro mundo comparado al de hoy. Mucha más gente estaba pendiente. Los moderadores que eran periodistas, también eran lo más granado de su profesión. Si se hacían preguntas dirigidas, se hacían de manera respetuosa y al punto. Había libertad de expresión para los candidatos. Ni el medio que difundía, ni los moderadores eran los protagonistas.

Había cubierta de estos debates, de todos los medios, no competencia antagónica entre los mismos, pues otra vez, el interés estaba puesto en dar a conocer y en difundir el mensaje de cada contendor y de cada ideología o partido. Los políticos, los hacedores de la política, los candidatos y los funcionarios electos constituían el elenco. Las ondas radiales dejaban escuchar a los electores lo que tenían que proponer y decir los candidatos y lo que informaban los incumbentes.

Eso se fue desvaneciendo haciendo posible que más funcionarios públicos electos se fuesen a la clandestinidad sin tener que rendir cuentas, para dar paso a una legión de comentaristas a sueldo en paneles cargados no representativos del espectro ideológico, más enfocados al gusto de los anunciantes y clientes, y a la sazón de los dueños de los medios, que a ninguna otra cosa.

Comentaristos, analistos, comerciantes de las ideas, y algunos gatilleros a sueldo también, se apoderaron de las ondas radiales para “cacofoniar” la dosis diaria de droga dogmática. así se comenzó a devastar un interesante ecosistema de ideas variadas, un instrumento valioso de educación política-ciudadana, para dar paso a una jauría muchas veces incomprensible, como parte de un espectáculo incoherente.

Recuerdo mi primer debate televisado con dos experimentados políticos, un ex-gobernador, Carlos Romero Carceló (QEPD), y un ex- Secretario de Estado y Comisionado Residente, Antonio Colorado. Al primero lo conocía y admiré desde niño por ser amigo de mi padre, y a Colorado, por haber sido mi profesor de Derecho Tributario. Al margen de, o gracias al choque de ideas, había contenido, conocimiento y experiencia de esos compañeros debatientes, lo que obligaba al novato que sigo siendo 32 años después a prepararme.

El espectáculo y el ánimo farandulero no sólo ha estropeado la política, sino a algunos aspirantes y ocupantes de cargos electivos. Pero los estragos mayores parecen haber inundado las cavidades neuronales de algunos comunicadores radiales y televisivos. Dentro de la espectacularidad y el presunto “rating” se ha llegado a reclutar personas sin la suficiente preparación, conocimiento e incluso, se ha convertido en comentaristas regulares a convictos de casos de corrupción.

Para uno mismo como observador, se torna difícil ver, cómo se devalúa a quienes teniendo diplomas universitarios, preparación y experiencia a veces de décadas, se les desplaza, o se les convierte en relleno, dándole primacía a payasos y disparateros. También se ven políticos electos, maestros de la incoherencia, cuando no del escándalo, que se convierten en sabihondos con la magia del guión, las luces y el cámara-acción.

Este cambalache feroz, este pastiche para matar las ideas y proyectar simples sensaciones, ni siquiera alcanza el nivel de la opinión sin fundamento. Se sumerge el contenido en el inframundo de la estupidez. Esto resulta particularmente útil para quienes quieren posponer precisamente las discusiones con contenido y convertirlo todo en un caldo de opiniones donde todo es igual, o da más o menos lo mismo. De esta forma se termina un machacante operativo de medios de idiotización o insensibilización, mientras se grita y clama por “la democracia”.

Aparte del uso de armas de destrucción masiva en la campaña primarista del PNP, y de la utilización de la anemia masiva como arma de aburrimiento extremo en las primarias del PPD, todavía quedan meses largos —por lo menos seis— para intentar rescatar contenidos, reducir la contaminación político-farandulera, y reconducir de alguna forma a cauces educativos el anti diálogo instalado por los ratings, los anunciantes y los guisones.

Esta degeneración política, que además es consecuencia del decadente sistema bipartito PNP-PPD, partidos a quienes no conviene que se examinen las causas y los efectos de su devastación, tiene un importante contrapeso en los partidos de la Alianza de País, Movimiento Victoria Ciudadana y Partido Independentista Puertorriqueño, y también podría tenerla en el Partido Proyecto Dignidad.

Hace falta sin duda un milagro mediático, para que quienes se sustentan con los millones en anuncios gubernamentales y del partido de gobierno, abran cauce a contenidos y reduzcan la radiación farandulera y la de la parcialidad. Sin esa cooperación y cumplimiento de su responsabilidad social, gane quien gane las elecciones, se habrá perdido una buena temporada de educación cívica.

Aunque siempre ha habido charlatanes y portadores de la falta de seriedad, el clima político actual se parece a la crisis de los vertederos. No hay espacio para más basura. El conato del mal llamado primer debate de los precandidatos a la gobernación del PPD, al menos ha servido para que reflexionemos sobre el papel de los medios de comunicación y sus dueños en esta campaña.

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