Como me había retirado del celibato, ahora me toca trabajar un poco más de lo usual para un encuentro de esos que terminan en sabrosura pura. Digo, tampoco es que me toca sudar; con hacer un par de llamadas, enviar unos cuantos mensajes de texto, o regalar una que otra sonrisa me es más que suficiente.

Hace unos días, durante mi hora de almuerzo, quise contactar a un amigo de 'college' con quién salí unas cuantas veces antes de que apareciera el que sacudió mi universo de la poligamia.

Al cabo de un rato, él respondió invitándome a que nos viéramos esa misma noche. Propuso vernos en el mismo motel en el que estuve con 'Culebronpr'.

La verdad es que -aunque elegante- no es un tipo que físicamente me vuelva loca. Creo que ni me atrae. Es un hombre alto y de estructura grande. Basta con que abra la boca para, entonces, quedar tonta con él. Claro, no por su dentadura, sino porque su intelecto y elocuencia son lo que me traen mal. Y, precisamente, por eso solo tenía ánimos de charlar con cerveza en mano y algo liviano para el estómago.

Aunque insistió, al final nos fuimos con mi plan. Tal vez pensó, 'después de unas cuantas cervezas me la llevo pa'l motel', mas no se le dio. Durante las dos horas que pasamos en aquel restaurante del área metro, cada segundo que transcurría le deseaba menos.

Al principio me parecía gracioso, pero mientras más me reclamaba por la ausencia de los últimos meses, como si yo le debiera alguna explicación alguna, más se convertía él en un 'turn off'.

Desde entonces, me empezó a llamar y a escribir por todas las vías posibles casi todos los días y a todas horas del día: en la mañana, en la tarde, en la noche. Me preguntaba 'y ahora?', 'qué haces?', 'puedes?', 'nos vemos en el motel?'.

Le contesté varias veces, nunca logramos intimar. Realmente yo tenía la intención de poner mi cuerpo a sudar con él de él, pero me abrumó. Me olió a desespero, y el desespero, señores, espanta más que un viernes 13.