Por qué no hay un #MeToo puertorriqueño?
En su libro ¿Hostigador en serie? El escándalo de Guaynabo City, la reportera Ivette Sosa lanza el reto de comenzar en Puerto Rico un movimiento para que 'hagamos público el hostigamiento sexual para que se trate a las mujeres con respeto'.
La periodista rompió y siguió cada detalle del caso por hostigamiento y agresión sexual que la mujer policía Yenetamie Díaz Zayas llevó y mantiene contra el ya exalcalde de Guaynabo, Hector O'Neill García. La lectura del libro no tan solo es una oportunidad para repasar los hechos de esta vergonzosa debacle de un hostigador que se paseaba como poderoso cacique político, es tambien una oportunidad para preguntarnos por que no se ha desarrollado en la Isla un movimiento similar al #MeToo en Estados Unidos.
Estoy seguro de que es una interrogante que se han hecho muchos, y muchas, en Puerto Rico a lo largo de este ya más de un año que desde que esta frase, convertida en hashtag, tomó por sorpresa a la cultura estadounidense y de otras partes del mundo tambien.
Primero, vale la pena definir este movimiento que planta bandera con el #MeToo. En 1997, Tarana Burke, una activista de derechos humanos, de raza negra y residente del barrio Bronx en la ciudad de Nueva York, daba apoyo a menores de edad que habían sido agredidas sexualmente. Sus experiencias, según un perfil de The New York Times, la llevaron en 2007 a fundar una organización sin fines de lucro para poder dar más de esa ayuda a jóvenes agredidas. Llamó Me Too a ese movimiento de ayuda.
Diez años pasaron hasta que la actriz Alyssa Milano utilizó esas mismas dos palabras para iniciar una campaña de redes sociales con el propósito de que otras mujeres víctimas del acoso sexual levantaran sus voces en el contexto de las acusaciones contra el director de Hollywwod, Harvey Weinstein.
En el año que siguió, y según el conteo de medios de comunicación y de activistas del movimiento, más de 200 actores, productores y otros hombres en posiciones de poder, principalmente en el mundo del entretenimiento, han sido denunciados por instancias de acoso sexual, sea reciente o pasado, con la consecuencia del escarnio público y de perder o abandonar sus posiciones prominentes.
Una encuesta de Ipsos publicada el 28 de octubre de 2018 arroja que 71% de los estadounidenses conocen del movimiento, 38% entiende que ha cambiado la forma en que se maneja el hostigamiento sexual en su lugar de empleo y 24% de las mujeres encuestadas entienden que el movimiento les ha hecho tomar conciencia de que fueron o son víctimas de acoso o agresión sexual.
Es temprano para definir que cambios, culturales o legales, duraderos va a traer esta nueva conciencia porque los límites del movimiento todavía están en el terreno de lo especulativo. Lo que no se puede negar es que el #MeToo, con sus aciertos y desaciertos, es una prueba irrefutable de la capacidad que hay en el mundo moderno para impactar a millones de personas con una estrategia dirigida a cambiar actitudes culturales en poco tiempo.
Lo cual nos devuelve a Puerto Rico donde, con similar arraigo de las redes sociales y con una incuestionable cantidad de casos públicos de abuso de poder y violencia hacia la mujer, no se percibe un resultado similar para el movimiento #MeToo.
Uno pensaría que Puerto Rico es terreno fertil para el desarrollo de este movimiento. El acoso sexual no es una conducta aislada, es parte del arsenal de actitudes que se encuentran en las mentes inclinadas al abuso de poder. Y tan solo en la clase política, tenemos decenas de ejemplos de personas con inclinaciones al abuso de poder, de todos los partidos.
De la misma manera, aunque no los examinamos con la atención que se merecen, tambien hay decenas de ejemplos de esas inclinaciones en el sector privado.
Una observación puede ser que el #MeToo se concentró en figuras del mundo del espectáculo y, en efecto, las vistas de nominación del juez Brett Kavanaugh fueron un momento para probar que efecto podría tener el movimiento en la arena política, en la medida en que la principal voz de oposición al nombramiento fue una mujer que declaró haber sido acosada por el juez. Pero aún así la nominación fue avalada por el Senado federal con la mayoría republicana en una votación que se dividió por líneas partidistas. Surgió tambien la discusión de si el movimiento era usado por mujeres tratando de tener ventaja indebida por su genero o si en sus reclamos de igualdad repetían las tendencias más deplorables que se le critican al genero masculino.
Por esa misma moneda, lo que allá explotó en el mundo del espectáculo, acá muy bien puede explotar en el mundo político, con el mismo caso de O'Neill. Sin embargo, aunque hubo una campaña organizada por parte de grupos que apoyan los derechos de las mujeres para someter a O'Neill a escarnio y verguenza pública, sigue sin registrarse lo que todo movimiento necesita para crecer y mantenerse: una multiplicidad de voces que se identifiquen con lo que se denuncia por haberlo vivido en carne propia. Es decir, literalmente, voces que digan 'yo tambien', #MeToo. Se trata, hay que advertir, de un paso difícil para cualquier víctima, identificarse y denunciar.
En estos momentos, la violencia mortal contra la mujer ocupa, con sobrada razón, los esfuerzos de las personas y sectores activos en la sociedad, probablemente porque, en una escala de valores, nos debe preocupar más urgentemente el salvar la vida de las mujeres que hoy son asesinadas impunemente. Tristemente, ese reclamo tambien se ha quedado un poco encerrado en los confines partidistas, entre personalizar el reclamo al Gobernador y la reacción miope y acomodaticia de algunas legisladoras de mayoría.
Ambos casos, la denuncia contra O'Neill y las protestas contra la violencia machista, parten del campo de lo legal, de los procesos criminales y la ejecución de la ley. Lo que se busca, sin embargo, va mucho más allá, es un cambio de actitudes y de conducta cotidiana.
No tengo contestación a la pregunta que titula esta columna, la cual se ocupa del pasado, pero, mirando a futuro, un punto de partida para cambios notables podría ser que cada uno de nosotros cobre conciencia de lo que significa el trato igual y cómo exigirlo. Tanto en el mundo público, en los distintos niveles de posiciones políticas, como en el privado, está en nuestras manos crear un ambiente en el que el acosador se rechaza y el acosado se protege. Un ambiente donde el apoyo a la mujer no ocurre de manera hueca meramente por su genero, sino por sus valores y talentos como personas.
*El autor es Editor Jefe de NotiCel.
La periodista de Telenoticias, Ivette Sosa, presenta su libro sobre el caso del exalcalde de Guaynabo, Héctor O'Neill, en la librería Casa Norberto en Plaza Las Américas. (Juan R. Costa / NotiCel)