Reguero de vallas y poca rotulación dificultan el regreso desde la SanSe
La utilización de la transportación pública para entrar y salir del Viejo San Juan con motivo de las Fiestas de la Calle San Sebastián no fue perfecta, pero sí funcional.
Al parecer tanto el Departamento de Transportación y Obras Públicas (DTOP) como el Municipio de San Juan, quienes trabajaron en conjunto desde la estación Sagrado Corazón del Tren Urbano y el Coliseo Roberto Clemente, tenían previsto acarrear más personas de las que acudieron la noche del jueves al tradicional agasajo. Por consiguiente su montaje de vallas y seguridad para los pasajeros que en efecto llegaron a utilizar el servicio, a un costo de $1 por persona ida y vuelta, fue excesivo.
Más de uno se quejó de tener que caminar todo el trayecto, tipo fila para uno de los parques animados de Disney, sin que en efecto hubiera tumulto de gente. De ida no fue tan terrible, porque los auspiciadores regalaron abanicos, jugos, leche, y otros obsequios para hacer de la experiencia más grata.
Los autobuses fueron escoltados de primera instancia por policías estatales, pero al parecer esto no siguió funcionando con el pasar de las horas y fueron eliminados. La ruta de ida fue por la avenida Fernández Juncos hasta el Distrito de Convenciones, y de ahí rumbo a la Isleta de San Juan de forma directa a través de un carril exclusivo, sin problemas de tapones o paradas.
Este medio de transporte llevaba a los pasajeros hasta el Capitolio. No obstante, ninguno de los empleados del DTOP trabajando la logística comentó dónde los recogían, y más de uno caminó por largas horas hasta encontrar la guagua de regreso.
Las calles del Viejo San Juan no estaban atestadas de gente. Se podía caminar, mirar y hasta degustar frituras y bebidas. Entre los presentes había grupos de ciclistas que en vez de agua en sus cantimploras tenían cerveza, y la dieta se quedó en la casa porque ingirieron más de una friturita.
Había menos kioscos de comida y bebida que en jornadas anteriores cerca de la plaza del Quinto Centenario y la Iglesia San José. Igualmente, las letrinas estaban tan dispersas unas de otras, que los visitantes optaban por pagar para ir a los comercios que circundan la calle San Sebastián. El costo por la utilización de los servicios sanitarios fluctúa entre $1 a $5.
Los ánimos eran de fiesta, pero la mayor cantidad de personas eran jóvenes entre los 15 a 18 años.
Las reglas en los establecimientos para vender alcohol fueron bastante estrictas, pero eso no los detuvo. Más de uno llevó su bulto con botellas de whiskey y ron para mezclar con lo primero que encontraran. Todos estos se divisaban sin problemas por la algarabía que formaban hasta el punto que se tornaba molesta para los que estaban a su alrededor por no estar en esa misma página.
Las ofertas en bebidas iban escalando los precios conforme se recorría la calle San Sebastián, por lo que muchos optaron por quedarse en un mismo local para ahorrarse el dinero.
Se avistaron muchas comparsas ciudadanas contagiando a todos a su paso. Les bastó tener panderos y sanqueros para que la fiesta no parara. Fueron pocos los cabezudos y las comparsas de auspiciadores que transcurrieron por las calles.
La ruta de regreso, un poco incierta porque no había rótulos y los policías municipales no sabían orientar a las masas, transcurrió en paz. No más de 15 minutos de espera por los autobuses, pero de igual forma la misma historia de tener que caminar por las decenas de vayas para llegar hasta el vehículo.
'Esto me baja la nota'. 'Por qué no existe un carril directo?' 'El zig-zag me marea', fueron algunas de las frases que pronunciaron los pasajeros de camino tras abordar la guagua que los llevaría a su auto. Ya en la estación, todo fluyó con rapidez. Calabaza, calabaza, cada cual para su casa.