El Mardi Gras abre paso al goce entre el barullo político de Haití (vídeo y galería)
Puerto Príncipe, Haití - ¿Me pongo o no el chaleco antibalas? Ese era el debate antes de ir al Mardi Gras, la fiesta culminante del Carnaval de Haití que se celebra todos los años en Champ de Mars, la principal plaza de la ciudad de Puerto Príncipe donde ubicaba el Palacio Presidencial hasta que el terremoto que hace seis años golpeó la ciudad lo tumbó.
Aunque las celebraciones del Kanaval se extendieron todo el fin de semana en relativa calma, el país cruza por una crisis política que durante mi visita tenía a la oposición en la calle y en enfrentamientos con la policía. Tras ostentar el poder desde mayo del 2011, el ahora expresidente Michel Martelly abandonó la máxima silla ejecutiva al cumplir su término en febrero. Se supone entregara el gobierno a un nuevo presidente pero ante alegaciones de fraude en la primera ronda electoral y la violencia desatada por la suspensión de los comicios, aún no hay un nuevo presidente.
Por ello mi dilema. Las calles no son del todo seguras, mucho menos si eres blanco y, peor, si eres periodista. Encima de eso, iba a
Champ de Mars el día que más concurrido está. Cualquier cosa podía pasar, desde un asalto a mano armada hasta un intento por apaciguar la fiesta a tiro limpio. Las celebraciones estaban pautadas para la tarde por lo que decidí aprovechar la disponibilidad de un chofer para dar una vuelta por la ciudad. Aunque no me puse el chaleco, creí prudente llevarlo por aquello del 'por si acaso'.Antes de llegar a la plaza, me desvié al Gran Cementerio de Puerto Príncipe, un tenebroso lugar donde la vida y la muerte se mezclan con inquieta normalidad. Al llegar, me topé con quien presumí era jefe de seguridad, quien al ver mis dos cámaras me recibió con un 'no' rotundo. En Haití odian las cámaras y un vendedor ambulante me lo dejó saber cuando por poco me golpea ante intentos por retratarlo.
El Gran Cementerio. (Juan R. Costa / NotiCel)Tras una breve negociación monetaria, por mil
Gourdes (unos 17 dólares americanos) me permitieron el acceso bajo el vigilante ojo de Edmond, un guardia de seguridad que no me abandonó ni un instante. Aún me pregunto si estaba ahí para vigilar lo que hacía o por mi seguridad.De momento, me sentí perdido entre miles y miles de tumbas apiñadas que crean una especie de laberinto. Sin Edmond a mi lado, pensé jamás saldría vivo. Más que los muertos, son los vivos quienes más me marcaron... y asustaron.Familias enteras viven entre las tumbas, su único refugio tras perderlo todo en el terremoto o por otras razones. '
Blan
! Blan!', escuchaba en cada encuentro; ese aviso criollo que alertaba mi presencia. De repente, una mujer me siguió. Suplicaba por dinero con su mano extendida. Al negarme, intentóseducirme con una extraña danza. Tras rechazarla de nuevo, se tornó hostil. Edmond intervino y comenzaron los gritos.La mujer gesticuló violentamente mientras parecía hablar con algún ser en el cielo. Me miró con unos ojos que aterrorizaron. No sé qué decía pero señalaba a un árbol con decenas de muñecos colgados. Algo me decía que si no me iba, era yo el próximo en colgar del palo .
Hombres realizan un ritual vudú en el Gran Cementerio.
(Juan R. Costa / NotiCel)En la huida, me topé con una pared; unos hombres hacen un ritual quemando ofrendas y orando ante una cruz al son de tétricos coros. Ellos, en cambio, se dejaron retratar. El vudú es la segunda religión más practicada en Haití después del cristianismo y cementerios como este son foco para sus rituales. En cada esquina, en el piso, en las tumbas, en todas partes encontraba símbolos dibujados y ofrendas quemadas.Confiando en Edmond, minutos más tarde, llegamos a la salida dejando atrás miles de historias y tumbas como la de la familia Duvalier. Sin darme cuenta, estuve dos horas perdido en el Gran Cementerio. Parecieron dos minutos y tenía ganas porarriesgarme más. El chofer se rió al ver mi cara. 'Scary, eh?', me dice en inglés. 'No tienes idea, cabrón', le dije en tono boricua mientras soltaba una agridulce carcajada.Caía la tarde cuando el chofer avisó era hora de llegar a
Champ de Mars. La policía cerraría las vías y no había credencial de prensa alguno que permitiera el acceso en carro. Camino a la plaza, mepercaté de la tranquilidad en la calle. No había manifestaciones ni el usual corre y corre de un día en semana. Todo el mundo esperaba con ansias el inicio el
Mardi Gras, un pequeño escape al sufrimiento cotidiano, normal para muchos de los haitianos en la ciudad.
Un hombre baila enChamp de Mars con cerveza en mano. (Juan R. Costa / NotiCel)Vendedores se apiñaban en las aceras mientras la avenida principal yacía repleta. Gente subía y bajaba entre plataformas de maderas erigidas por aquellos con el acceso -y el dinero- para ver la fiesta en ellas. La policía se alistaba con sus trajes antimotines. Los voluntarios abrían el paso y a las cinco de la tarde en punto comenzó el desfile con el retumbar de las sirenas de la Cruz Roja Haitiana y el Cuerpo de Bomberos.Otra imagen del vudú cruzó la calle. Una decena de hombres de todas las edades, pintados con una grasa negra, simulaban ser entes directos del infierno mientras abrían el camino cargando un muerto (de embuste, por supuesto). Danzando y gritando celebraban el final del
Kanavalcon un ritual que me costó entender. Pero, qué importó si no entendí? Ellos se lo vivieron y las sonrisas eran como ninguna que haya visto en toda mi estadía.Detrás de estos, los destellos de color y voluminosas vestimentas que festejaban la nacionalidad provocaron la ovación del público, recordándome las Fiestas de la Calle San Sebastián. Nosotros tenemos los cabezudos y las batucadas, ellos su vudú y su ra-ra, bandas de música que acompañan cualquier procesión.
Un 'demonio' durante la celebración del Mardi Gras. (Juan R. Costa / NotiCel)Tras una hora y pico, comenzó a caer la noche, y nuevamente la alarma se activó. Recordé los innumerables avisos: 'no salgas de noche, no es seguro'. Aunque me sentía cómodo, no quise confiarme y caminé al punto de encuentro que acordé con el chofer. Me monté en la guagua para regresar al hotel. En el camino vi otra vez la calma, gente cantando y celebrando en las callescon sus televisores y antenitasde antaño en la acera.Solo entonces me di cuenta que, afortunadamente, me equivoqué.No necesitaba un chaleco antibalas ni excesiva seguridad. En el carnaval la política poco importaba. La gente queríadespegarseun rato de la realidad con un poco de alcohol. La ciudad se deja retratar, no protestan y les vale la crisis o el vacío de poder. La política era solo otra razón para sentirse mal y manifestaciones en este día no habían. Más allá, debí confiar un poco más en la gente, bajar la guardia y calmar mis prejuicios.Ya en el hotel, quería volver. Quería retratar el fin del
Kanaval. Mañana sería otro día y con él, las protestas y violencia recobrarían su lugar. Y así fue, con neumáticos en llamas y el ocasional grito de los disparos.
* Nota del editor: Esta es la tercera de cuatro crónicas que componen la serie especial # HaitíHayPaís . Para leer las demás historias, presione aquí.