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Opiniones

No debió ser así, Arzobispo. No debió ser así

Hay algo que nunca se puede perder: el respeto a la dignidad del ser humano.

No conozco personalmente al Padre Tito, pero sé quién es. Lo he visto en la comunidad, en colegios, en hospitales, en restaurantes, en muchos lugares. También he escuchado de él. Y sé, como muchos, que es un tipo buena gente. De esos que no se disfrazan de santidad porque lo suyo es ser humano, un tipo cercano. De los que te saludan sin pose, que se gozan estar y janguear con la gente, y que sirven sin buscar aplausos, pero con corazón. Por eso me impactó - mejor dicho, me dolió - lo que ocurrió este fin de semana en Stella Maris.

Parece ser que, en todas las misas, se leyó una carta del Arzobispo informando su retiro. No fue una nota discreta ni una carta pastoral. Fue una exposición pública. Un comunicado oficial leído desde el altar, con detalles personales, incluyendo una presunta lucha del Padre Tito con el alcohol. Una carta que, aunque intente justificarse con la idea de ser “transparente”, terminó siendo humillante.

Y es aquí donde yo me pregunto: ¿era necesario?

Miren, soy abogado laboral. Si esto hubiese sido un caso en el sector privado y un empleado estuviese atravesando una situación personal que afecte su desempeño, claro que se puede atender con seriedad. Incluso, podría justificar su separación de empleo. Pero aun en ese contexto - el más frío y regulado - hay algo que nunca se puede perder: el respeto a la dignidad del ser humano. Siempre recomiendo que lo personal se trabaje en privado, con respeto y limites, cumpliendo con los protocolos.

Entonces, ¿cómo es que desde la Iglesia, que se supone que sea refugio y no tribunal, se decide hacer pública una herida?

Jesús fue claro con sus discípulos: “Si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas” (Mateo 18:15). A solas. No desde un altar. No frente a todos los feligreses.

Como escribió Antoine de Saint-Exupéry en El Principito, “lo esencial es invisible a los ojos.” Pero aquí se hizo visible lo innecesario. Y se ignoró lo más esencial: el cuidado.

En Puerto Rico, la rehabilitación no es un capricho. Es un derecho constitucional y parte de nuestra política pública. Nuestro ordenamiento reconoce el valor de las segundas oportunidades. No hay que ser abogado para entenderlo: todos fallamos, pero el sistema está diseñado - en teoría - para levantarnos, no para cancelarnos.

Y si eso lo entendemos en el ámbito legal, ¿por qué no en el espiritual?

Lo dijo Oscar Wilde: “Todo santo tiene un pasado, y todo pecador tiene un futuro”. La Iglesia predica redención todos los domingos. Pero la redención no puede ser selectiva. Si uno de los suyos está pasando por un momento difícil, lo correcto no es leerlo en voz alta e informárselo a una isla entera. Lo correcto es caminar con él en silencio.

Porque todos, en algún momento de la vida, vamos a necesitar un break, un acto de misericordia, que alguien nos crea dignos, incluso, en medio de nuestra caída.

Lo de este fin de semana no fue pastoral. Fue institucional. Fue desalmado. Se pudo y se debió decir: “El Padre Tito se retira por razones personales”. Punto. Todo lo demás, sobraba.

La carta ya se leyó. Y como dice un proverbio árabe, “las palabras son como flechas: una vez lanzadas, no hay forma de devolverlas”. Pero sí hay forma de reparar el daño causado, de disculparse y de aprender.

Gabriel García Márquez decía que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Hoy, la comunidad de Stella Maris recordará esta carta. Pero está en ustedes, Iglesia, Arzobispo, decidir si también recordaremos un acto de humanidad que supo llegar después del error.

Porque a veces, y solo a veces, el verdadero evangelio no se predica hablando. Se predica sabiendo callar y rectificando a tiempo.

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