Hasta siempre, mi Bobby
La doctora Bárbara Barros nos habla del amor que le profesamos a nuestras mascotas desde el marco del duelo.
No sabía cuánto te necesitaba hasta que llegaste. Tenías apenas dos meses de nacido, y yo muchos silencios por dentro y acababa de mudarme sola a otro país. Te convertiste en mi compañero fiel, en el que siempre estaba, en el que nunca juzgaba y cada vez que llegaba al apartamento me recibías con tanta emoción, como si hubiese llegado la persona más importante del mundo.
Me hiciste "Dog-Mom", y aunque al principio no entendía del todo lo que eso implicaba, con el tiempo supe que era mucho más que tener un perro y que tú eras mucho más que una mascota: eras familia y tenías un gran propósito. Al regresar a Puerto Rico, y en tus últimos años, pasaste a ser la compañía fiel de mis papás. Con Papi lograste que, ese que decía que no quería perros dentro de la casa y amenazaba con sacarte cada vez que hacías lo que te daba la gana, terminó queriéndote y viéndote como uno más de la familia.
Siempre te voy a agradecer el que cuando Papi enfermó, junto a tu fiel compañera Chloé, te ajustaste a los cambios y fueron un bálsamo de paz y cariño para él, a pesar de los días difíciles. Después, fueron una pieza clave para acompañar a Mami en su duelo y en su adaptación a la nueva realidad. Por esto y muchas cosas más sé que fuiste un perro con un propósito inmenso en nuestras vidas, y por eso te estaré eternamente agradecida.
Hace unos días te despediste, luego de 16 años caminando al lado de nuestra familia. A pesar de que desde hace un año estaba más consciente que este inevitable momento llegaría, ha sido un golpe duro. Aunque algunos quizás no lo entiendan, duele como duele perder a un ser querido. Porque eso fuiste, Bobby: un ser amado.
Quienes hemos amado y cuidado a una mascota sabemos que no solo se van patas, hocicos o colitas que se movían de alegría al vernos llegar. Se va una presencia, una rutina, una compañía que llenaba espacios con su silencio y su amor incondicional.
El duelo por la pérdida de una mascota es real. Es un proceso que puede traer tristeza profunda, nostalgia, diversidad de emociones, e incluso hasta reflejarse en síntomas físicos. Como cualquier pérdida significativa, merece ser reconocida y validada. No hay un tiempo exacto para “superar” las pérdidas. No se trata de reemplazar, sino de integrar el amor vivido en una nueva etapa sin la presencia física del ser amado. Puede ser necesario buscar apoyo psicológico, lo cual no es señal de debilidad o fracaso. Es un acto de autocuidado y amor propio, porque a veces necesitamos ayuda para procesar el dolor, para permitirnos llorar y, poco a poco, volver a reír con los recuerdos.
Bobby, esta columna es para ti, pero también para todos los Bobby que han transformado hogares y corazones. Para los que llegaron cuando no sabíamos que necesitábamos compañía. Para los que nos enseñaron a amar con más paciencia y a estar presentes. Gracias por todo lo que me diste. Por acompañarme en los días buenos y malos, por enseñarme a vivir el presente, por hacerme mejor persona. Nunca te fuiste del todo, porque el amor que nos sembraste sigue floreciendo en nosotros. Ahora, junto a Chloé, le haces compañía a Papi en el cielo, y pensar en eso me da paz y me hace sonreír.
Hasta siempre, mi Bobby.