Votar o no votar, ese es el dilema
Por Vivian Mattei Colón*/'Si eres inteligente, no votas?, decía hace poco un conocido tuitero1 en respuesta al lanzamiento del portal Voto Inteligente, iniciativa digital de varios medios de comunicación masiva para educar al elector fuera de líneas partidistas. La opinión del tuitero, para algunos, cínica, provocó el usual trolleo en las redes sociales de aquellos que no toleran que otros piensen distinto.
Yo voto. Lo he hecho ininterrumpidamente desde que tuve derecho. He votado íntegro, mixto, por candidatura y hasta me he aventurado en la columna del write-in. Este año no será la excepción, pero confieso que probablemente es el año en qué más difícil se me hará lograr una selección satisfactoria.
Como simpatizante de los procesos anárquicos, esto de votar puede resultar una contradicción, sin embargo, creo en ejercer los derechos alcanzados en luchas sociales cuya intención era asignar mayor responsabilidad al ciudadano. La democracia representativa, que supone la selección de quienes actuarán en nombre del pueblo y conforme a sus intereses colectivos, es un método de gobernar que ha perdido efectividad no por culpa de los representantes, sino de los representados, esos que se supone sean inteligentes al votar.
De cara a las elecciones, comenzando con primarias para calentar al corazón del rollo, editores, intelectuales, analistas y otros profesionales se prestan a descifrar el complejo proceso social convertido en carnaval. Los psicólogos propusieron un código de comportamiento para que el proceso rindiera mejores frutos en cuanto a la calidad de los gobernantes, partiendo de los mensajes promocionales de una campaña que se aparte de la típica propaganda y se enfoque en contenidos relevantes.
Pero las elecciones son un ejercicio cuantitativo y lo ganan los que más efectivamente movilizan a los que por ellos votarán. Lo cualitativo… muy bien, gracias! Lo cualitativo queda guardado en algún zafacón donde aterrizó el folleto con la plataforma del candidato. Las elecciones son un proceso de propaganda y movilización que busca gratificar emocionalmente al participante y simplificar el voto para masificar el apoyo. La emoción lo es todo, el contenido, lo de menos.
Por otra parte, vemos cómo estos mismos grupos tratan de identificar las características de lo que algunos catalogan como el candidato ideal, tal vez para crear una plantilla donde comparar cada aspirante con las expectativas colectivas de la sociedad. Es ahí donde yo veo el problema. No necesitamos definir un candidato ideal. Tenemos que construir un elector ideal.
El candidato ideal es una construcción social amañada a cada interés particular por lo que puede ser muchas cosas. Para los teóricos de la Política es el digno representante, ético y capaz de proponer y ejecutar soluciones a los problemas de gobernabilidad de una sociedad. Para el partido, el candidato ideal es el que más donativos y votos traiga a la colectividad, aquel capaz de ganar, no necesariamente de ejecutar. La multiplicidad de atributos para lograr el apoyo puede incluir desde ser el más lindo, el más simpaticón, el de mayores recursos económicos o hasta el más payaso. Ejemplos sobran.
Para el elector común, el candidato ideal será el que proyecte con mayor confianza su capacidad para resolverle (instantáneamente?) sus problemas. Sus expectativas se centran en sus intereses particulares, no en los colectivos, como sociedad o país. Aquellos aspirantes profundos y responsables suelen resultar aburridos y antipáticos para la mayoría de estos electores. A nadie le gusta que el que promete buscando apoyo, le arrastre a cumplir responsablemente como ciudadano. A modo de ejemplo, algunos dicen: 'Bájame el costo de la luz, no me hagas la vida incómoda consumiendo menos energía'.
El candidato ideal puede ser cualquiera. Los maestros de la ilusión pueden convertir en ganador hasta al más insignificante personaje, como si cambiaran la envoltura de un producto de consumo. Desde los días de Nixon, el clásico The Selling of the President (1968) de Joe McGinniss reveló las estrategias mercantiles en la venta de un candidato, construyendo una imagen distinta a la realidad para estimular el apoyo masivo. En la Isla, fueron célebres las expresiones del publicista Joe Franco en la década de los 80's cuando se atribuyó la 'fabricación' del candidato Pedro Roselló. Y vaya que nos lo vendió!
Si bien la propaganda política no es nueva, la proliferación y diversificación de medios de comunicación sin duda ha aumentado su potencial de efectividad. La campaña pasada de Barack Obama maximizó unas incipientes redes sociales para proyectar una intimidad con el elector que se emocionaba al recibir correos electrónicos del candidato de forma personalizada. Todo en política es cuestión de percepción y ésta es manipulable con razonable facilidad si el receptor no es crítico.
Por eso es que digo que lo que nos debe ocupar no es el candidato ideal sino el elector ideal, pues si el que se supone que decide en una democracia sabe exigir calidad y respeto, los aspirantes deben ajustarse a sus expectativas y no lo contrario, que es lo que ocurre en la actualidad, cuando los estrategas políticos definen el objetivo y no el pueblo.
El elector ideal tampoco se hace con una campaña mediática ni un portal electrónico. No se hace en talleres ni seminarios, ni aún en los foros universitarios o los folletos de la Comisión Estatal de Elecciones. Un elector ideal no existe sin un ciudadano ideal, que no es otra cosa que el individuo que vive en sociedad de forma responsable, asumiendo su rol participativo por el bienestar común. Eso se forma a través de un extenso proceso de socialización.
Las próximas elecciones no serán nuestra salvación. No habrá cambios trascendentales. Muchos se proyectarán como la solución ideal y muchos comprarán su propuesta. No habrá las ansiadas alianzas porque cada cual estará cuidando celosamente su kiosko. Muchos se enajenarán del proceso dejando la selección a los más fanáticos.
En las próximas elecciones, ganará el que tenga el corazón del rollo más grande, leal y comprometido a votar. Perderán los que no tengan los recursos económicos ni los estrategas para manipular la opinión pública y controlar los medios. Perderá también el País, de seguro, porque habrá dedicado tiempo y recursos a un ejercicio inútil para construir un Puerto Rico mejor.
*La autora es Catedrática Auxiliar de Comunicaciones en la Universidad Interamericana, Recinto de Ponce. Tomado de 80Grados.