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SAN JUAN WEATHER
80 Grados

Educación y el sistema escolar público

No estoy tan seguro de que el plan decenal para la educación que está ante la consideración de la Cámara de Representantes deba ser aprobado. Aunque se trata de un esfuerzo bienintencionado de personas comprometidas con la educación pública de Puerto Rico y el trabajo que han llevado a cabo en estos últimos años es evidencia suficiente de que estamos ante un intento serio por mejorar esta, imponerle un plan al DE desde afuera va en contra de la autonomía de las escuelas que el sistema educativo necesita alcanzar cuanto antes.

No se trata de que los diversos argumentos que se esgrimen para el Plan Decenal no tengan validez. Quién puede cuestionar una planificación que le ponga fin a la improvisación, sobre todo a la costosa improvisación de decisiones frívolas que responden a los cambios de gobierno? Quién puede oponerse a una serie de acuerdos a ser implantados con el concurso de representantes de algunos de los ámbitos más importantes del país? Quién se atrevería a poner en entredicho la necesidad de evaluaciones periódicas que naturalmente deben influir en desarrollos futuros? Pero la planificación, la participación y las evaluaciones periódicas deben trabajarse en la misma escuela, no imponérseles, según hemos pretendido ya demasiadas veces con la mejor de las intenciones.

En lo que respecta al lugar al cual nos quiere conducir, el proyecto de ley no tiene ninguna falla. A quién podría disgustarle un sistema educativo de excelencia, a la altura de los mejores sistemas educativos del mundo, en el que tanto pedagogos como el personal no docente fuera remunerado adecuadamente, las instalaciones físicas estuvieran al día, la mal llamada deserción escolar fuera un asunto del pasado y el aprovechamiento académico el norte de toda la gestión?

Apenas habría que hacerle sugerencias al proyecto de ley si este estuviera dirigido a construir sobre la misma zapata de la agenda educativa del país, que es la autonomía de las escuelas de la comunidad. Así lo plantea la Ley Orgánica 149 y es lo que en estos momentos debiera continuar siendo una referencia imprescindible si quisiéramos trascender el cliché fácil en el que se nos ha convertido la educación en estas últimas décadas.

Los múltiples retos que confronta el fenómeno cultural que es la educación no se atienden adecuadamente sin tomar conciencia de su complejidad. Por ejemplo, se requiere ponerle fin a la ilusión, tan común en Puerto Rico, de que con identificar metas o dinámicas ideales en algún nivel organizativo o participativo, se resuelven los problemas.

Tenemos un buen ejemplo de esto precisamente en la autonomía de las escuelas de la comunidad. La responsabilidad que madres, padres, estudiantes, maestras y maestros, y personal no docente están llamados a asumir allí no ha cuajado aun después de casi quince años de ser legislada y aun cuando se sabe que no hay otro camino en estos tiempos para que la escuela se nos convierta en ese centro vital de nuestras comunidades. No ha funcionado porque requiere mucho más que expresiones verbales o reunir un grupo de personas bienintencionadas, porque cuesta trabajo, porque supone asignaciones de dinero con las que hasta ahora no se ha contado y una infraestructura tecnológica que posibilite la administración descentralizada. Tampoco ha funcionado porque en vez de asignarle la supervisión directa de los directores escolares al Secretario y debilitar la superintendencia del pueblo, o distrito, esta se debió fortalecer para que ofreciera la colaboración que la administración central cesaría de brindar. A lo que hay que añadir que la experiencia no se ha evaluado debidamente de modo que se hubieran podido atender sus deficiencias.

Expresión de esa complejidad que debemos reconocer es la confusión entre lo que es la escuela y lo que es la educación. No son sinónimos. Quizás caímos en una trampa al cambiarle el nombre al sistema escolar, de Departamento de Instrucción a Departamento de Educación. Lo que se puede hacer dentro de la escuela por la educación en la segunda década del siglo veintiuno tiene sus serios límites. El sistema escolar público, que es de lo que estamos hablando, es importante, pero no es ni de lejos lo único que tenemos que abordar para mejorar la educación en Puerto Rico. Cómo es que podemos seguir exclusivamente concentrados en el sistema escolar público sin hacer referencia a las múltiples instancias en las que nuestros jóvenes se forman o sin hacer referencia a los otros jóvenes que se educan en instituciones privadas? Pensemos tan solo en los medios de comunicación o cómo convivimos los puertorriqueños. La personalidad, la humanidad o cultura que el joven va desarrollando no se nutre precisamente de lo que vive allí en el plantel, sobre todo cuando concluye sus grados elementales, pasa a la intermedia y se cree que ha dejado atrás la niñez con sus esquemas de autoridad. Allí aprenderá a conjugar verbos, a resolver problemas de física, quizás a hablar otro idioma, pero su educación trasciende estas experiencias pedagógicas, sobre todo cuando contrastan tanto con el mundo de la tecnología que le espera afuera.

Así como al expresarnos sobre la educación y el sistema escolar público no se le presta atención a la complejidad que les caracteriza, tampoco traemos a colación consideraciones históricas que tienen mucho que enseñarnos. Ese sistema escolar público que muy legítima, aunque paternalmente, se quiere impactar a través del proyecto de ley del plan decenal, ha sido entre los puertorriqueños objeto frecuente de las mejores intenciones. No es por falta de buena voluntad que en torno a él no haya cuajado algo extraordinario. Aun aquellos y aquellas que han ayudado a desmontar excelentes iniciativas de cuatrienios anteriores estaban convencidos de que lo que implantarían en su lugar sería de mejor calidad.

El país tiene una tradición de inversiones en la educación que supera probablemente la de casi todos los países del mundo. No me refiero a la inversión per capita sino al porcentaje que representan los ingresos al fisco dedicado a ella. Lo que en el presupuesto anual de Puerto Rico se le asigna al sistema escolar gira en torno al 30% del total. Si a esto se le suma el casi diez por ciento que se invierte en el sistema universitario público, estamos hablando del 40% de lo que recoge Hacienda. Qué sociedad ha tenido más fe y esperanza que la nuestra en sus instituciones pedagógicas?

Pero tan importante como tomar conciencia sobre lo anterior es evaluar justamente lo que se ha logrado. Nuestras escuelas públicas siguen enviando miles de estudiantes a las mejores instituciones universitarias del país, al igual que a otros centros educativos donde se les prepara en las llamadas carreras cortas. Si hoy se dice que no llegan con las destrezas adecuadas, es imprescindible reiterar que se decía lo mismo hace cuarenta años y probablemente se repita dentro de algunas décadas, aun cuando se haya alcanzado cierta mejoría. Léase el valiosísimo texto de don Ángel Quintero Alfaro de comienzos de los setenta y revísese lo que escribe Manuel Alonso a mediados del siglo diecinueve en El gíbaro. Allí encontrará comentarios muy similares a los que hoy abundan en torno a esta insatisfacción.

Es la naturaleza de las transiciones entre niveles educativos lo que lleva a muchos educadores a referirse de manera insatisfecha a aquellos que les llegan de niveles inferiores. Y es que en términos generales es mucho más fácil inclinarse a pensar que quien se inicia – en el área que sea – no ha recibido hasta que llega a uno lo que se necesita para tener éxito.

Hay, desde luego, excepciones a estos juicios desmandados. En las instituciones universitarias en las que he trabajado hay muchos claustrales que se quejan de los estudiantes que recién llegan, pero también hay otros que con el tino necesario pueden identificar grupos de estudiantes que se inician con una óptima preparación, resultado de la buena pedagogía de este o de otra maestra de alguna escuela superior del área. Quizás lo que más llame la atención de estos juicios en los que nos quejamos de cómo llegan los estudiantes a nuestras instituciones universitarias sea el olvido que sufrimos de nuestras propias deficiencias cuando entramos a la universidad. Sorprende igualmente que cuatro o cinco años más tarde los profesores nos enorgullezcamos tanto de lo bien preparados que entonces están y hasta de lo inteligentes que entonces son aquellos mismos estudiantes que fueron recibidos bajo tan tristes auspicios. Pero los que los reciben en el mundo del trabajo y en las escuelas graduadas, donde también he tenido la experiencia, vuelven a su vez a cantarse decepcionados con 'lo que les llega'.

Habría que analizar con ojo crítico y no solo prestándole atención a lo que se puede codificar fácilmente, si lo que hace que un estudiante se desempeñe o no excelentemente en el ámbito académico es el ambiente de la escuela en la que estudia, la alimentación que recibió en sus primeros meses, la influencia de una maestra inspiradora o la ausencia de algún pedagogo paciente que lo motivara, las conversaciones que tiene en su hogar, la percepción que tiene de su país, cómo comparte con amigos en sus horas de asueto, su propia madurez emocional, el efecto que tienen en ella o él los medios de comunicación, la conciencia que tiene de la crisis de Estado que sufrimos desde hace algunos años, los ingresos de su familia y tantos otros elementos. Todo esto podría explicar su mejor o peor desempeño y debería ser tomado en consideración por aquellos que aspiran a transformar la escuela puertorriqueña. Desde luego no les sería fácil, pero sería lo propio antes de condenar lo que hay e invertir en proyectos costosísimos. Igualmente complejo es determinar en nuestros días lo que contribuye a eso que llamamos educación. Además, peligroso, porque podríamos averiguar, por ejemplo a nivel universitario, que los estudiantes en realidad no necesitan más que dos años de estudio de lo que hoy se les ofrece y no los cinco y medio o seis que necesitan los pocos que terminan sus bachilleratos.

Al condenar la escuela pública, según se hace tan a menudo, se ignora que año tras año continúan graduándose jóvenes que concluyen sus estudios con una formación adecuada y que posteriormente se desempeñan honrosamente en distintas profesiones y oficios. Esto lo saben los parientes, lo saben las maestras y maestros, directores y directoras, y lo saben los mismos estudiantes que no se dieron por vencidos porque confiaron en aquel ambiente escolar que, sin ser el ideal, los estimulaban. No es necesario mentir señalando que las condiciones de trabajo o de estudio son las mejores, pues no lo son, pero el trabajo colectivo que lleva a cabo el magisterio puertorriqueño, en el contexto de un país con grandes problemas sociales, es en un buen porcentaje exitoso. Insistir sin encomendarse a nadie que se trata de 'un sistema de educación inservible', según escribía el pasado 18 de agosto un periodista tan alerta como Benjamín Torres Gotay, y sostienen, oportunamente, los políticos del partido que no esté en el poder, es a todas luces injusto. Por qué ese rechazo totalmente desproporcionado?

Obviamos demasiado fácilmente lo importante que ha sido durante generaciones este sistema escolar para tantas familias. No nos percatamos de lo que ahora mismo supone para esos cientos de miles de estudiantes que permanecen allí con la confianza de que sus maestras y maestros les están transmitiendo algo que justifica su presencia cuando muy bien pudieran estar con algunas de sus amistades en algún 'mall' a todo color.

Me inclino a pensar que ese desprecio por la escuela pública no consiste de una falta de reconocimiento del esfuerzo de quienes allí trabajan. No es la mala intención la que caracteriza a los que día tras día en los medios de comunicación vuelven a recalcar las deficiencias y pierden de vista que estas no son voluntarias y que tienen sus explicaciones. Es que defender la educación abstracta, a la vez que se critica el sistema escolar real, se oye bien. Quien lo hace no pasa ningún trabajo ni pone nada en riesgo porque habla sobre lo que debería ser mientras obvia olímpicamente lo que hay. De este modo llega a pensar que con poco todo el problema podría remediarse. Pero no es así.

En nuestra época lo que llamamos sin más educación se ha ido complicando y merecería una crítica similar a la que el filósofo alemán Immanuel Kant sometió a la metafísica. Es evidente que ella se ha convertido en una mercancía más que tiene que competir no solo con tantos otros objetos de consumo que también 'educan', pero a la vez con modos de vivir la vida, otras mercancías a fin de cuentas, que parecen exigir menos formación formal y ofrecer más beneficios materiales. No me refiero exclusivamente, según se concluye demasiado rápidamente, al vecino supuestamente vago, a la música que nos puede parecer exageradamente violenta, o a las películas que tan interesantemente nos invitan a compartir sus cada vez más sofisticados espectáculos. Me refiero fundamentalmente a cómo en los últimos cincuenta años se ha ido desmontando tanto en Puerto Rico como fuera de nuestras islas la red de imágenes pesadas que relacionábamos – obligados - a lo que se describía como lo culto. No digamos nada aquí sobre los imaginarios del buen gobierno, la familia, la vida buena, el trabajo digno y tantas otras construcciones que no se pueden despreciar al reflexionar sobre este tema.

Redefinidos de muchas maneras, los supuestos valores de la educación que le llegan hoy en día a quien la consume al final de la cadena de recursos cada vez más menguados que tiene un Estado en el que ha llegado a prevalecer injustamente la idea de una ineficiencia que no justifica las contribuciones que se le pagan, naturalmente inspiran muy poca fidelidad en un país como el nuestro. Pese al esfuerzo extraordinario de directoras y directores, maestras y maestros, y personal no docente que se observa a través de las islas boricuas en cientos y cientos de escuelas, sobre todo elementales, el sistema escolar no logra el 'glamour' con el que sueñan sus críticos.

Dado esto, nadie se debería sorprender ante la mal llamada deserción escolar de algunos de nuestros jóvenes. Este abandono de la escuela es un tema sobre el cual apenas hemos reflexionado con la debida calma. Tendemos a pensar que se trata de un problema que genera la escuela y que no tiene mucho que ver con el país. En vista de que en nuestras instituciones universitarias tienen, por mucho, tasas de abandono mayores, no deberíamos tomar en consideración, por ejemplo, elementos relacionados a una cultura que no estimula el estudio? Por otro lado, tratándose de un sistema escolar que abandonan mayormente jóvenes de nuestras clases sociales más desventajadas, económicamente hablando, por qué no reconocemos que el rechazo de la escuela no es una reacción patológica sino más bien inteligente de cara a una experiencia que aportará muy poco a mejorar su precariedad material, contrario a lo que se dice oficialmente?

En vez de ver sin más el abandono de la escuela como un mal, por qué no le dedicamos más esfuerzos a apalabrar, sin presiones, a estos sectores que la sufren en carne propia y no a verlo como la causa de la criminalidad? Pero por qué esperamos que los injustamente llamados desertores se sientan cómodos en una escuela que es resultado de un ordenamiento social que no ha hecho mucho por ellos? Creo que no es difícil concluir que estos sectores no desean hacer suya la escuela actual. No ven esta como el lugar desde el cual pudieran impulsar transformaciones ambiciosas que les beneficiaran. Se trata de un reto que confirma los planteamientos de los teóricos que siguiendo a Gramsci en nuestra época han insistido en el vínculo estrecho que hay entre política y escuela.

No dejamos de hablar de deserción, un término militar que en tiempos de guerra justifica acabar con la vida de quien la protagoniza, pero se sabe cómo es que ha ido dando numéricamente ese abandono de la escuela a través de los tiempos? Se está al tanto de que la tasa se fue reduciendo paulatinamente a través de las décadas del Puerto Rico del siglo veinte? Durante el cuatrienio 2005-2008 la Oficina de Planificación del DE tenía estadísticas en las que se mostraba cómo se había ido dando este proceso. En los sesenta, época gloriosa de la educación puertorriqueña de acuerdo a algunos, había más deserción escolar que en los comienzos de la primera década de este siglo veintiuno. Un investigador serio como Francisco Rivera Batiz, en un trabajo que publicara junto a Helen F. Ladd en el libro The Economy of Puerto Rico, publicado por el Centro de la Nueva Economía y la Brookings Institution Press problematiza el 40.1 % que se le había informado para el año escolar del 2003-2004, mucho más bajo que el 56.5% que se le ofrecía para el 1991. Tomando en consideración otros elementos que no se habían incluido en los datos, concluía en aquel momento que 'the true drop-out rate in Puerto Rico' era de 21.3%, a la vez que añadía que aunque no se podía negar que Puerto Rico tenía un problema de abandono de la escuela, 'the problem is not as serious as some policymakers believe'.

Si esa tasa de abandono de la escuela se ha acrecentado en estos últimos años, aparentemente a partir de 2008, no deberíamos entonces sospechar que está atada a la crisis económica por la que atraviesa el país? Según ya anticipábamos, los jóvenes que abandonan la escuela saben que esta no les garantiza un mejor futuro y en esta época mucho menos. Por qué la abandonarían si no fuera así? Pero si el abandono de la escuela está vinculado a la economía, no deberíamos entonces reenfocar la discusión? Si un porcentaje de ellos termina trabajando en un punto de drogas es porque están dispuestos a trabajar aun en algo tan peligroso

Al conversar sobre la ausencia de opciones para nuestros jóvenes se trae a colación con frecuencia lo que queda de iniciativas tan valiosas como la de la educación vocacional y la de los estudios tecnológicos post secundarios que el DE todavía ofrece en cuatro institutos que quedan en distintas ciudades de la isla. Sin perder de vista que los estudios vocacionales no se deberían concebir como dirigidos exclusivamente a estudiantes de familias de escasos recursos sino como alternativas para todos los estudiantes, independientemente de su extracción social, no se puede negar que se fueron abandonando. En muchas escuelas vocacionales apenas hay equipo; en otras en que sí lo hay, es obsoleto o está en malas condiciones. Solo en muy pocas hay instalaciones que entusiasman a los jóvenes y los maestros que enseñan allí, como los estudiantes que se benefician, lo celebran.

Qué ocurrió para que un programa que se consideraba exitoso, hoy no sea la sombra de lo que fue? La respuesta no debe sorprender. El DE sencillamente no tiene los recursos para sostener tantos programas técnicos. No los tuvo nunca, pero en otras épocas eso se paliaba con la colaboración de talleres privados y fábricas que donaban equipos que ya no necesitaban. Además, la maquinaria era más sencilla y costaba proporcionalmente menos. A medida en que la tecnología digital se fue apoderando de la producción industrial, se necesitaban cada vez más recursos para reconstruir los talleres. Pero como no se tenía el presupuesto necesario ya no se pudo hacer mucho. Si a esto se le añade la contracción económica por la que ha pasado la empresa privada, podemos entender mejor lo que ha ocurrido. Pero ha sido la escuela responsable de ello? Las maestras y maestros, el director o la directora, responsables? Lo que se debe señalar es que la gestión puntual y la iniciativa desprendida de ciertos directores y directoras, o algún maestro o maestra, es lo que ha hecho posible que haya todavía escuelas vocacionales de primera. Sin embargo, en general el deterioro es innegable, pese a las mejores intenciones de todos los concernidos.

No es por lo tanto correcta la impresión que tienen tantos de que los llamados problemas educativos del país provienen exclusivamente o en gran medida del interior del sistema escolar público. Según he reiterado, la educación no es algo que se dé exclusivamente en las escuelas y es imposible aislar el sistema escolar del tipo de país que somos, un país económicamente pobre. Los males de nuestras escuelas son los males del país. Y los males del país los vivimos, quizás con mayor claridad por constituir ambientes controlados, dentro de nuestras escuelas.

Lo anterior se complica cuando no podemos distinguir entre nuestros males y los males de otro sistema escolar al que estamos atados por razones históricas que no tienen que mencionarse aquí. En los Estados Unidos la educación es orientada a la competitividad global. Los Estados Unidos, según se observa por ejemplo en las mismas repetidas expresiones de sus presidentes, resienten que en pruebas que toman estudiantes de todo el mundo sus jóvenes no ocupen ni de lejos las primeras posiciones. Esto determina su agenda pedagógica, pero es esta la agenda nuestra? Allá el problema que supuestamente se confronta es el de un sistema escolar disgregado, atomizado, dividido en demasiados condados, ciudades y estados. Entre nosotros, el problema, se ha dicho muchas veces, es la excesiva centralización. También nos puede servir de ejemplo que a partir de algunas investigaciones que se hicieran en los Estados Unidos se llegó a la conclusión de que era prioritario modificar el modo en que se enseña a leer en inglés. Acá nuestros estudiosos no han llegado a tal conclusión y la enseñanza de la lectura en español nunca se pensó que ameritaba alguna inversión extraordinaria. Nosotros tenemos otras prioridades, según se puede inferir de estas páginas.

Para atender sus problemas los Estados Unidos desarrollaron bajo el segundo presidente Bush lo que se ha conocido como No Child Left Behind (NCLB), ley o acta que puso todo su peso en desarrollar evaluaciones basadas en métricas estandarizadas. Por la cantidad de fondos que se condicionaron a la participación en lo que doce años más tarde se reconoce que ha sido un fracaso, ningún sistema escolar en los EEUU se resistió a tomar parte en ella. Tampoco en Puerto Rico. Qué político o figura pública, estadounidense o puertorriqueña, se hubiera atrevido a rechazar los billones de dólares que han llegado a través de NCLB? Pero cuánto no se ha trastocado con NCLB, cuántos recursos y cuánto tiempo se han desperdiciado en su implantación?

A través del Programa 'Reading First', dirigido supuestamente a fortalecer la capacidad para la lectura porque de ella, según se alegó, depende el posterior aprovechamiento del estudiante, se le ofrecía a Puerto Rico alrededor de cuarenta millones de dólares anuales. Pero las estrategias que se nos imponían iban en contra de las que aquí, con éxito, se han ido desarrollado para la enseñanza de la lectura en castellano. Estuvimos dispuestos a aceptar los fondos si se nos permitía continuar nuestra estrategia de enseñanza de la lectura en nuestro propio idioma o para que pudiéramos invertirlos en la enseñanza del inglés como segundo idioma. No se nos autorizó ninguna de nuestras peticiones y por lo tanto rechazamos los fondos, alrededor de 120 millones de dólares, lo que fue criticado intensamente por el entonces candidato a gobernador y luego gobernador Luis Fortuño y algunos medios de comunicación.

La obsesión con traer fondos federales aunque no sean necesarios es un ejemplo más de cómo el sistema escolar público es afectado por dinámicas que poco tienen que ver con las consideraciones educativas que en Puerto Rico y en el mundo entero se deben atender. Huelga decir que no solo nosotros padecemos de este mal. En Estados Unidos ocurre lo mismo. La misma ley federal NCLB responde en ciertos apartados a los intereses económicos de colaboradores texanos del presidente Bush, quienes se lucraron enormemente a través de las compañías que crearon para ofrecer los servicios suplementarios que exige el documento.

Nuestro sistema escolar público, sin cerrarse al mundo, tiene que partir de nuestras posibilidades. Tal y como debe celebrar nuestras fortalezas, no puede obviar nuestros escasos recursos. Así como se tiene que reconocer que en términos generales le hemos dedicado mucho, no se puede perder de vista que lo invertido por estudiante es muy poco y que como pinta nuestro futuro económico, habrá de reducirse. El salario de nuestros docentes escolares es una vergüenza. Estudian mucho más que nuestros policías, pero ganan menos. Si un maestro en Finlandia, como en algunos estados de los EEUU, puede llegar a ganar más de sesenta mil dólares, podemos inferir que lo que en tales lugares se toma muy en serio la escolaridad de su juventud. Lo que deben invertir en sus instalaciones será cónsono con tales salarios. Sin embargo, no nos llamemos a engaño. Allá como acá lo que se haga en el aula escolar influirá, pero la educación ya se había alcanzado en aquellas sociedades cuando la ciudadanía asumía pagar más impuestos con el fin de remunerar más generosamente a sus maestras y maestros, y no solo se hablaba de ello o se esperaba que el gobierno, por arte de magia, asignara los fondos necesarios.

Frecuentemente se trae a colación que el DE debe estar utilizando muy ineficientemente los dos billones y medios que tiene de presupuesto anual, pues se trata de una cantidad extraordinaria, mayor que la de los presupuestos de algunas repúblicas centroamericanas. Quien se expresa de esta forma no toma en consideración que alrededor del noventa por ciento se dedica a salarios. Más del siete por ciento se le dedica a energía, agua y transportación y muy poco es lo que resta, si acaso, para innovaciones y proyectos especiales. En este ambiente de seria escasez financiera que caracteriza al DE y que debemos suponer que habrá de empeorar, es que se espera que se produzca educación de nivel mundial. Se debe ir pensando en manejar el asunto de otra manera. Los pocos recursos que se le podrá asignar en años venideros al sistema escolar público debe ser nuestro punto de partida, junto al trabajo voluntario de la comunidad de madres y padres de los estudiantes. Les debemos viabilizar a las escuelas la autonomía y las responsabilidades que la Ley Orgánica les asigna para que allí se determine cómo debe confrontarse esta etapa que el país comienza a vivir. Fortaleciendo la ciudadanía a través de mayores responsabilidades contribuiríamos a la educación del país. Solo a partir de esta educación es que lograremos el sistema escolar con el que soñamos todos.

Los países en los que la ciudadanía se asume responsablemente por los adultos producen ciudadanos jóvenes responsables y sistemas escolares sólidos. Mientras que los países que se enfrascan en pugnas que los debilitan no pueden sino contentarse con sistemas educativos caracterizados por pugnas que lo debilitan. La perseverancia de los finlandeses ante los suecos primero y luego ante los soviéticos los han impactado en todos los reglones de sus vidas. Nuestro retoricismo y nuestra dependencia continúan marcándonos a nosotros en todos los ámbitos de nuestras vidas. Nos hemos concentrado en criticar el sistema escolar, pero al criticarlo se pierde de vista cómo andan otros ámbitos del país, igualmente importantes. Observemos la legislatura, el más reciente Tribunal Supremo, el pasado liderato del Departamento de la Familia, la renuncia en Corrección a todo tipo de rehabilitación, el timo del Seguro Social protagonizado por médicos, la ausencia de un sistema de transportación colectiva, los asesinatos de tantos jóvenes y tendremos que concluir que lo que caracteriza al DE no es único del DE. Es lo que tampoco nos permite superar la crisis económica que experimenta el país. Es lo que no nos ha permitido ponernos de acuerdo para identificar un escenario político en el que se pudiéramos convivir más o menos tranquilamente.

Y sin embargo, cuando se inicia el año escolar, sobre todo en las escuelas elementales, hay un entusiasmo admirable. S0lo se empaña por el festival de malas noticias que acompaña la inauguración de todo comienzo escolar. Mientras maestras y maestros, directoras y directores, y el personal no docente se esfuerzan por reiterar su compromiso con los jóvenes que llegan todavía entusiasmados a los planteles, la prensa compite por ver cuál de sus emisoras, canales o periódicos puede dar con la peor noticia sobre alguna escuela. Durante las primeras dos semanas de lo mal que está el sistema es que se conversa, basando todo juicio en las – digamos que treinta o cuarenta -escuelas que sí tienen problemas de infraestructura, pero ignorando las restantes mil cuatrocientas. Luego los medios van desapareciendo, pero recalcando que todavía faltan cientos de maestros por nombrar, como si la gente que trabaja en el DE no hubiera estado haciendo lo posible por reclutarlos durante todo el verano. Además, a la prensa no le interesa informar que una ley de personal inflexible y hasta torpe, que se ha pedido que se enmiende, es la responsable.

Pregúntenle a cualquiera que haya trabajado en alguna oficina de recursos humanos del DE en la década del sesenta, la época de oro de nuestro sistema escolar según ya escribiera, cuántos maestros quedaban por nombrar en los comienzos de cada año y cuándo era que venían a nombrarse. Pregúntenles a maestros de escuela de aquella época cuántos trabajaban en 'interlocking' porque no había suficientes planteles y averigüen cuántos estudiantes tomaban solo cuatro horas de clase durante años por la misma razón. En aquellos años se reclutaban como maestros personas que apenas tenían tres o cuatro semestres de universidad. Todavía en aquella época había maestras enseñando que habían sido reclutadas con solo un octavo grado. En su mayoría era gente educada que hacían viable un sistema escolar que miraba hacia el futuro con optimismo.

En vez de legislar el plan decenal del sistema escolar que se ha impulsado con muy buenas intenciones y que, no obstante, será visto como el plan de la administración actual, y emplear fondos valiosos en la creación de otro nivel burocrático que se eliminaría en el próximo cuatrienio, se debería trabajar en la educación ciudadana que el país necesita para que en su día las escuelas de la comunidad puedan planificar.

*El autor es un exsecretario de Educación. Tomado de 80 Grados.