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80 Grados

The Initials C. C.

Hace un par de años, mientras andaba fuera de Nueva York en las jaldas libertarias y racistoides de Pennsylvania, salí a comprar cafe al negocio más cercano a las sínsoras de donde estábamos vacacionando. Ya comprado el amargo y transparente nectar, justo antes de montarme al carro, se me acercó un chamaquito blanco de unos doce años pidiendome dinero para la liga local de lucha libre.

Yo le dije: 'tu peleas lucha libre? Yo soy de Puerto Rico y me encantaba la lucha libre cuando tenía tu edad'. Conversamos un rato. El papá del chamaco nos vió desde lejos y se acercó, sospechoso de mis intenciones. Un tipo barbudo, grandulón, con su clásico mameluco hillbilly y la obligatoria gorra de trokero. Me preguntó de qué hablábamos tanto, y le repetí la historia. Me dijo: 'ahh, you are Puerorrican? One of you guys killed Bruiser Brody!' Yo me quedé tieso. Esperando lo peor. Temiendo el vengatorio y bien justificado tajo por la espalda. Pero no. Hablamos del Bruiser y de la puñalada que dicen que le dió El Invader; de como todos saben quién lo mató y nunca nadie fue a la cárcel; de que el Bruiser era un señorón dulce y bueno, amante y amado por las chicas, etc. Pero me dijo al final, todo orgullo y sonrisas: 'Don't worry brother, you guys also have Carlos Colón!' Y ahí estuvo resumido, resuelto y olvidado un asesinato monstruoso y vil: en la figura cíclope del Campeón Universal.

Carlitos Colón. Frente de bisté, empresario y mago de la sangre, musa de murales santurcinos ultrajados, matemático fino de la figura cuatro, apaleador feroz de Rowdy Roddy Piper, Randy Macho Man Savage (RIP) y el siempre elegante y melenudo Aquiles del Tenesí, el brilloso y bien aceitado Ric Flair.

Carlitos es síntoma y espejo de una parte feliz y decadente de la psique e historia del terruño rriqueño. Es de los pocos negros boricuas, junto con Barbosa, Don Pedro y Roberto Clemente, que le ha hablado exitosa y públicamente de igual a igual a los americanos y otros extranjeros. Carlitos se inventó extranjeros para poderles hablar de igual a igual y hacerles tijerillas voladoras. Isleño que argumentó, a fuerza de billete, trampa, fuerza bruta, la figura cuatro y carisma, que los intereses de un boricua -o un grupo de boricuas- eran, deben ser, son y siempre serán más importantes que los intereses de quien sea.

Ahora bien, es interesante reconocer que todo ese aparato cultural y económico señoriado por Carlitos se expresa específicamente por medio de la violencia, o el espectáculo de la violencia. No es casualidad que todo ese trabuco melodramático, gritón, pendenciero e insultante, violento o dike violento, nace en el mismo momento en que el crimen sangriento comienza a ser asunto diario en la isla, allá para fines de los 70s. Carlitos y las Súper Estrellas de la Lucha Libre no crearon esa violencia física que se cotidianizó (sería una bobería decir eso, aunque se dijo); simplemente la retrataron. A la misma vez, algunos se hicieron de fortunas.

Como modelo de desarrollo económico Las Súper Estrellas de Carlitos deberían escandalizar a todos esos falsos profetas que alaban el capital fugaz extranjero y que exigen la genuflexión de la poca y patética burguesía nacional.

Pero hay algo más profundo aún: el establo de luchadores de las Super Estrellas es quizás, al menos para una generación, un importante elemento cartográfico y el primer atisbo de las dinámicas de la globalización y sus pugilatos. Fué por medio de Carlitos y sus tropas que vi y escuché al primer ‘japonés' en mi vida, Kendo Nagasaki (era japonés-americano o inglés, u otro, dependiendo del turno). El Sudán nació en el mapa mental de muchos y muchas gracias a Abdullah the Butcher (era canadiense). Conocí de Yugoslavia gracias a Victor Jovica; de Francia por medio de los hermanos Martell; de Nueva Zelanda gracias a Los Pastores; supe de muchos estados norteamericanos gracias a Ox Baker (Kansas), Ric Flair (nacido en Tenesí pero presentado como de Minnesota, o de Carolina del Norte), Randy Macho Man (nacido en Ohio pero presentado como de Tampa, Florida); y de la existencia de una diáspora latina perdida y encontrándose en Nueva York, gracias a Hugo Savinovich (ecuatoriano en NYC), poseedor del primer acento Spanglish que recuerdo. Carlitos no comulgó nunca con la lucha preciosista y carnavalesca Mexicana , quizás porque la riña boxística Pur-Mex era suficiente. O porque Las Super Estrellas era un asunto prosaico y de estética de mecánico pre-Western Auto.

Mucho era mentira, pero la verdad no era el punto. Agúzate pelotero. Vale preguntarse el porqué era necesario narrativizar de manera tan central el carácter extranjero de tantos luchadores, al extremo de llegar a la mentira y el invento. La respuesta inicial tiene que ver con identidad.

A mi entender en esos años iniciales no hubo un solo boricua luchador (o luchadora, que las había) que se hiciera pasar por extranjero; por el contrario, lo que primaba era la obsesión por la verdad municipal: José Huertas González ‘El Invader' era el Jibarito de San Lorenzo, Carlos Colón el Orgullo de Santa Isabel, Chicky Starr llegaba de Vega Baja (aunque no sé porqué tambien recuerdo a Levittown). Uno sabía el dónde y el porqué de los locales; con los extranjeros you never really knew. Es verdad, era un chovinismo didáctico, pero chovinismo igual.

Ese asunto se complica cuando uno se entera de que Kendo Nagasaki era meramente un ‘envase', ocupado a distintos tiempos por un inglés (Peter Thornley) o por un japonés-americano no nacido en Nagasaki (Kazuo Sakurada), entre otros más. Don Kendo (el Compay Samurai, wink wink), ese contenedor itinerante, con el énfasis en la explotada Nagasaki, cumplía con otro imperativo: el recuerdo constante de lo más terrible, la hecatombe atómica.

Ese recuerdo de la existencia de la violencia en el exterior es también resubrayado por la presencia de ese establo tan extranjero de gladiadores. O sea, que Carlitos nos traía constantemente a nuestras pantallas la realidad de que en todos lados había entes violentos, aunque los nuestros lo eran más porque les ganaban; martillando que esa ola de crimen que crecía en nuestras calles reflejaba paralelamente violencias más allá de la Mar Océano.

Carlitos le estrujaba con su afro azabache la melena platinada a Ric Flair. Carlitos, semidisciplinado en sus carnes, le picaba los ojos al cortadísimo y fisiculto Macho Man. Carlitos se desangraba y guallaba entre los chichos rollos, en extrema hermandad africana, con Abdullah The Butcher ‘del Sudán'. Carlitos, vestido á la Olímpico en pose de ateniense; togado del tinglado; de Santa Isabel al Universo; millonario empresario que no se las guillaba de jefe.

Los ‘jefes' eran los malos: Hugo Savinovich, Barrabás y Chicky Starr, los Tres Reyes Magos promotores. Carlitos le regaló al vernacular isleño el ideal tipo de Chicky Starr, los espejuelos y mostacho de Riquín Sánchez, el concepto de batalla campal y de los pleitos enjaulados y con alambres de púas. Carlitos no bregó Chicky, pues dibujó a proporción isleña la eterna lucha Homérica entre Héctor de Troya (él) y el creído villano Aquiles de Vega Baja o Levittown (Chicky). Abdullah y Carlitos eran panas; y sorry, eso hasta el más pendejo lo sabía. De menor estatura que Hulk Hogan y André the Giant, Carlitos nos dijo casi cuarenta años atrás, con su amansaguapos, que sí era posible mirar más allá del complejo, diferencias de estaturas y el racismo. También dejó una peste de corillo macharrano que hoy día todo lo invade, y con eso todavía hay que bregar. Pero es justo decir que igual introdujo el importante arquetipo de la mujer que se defiende a sí misma: Sasha la de las Largas Uñas.

En serio, Carlitos Colón es lo más cercano que tenemos a Chespirito. Libretista monumental, carnicero de mitos debilitantes, contextualizador de la isla en la cartografía del cosmos. Hay quienes dirán que exagero, y es cierto. Pero exagero mientras digo la verdad; lo aprendí de Carlitos Colón, nuestro amigo.

*Tomado de 80 Grados.

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