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Un país vibrante

En Blanco y Negro con Sandra

En los pasados cuatro días tuve la oportunidad de experimentar eso que algunos llaman un 'deja vu'. Recorde un pasado nuestro no muy lejano, diría que ochentoso o a principios de los años 90, cuando en Puerto Rico había dinero, se construían 'walk-ups' y 'malls' en cada esquina, y mucha gente comenzaba a mudarse para los suburbios. Era una epoca de optimismo y energía.

Se vivía un crecimiento económico a tal grado, que los temas principales de la gente eran el beisbol, las peleas de Tito Trinidad o los concursos de Miss Universe. Era una de las epocas más boyantes en Puerto Rico hasta que reventó la burbuja. El espejismo se desvaneció en una acelerada sucesión de eventos que nos trajeron, uno tras otro, al ahora.

Eliminaron las 936, los empleos de manufactura cambiaron al sector de servicio y al gobierno, la gente empezó a vender sus bonos, y la economía se empezó a detener. Se perdieron los empleos y la gente empezó a irse. Para compensar y aparentar que todo estaba bien, los distintos políticos creaban los empleos en el gobierno, lo que aceleró aún más la deuda pública. Pasaron muchas cosas más hasta llegar al ahora que vivimos. Algo parecido a lo que en Cuba llamaron el período especial, pero nosotros llamamos 'la crisis'. Con una Junta de Control Fiscal cortando dinero al pueblo, pero no a ellos mismos, con un gobierno sin capacidad de gobernar y propenso a la corrupción, y con menos gente que levante lo que queda, porque la opción real que vienen promoviendo los políticos y los periódicos es irse.

Se que en tres párrafos se escapan detalles clave, pero en esencia, esa es la realidad que vivimos en Puerto Rico. Estamos en neutro. Un pueblo en desgaste, sin opciones concretas y con miedo al futuro.

Pero en estos cuatro días respire un poco el aire de lo que se vivía aquí antes. No fue en mi país, sino en la República Dominicana.

Hacía tiempo que no iba a Santo Domingo, y lo que vi y viví me convenció de que las estadísticas son reales. El Banco Mundial dice que la economía dominicana crece a un ritmo de sobre cinco por ciento por año. Es obvio al ver un Santo Domingo totalmente distinto al que deje de ver hace unos años. Lleno de hoteles, anuncios y edificios en construcción. Gente moviendose en una rapidez que evoca las grandes ciudades del mundo, con un tráfico infernal porque sobran los carros, pero tambien los empleos y las oportunidades. La gente lleva un ritmo contagioso, acelerado, en movimiento. Se respira un aire de optimismo fascinante. Es un país vibrante.

Estuve en la República Dominicana invitada a la Feria Internacional del Libro. Hasta allá llegó la controversia de nuestro estatus porque en la ceremonia de inauguración tocaron el himno americano y no solo el de Puerto Rico, al que se le dedicaba el evento. Yo, sencillamente, me enfoque en gozarme el país y observar con detenimiento el entorno y a la gente. Cuando me tocó presentar mi libro, simplemente moví la bandera americana a un lado y deje la mía, la monoestrellada, y ya. No le iba a dedicar más tiempo a un asunto que para mí, no lo merecía. La ofensa verdadera se vive a diario en las imposiciones que sufre Puerto Rico y lo importante en ese momento ante mis ojos no era quedarme en eso. Era ver a los dominicanos apoyando a los puertorriqueños, regalándonos su amor y su solidaridad porque saben que somos ahora nosotros los que estamos en la rueda de abajo. Lo esencial se siente en el corazón.

Alegre, digna, valiente, trabajadora, y sin miedo a superarse, la República Dominicana está arriba y todo indica que seguirá creciendo. ¿Que podemos nosotros aprender ahora de ellos? ¿Que podemos emular de ellos o cómo podemos colaborar para crecer juntos? Esas son las preguntas que quedan en el aire. Lo que es evidente es que es un país vibrante, como yo quisiera que Puerto Rico llegara a ser.

*La autora es relacionista profesional y mantiene el blog En Blanco y Negro con Sandra.

Sandra D. Rodríguez Cotto. (Juan R. Costa/NotiCel)

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