Log In


Reset Password
SAN JUAN WEATHER
Opiniones

El Corruptavirus

El licenciado Víctor García San Inocencio hace un paralelismo entre la pandemia de COVID-19 y el otro virus que afecta nuestra sociedad: la corrupción.

El licenciado Víctor García San Inocencio. (Juan R. Costa / NotiCel)

Foto:

“Las mascarillas no pueden ser mordazas”, como ha sentenciado genialmente la siempre senadora María de Lourdes Santiago.

Hay un virus mucho más resistente y creciente que el COVID-19, aunque ambos se parecen mucho. Tenemos que hablar del virus de la corrupción, el corruptavirus que aplasta al país, aunque los buenos sean la gran mayoría victimizada.

Igual que el COVID-19 este virus llega sigilosamente. No se muestra, se enmascara sin que exhiban síntomas ni quienes lo portan, ni las estructuras y personas a quienes corrompe o las que que se dejan.

Durante su periodo de incubación que puede ser extremadamente corto, dependiendo de las conexiones que se tengan en la Fortaleza o en las altas estratas gubernativas, el virus se instala fácilmente evadiendo un sistema inmunológico debilitado por el triste hábito de no fiscalizar y hacerse de la vista larga.

Fortalece al corruptavirus la presencia de órganos incompetentes, faltos de preparación o simplemente cómplices del contagio. También facilitan su entrada al cuerpo político y gubernativo los portones anchísimos de autoridad, que abiertos de par en par dan discresión decisoria a funcionarios corruptos --previamente contaminados-- quienes le permiten al corruptavirus y a sus propagadores operar a pata suelta.

El corruptavirus al igual que el COVID-19 utiliza las proteínas --en este caso de los billetes largos-- para adherirse a la pared de las células sanas e infiltrarse para apoderarse del RNA y comenzar a multiplicarse. Se necesita un medio corrupto, con cómplices internos, con inepta, ciega o corrupta supervisión y fiscalización, y muy pronto, estará adentro.

La variedad de manifestaciones y los lugares donde jangea el corruptavirus es ancha.

Puede tratarse de la intervención impropia y antiética en un expediente criminal donde hay interés personal familiar, por el jefe del Jefe de los fiscales que investigan el caso; como también de evasión de cumplir el deber para no investigar mafias o cosas inconvenientes en Hacienda.

Puede tratarse de suministros en almacenes cuya entrega se manipula para favorecer a repartidores de ayuda a políticos del mismo combo, como también puede manifestarse en almacenes de medicamentos o alimentos vencidos por los cuales se paga renta. Claro, para esto hace falta que se dejen vencer los medicamentos y que estos sigan almacenados hasta que el encubrimiento se consuma por el paso de largo tiempo.

Hay también casos colaterales, como los que se derivan del intento de esconder la enfermedad disfrazando los síntomas, negándose a intervenir y botando de altos puestos a quienes les llama la atención un posible caso positivo.

El corruptavirus es así, contagia y consigue cómplices antes de llegar y luego como huesped. Por ello sigue contagiando y esparciéndose, porque se sirve del silencio, del hábito de algunos de no buscar medir su incidencia real, demorar y no verificar, ni hacer las pruebas necesarias.

Cuando se recogen las muestras, a veces mal, se las etiqueta mal y se las envía a la Cochinchina. Así que los primeros positivos nunca llegan como con el COVID-19 y si llegan es por la magia de una confesión o una delación que no es necesariamente “pura”.

Así es este corruptavirus insidioso, que se vale de especuladores desalmados, quienes son cualificados instantáneamente para pasar de una especialidad a otra, saltándose a cualquier lista de cualificados, especialmente en periodos de emergencia.

Pues esa es la época de hacer fiesta, cuando se le dan vacaciones a los sistemas de control; cuando la fiscalización --si alguna-- se va de juerga; cuando se abren las ventanas de veinte minutos para firmar a la cañona los papeles, como planteó la saliente secretaria de Salud, doctora Quiñónes de Longo.

Cuando la enfermedad del corruptavirus llega al banquete total y sucede un accidente aparatoso, siempre porta el seguro o la esperanza de que si alguien se entera, se suspende la fiesta, se devuelve el dinero pagado y “aquí paz y en el cielo gloria”. Ese es el encubrimiento estructurado, el de “borrón y cuenta nueva”.

El corruptavirus es así, es capaz de borrar sus huellas, sin dejar evidencia de que estuvo allí porque no hay prueba molecular, ni atómica que valga: se roban hasta los anticuerpos.

Para ello necesita funcionarios que entonen la canción que popularizó Daniel Santos, “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo, si algo pasó, yo no estaba allí", canción que se escucha descaradamente en La Fortaleza, la número 1 en su “hit parade”.

¿Qué le puede suceder a un virus natural como el COVID-19, cuando el Corruptavirus se ha entronizado y se ha apoderado de las entrañas del cuerpo político-gubernativo responsable de la Salud Pública, si es que el concepto cabe luego de 25 años de corrupta privatización?

El virus natural encuentra todas las vías abiertas. Vías que le son brindadas por encubridores de oficio y de afición; vías que se facilitan por inversionistas políticos y cazadores de esas inversiones; vías que se agigantan cuando publicistas, relacionistas y vedettes profesionales se arrojan a la pista del circo a hacer coreografías que antagonizan con la ciencia.

El Corruptavirus embrutece e insensibiliza. No permite ver que se trata y están en juego vidas, incapacidad física y de salud que es contra lo que apuestan. En el juego de la ventajería, la gula insolidaria y el enriquecimiento sanguinario, los corruptavirados llevan a la Patria a la ruina, y lo más triste es que como al envenenador que financia los puntos y los cargamentos de droga, están zombis o no les importa.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).