El asiento 11 A
Trataré de conseguirlo para mi próximo, si es que tomo algún vuelo más, luego del terrible tratamiento que recibí el mes pasado en un vuelo desde Madrid a San Juan.
El 11 A es el asiento a ocupar. Trataré de conseguirlo para mi próximo, si es que tomo algún vuelo más, luego del terrible tratamiento que recibí el mes pasado en un vuelo desde Madrid a San Juan, quienes todavía ni me han traído, ni se han hecho responsables por el equipaje que extraviaron.
Vishwash Kumar Ramesh, ciudadano británico que volaba en el vuelo de Air India hacia Londres fue el único sobreviviente. Viajaba en el asiento 11 A y escapó a través de una grieta en el fuselaje que le permitió escapar de la conflagración.
Todavía no se sabe la causa del accidente en la India. Sí sé lo que provoca el suplicio de miles de viajeros diariamente expuestos a la gula y a los errores de automatización, con la consabida negligencia, que las líneas aéreas provocan continuamente.
En mi caso no viajaba en el asiento 11 A. Los problemas empezaron antes de despegar. Nunca llegó en Roma la asistencia reservada con la propia línea aérea para facilitar el abordaje de mi hermana, que tuve que gestionar de prisa a pesar de sus dificultades para caminar.
Fuimos los primeros en la fila, pero los empleados de tierra llegaron bien tarde y a cuentagotas y, quizás, tuvieron problemas con el sistema. Debido a ello facturaron las maletas y nos dieron los boletos de los abordajes de prisa. En Madrid, el aeropuerto de escala, la asistencia con cambio de portón de salida fue un precipicio salvado milagrosamente por una heroica ujier que nos llevó de extremo a extremo de la enorme terminal con el corazón sobresaltado logrando el imposible de abordar luego de que abrieron la puerta que ya estaba cerrada.
Pero lo mejor de la tortura nos lo tenían reservado al llegar a San Juan más que a tiempo. La asistencia llegó, pero el ascensor que permitía bajar al primer piso se había dañado como otros días de esa semana, según nos contaron. Aunque me adelanté al área de equipaje y esperé más de una hora allí, vi a todo el mundo pasar la aduana e irse, menos a cuatro pasajeros que no conseguían llegar en sus sillas de rueda, hasta que Aduana autorizase utilizar otro ascensor.
Ni la Carta de Derechos para las Personas con Impedimento, ni el ADA, ni los convenios internacionales, ni nada, sirvieron para acelerar en el suplicio que en nuestro caso se extendió por más de 12 horas.
A Kumar Ramesh lo hospitalizaron dando gracias a la Divinidad si lo hizo, sin llevarlo por estos trotes. Viajaba en el asiento 11 A. De seguro no tendrá que pasar por la tortura de tratar de comunicarse con su línea aérea quienes con sus modernos sistemas electrónicos y algorítmicos descartan al pasajero-cliente o le hacen personalmente promesas que no cumplen, tales como la que recibí en tierra: “le llevaremos las dos maletas mañana cuando lleguen”, o cuando sacudiéndose llaman para que sea el viajero quien vaya al aeropuerto obviando su compromiso, o luego de incontables intentos, cuando se escucha una voz humana, “lamentablemente han pasado más de siete días, sólo puedo registrar una, la que aparece en sistema, con la otra nada”. Claro está, para luego recibir de inmediato un aviso electrónico confuso denegatorio y sin ofrecer salida o remedio.
No hay que ser senador para que sobrevendan el vuelo o dupliquen el asiento y tenga uno que bajarse. A esas reglas se sabe que se está expuesto. Pero hay estrellamientos a paso lento como muchos episodios a los cuales se expone a los pasajeros, y no me refiero al traqueteo sistemático con las básculas que encontró el DACO en el aeropuerto.
Hablo del estrellamiento en el trato, en incumplir acuerdos o promesas, en no satisfacer los requerimientos, no ya contractuales, sino jurídicos. Hablo de las programaciones irresponsables, con tiempos de espera que presumen que los pasajeros son atletas olímpicos que pueden recorrer grandes distancias en tiempos récord o que disponen de días largos para sentarse a esperar lo que no llega, para no hablar de las cancelaciones y retrasos tan comunes.
Llevo viajando en avión desde niño localmente y como universitario desde los años setenta. Mi relación con la línea aérea maltratante que vuela a España debe terminar. Es una relación unilateral y tóxica donde el viajero no vale para nada cuando la línea aérea se equivoca. Sé que los administradores del Aeropuerto tienen su parte de responsabilidad por dejar sin reparar o no reparar rápidamente los ascensores. Supongo que algún inspector local o federal los sorprenderá en la pifia y los multará en grande.
No sé si el pasajero sobreviviente del asiento 11 A podía escoger otra línea aérea para volar hasta Londres desde la India. Mientras no haya otra que vuele a España, tendré, si es que vuelvo a viajar, si me recupero, que hacer escala en otro lugar. Eso sí, procuraré el asiento 11 A.