Los teatreros franceses que le sacan carcajadas a Hamlet
¿Es posible reír desde la profundidad trágica de Hamlet? La respuesta es sí: hasta el próximo 12 de enero en la Comedie Française, gracias a uno de sus actores más celebres y gran figura del cine frances, Denis Podalydès, y al director de escena británico Dan Jemmett.
La idea ha soliviantado a una parte de la crítica, que ha llegado incluso a lamentar "la trampa" tendida al "pobre Denis Podalydès", quien, sin embargo, no ha expresado lamento alguno.
Al contrario, el actor nunca ocultó su satisfacción por haber llegado a interpretar al famoso príncipe danés "in extremis", al no ser ya tan joven, mientras subrayaba que cada época inventa su Hamlet, una pieza tan larga que los inevitables cortes que se le hacen marcan el enfoque deseado.
De ahí que según los montajes -el de Jemmett dura más de tres horas- Hamlet pueda ser ante todo loco, guerrero, payaso, revolucionario, lúcido, actor de su propio papel, puritano, simple neurótico, tirano, o todo a la vez y mucho más.
El público, que según fuentes del teatro llena la sala Richelieu desde el pasado octubre, celebra junto con una parte de la crítica este inesperado "Hamlet", cuyo sombrío camino hacia la muerte se llena a veces de una ironía que suena a chiste.
La aparente intranscendencia revela sin embargo con mayor certeza la podredumbre moral de la corte imaginaria en la que se desempeña el heredero, y su grave situación.
Para ello, Jemmett se apoyó en la tesis de que "los grandes temas pueden resurgir todavía mejor en un entorno banal" y convirtió el castillo de Elsinor en un club de esgrima nada chic de los años setenta.
Su tragedia refleja la despiadada virulencia buscada por Shakespeare en 1600, precisamente porque hasta sus personajes más perversos parecen en algunos momentos humanos y entrañables.
Sobresale en la materia Claudio, aquí tan dicharachero, afable y vividor, del brazo de su amada y sexy Gertrudis, esposa de su hermano y rey de Dinamarca, hasta que él lo asesinó semanas antes.
Dan Jemmett osa además afinar algunos momentos claves de la pieza dándoles un trasfondo cómico, o irreverente, como cuando traslada ciertas escenas al excusado.
(EFE)
Así, su Hamlet se hace el loco agitando desde el inodoro un rollo de papel higiénico en son de paz, tras haber asesinado por error a Polonio, chambelán del rey y padre de su novia.
La propia Ofelia no se ahoga en el riachuelo vecino, enloquecida por su doble desgracia, sino que se deja la vida en el aseo de señoras.
Por si fuese poco, el mismísimo Hamlet, calavera en mano, concluye la definitiva cuestión del "ser o no ser" también en el retrete.
El desconsuelo del príncipe es sin embargo tan profundo como su odio por el asesino de su padre y su desprecio por Gertrudis, quien recién enlutada encontró nuevo marido para conservar la corona.
A su dolor, Hamlet suma la dificultad de cumplir la venganza que reclama sin piedad el espectro de un padre, seguramente idealizado.
No obstante, pese a que la risa y la provocación acompañan a veces la amarga píldora de tanta desgracia, el objetivo de Jemmett y de sus fantásticos actores no es ciertamente divertir.
Reirse de verdad este mes de diciembre en la Casa de Molière es posible, pero viendo "Un fil à la patte", el montaje de Jérôme Deschamp ya histórico aunque solo data de 2010, portado más allá de su autor, Georges Feydeau, por dos increíbles cómicos Thierry Hancisse y Christian Hecq.