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Cómo Grecia se convirtió en mercado negro de la reproducción

(Archivo/ EFE)
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ATENAS - Tráfico de óvulos, de vientres, de bebés. Delitos que parece que solo ocurren en los lugares más oscuros. Sin embargo, una de las mayores redes internacionales de este tipo ha sido desmantelada en la Unión Europea, donde llevaba varios años operando.

Las Policía griega y la búlgara, en colaboración con la Europol detuvieron a más de 60 implicados, entre ellos una ginecóloga, un abogado y varios empleados de una clínica privada. Identificaron a 30 víctimas. Solo cuatro de ellas se atrevieron a denunciar su caso.

Casi nadie en Grecia esperaba que algo así estuviera ocurriendo frente a sus narices. Sin embargo, es el lugar perfecto para ello. Desde hace 18 años cuenta con la legislación más permisiva en materia de gestación subrogada. Es el único Estado miembro donde es legal que una pareja que no puede tener hijos, sea de donde sea, alquile el vientre de otra mujer.

La Policía ha destapado el tráfico humano ligado a la gestación subrogada. Las lagunas de la legislación griega han propiciado un entorno de riesgo que muy pocos conocen.

La ley más laxa

Aunque en la última década miles de negocios griegos han echado la persiana, hay una industria que, sin hacer mucho ruido, no ha dejado de crecer: el mercado de la fertilidad. En Grecia hay unas 60 clínicas de reproducción asistida, una cifra notable teniendo en cuenta que tiene menos de 11 millones de habitantes.

Fue, precisamente, el lobby de los ginecólogos el que impulsó que un país conservador, que en muchos casos sigue a pies juntillas los preceptos de la iglesia ortodoxa, aprobase en 2002 una ley sobre reproducción asistida que legalizó la gestación subrogada.

“Todo se hizo muy en secreto, si no habría habido más protestas, empezando por la Iglesia y las organizaciones feministas”, asegura Sisi Vovú, presidenta de la asociación feminista To Mov y exmiembro del partido izquierdista Syriza.

La justificación oficial para aprobar la ley fue el problema de natalidad del país. Actualmente, en Grecia se tienen de media 1.3 hijos, muy por debajo de los 2.1 necesarios para el relevo generacional.

En 2005, el Gobierno modificó la ley para establecer un sistema de control en los procedimientos de reproducción asistida. Le correspondía al Ministerio de Sanidad aportar fondos, personal y equipamiento, pero llegó la crisis, y los controles no funcionaron según lo planeado. “De ser así, gran parte de las clínicas no habría pasado el control y no estarían abiertas”, cuenta Takis Vidalis, asesor legal de la Comisión Nacional de Bioética.

La industria de la reproducción asistida creció rápidamente y sin control durante catorce años en un país donde escaseaban las oportunidades y en 2014 quedó abolido uno de los requisitos para evitar el turismo médico y los posibles abusos. Desde entonces no hay que ser griego ni residir en el país para alquilar un vientre.

“Con quedarte en Grecia tres días, sobra. Sólo tienes que conseguir la licencia del tribunal, lo que por supuesto es una garantía, pero normalmente sólo revisan los documentos y si no falta ningún papel, proporcionan la licencia. Para esto sólo necesitas un par de días en un buen hotel, después puedes volver a tu país”, explica Vidalis.

Otra de las claves es que, a diferencia de otros países también populares por los costes, el bebé es legalmente su hijo incluso antes de nacer. La resolución judicial se dicta antes de la transferencia embrionaria y no hay adopción de por medio. En sus primeros diez días de vida el niño es inscrito en el Registro Civil sin que quede rastro en su certificado de nacimiento ni de cómo se engendró ni de la madre de alquiler. Solo en el extraño caso en el que la gestante crea que el niño es suyo podría solicitar quedárselo. Esto, sumado al anonimato de los donantes de óvulos y esperma, es una gran ventaja para muchos padres de intención, pero también da pie al abuso de mujeres y al tráfico humano y de óvulos.

Tan sólo Países Bajos permite la gestación subrogada en la UE además de Grecia, pero con muchas más restricciones. Es un paraíso de la industria reproductiva dentro del espacio Schengen.

Gestación altruista

La gestación subrogada en Grecia puede tener un precio final de entre 60,000 y 80,000 euros. En California, otro destino popular, suele alcanzar los 200,000 dólares (unos 185,000 euros).

“Los ganadores aquí son las clínicas y los médicos. Sale perdiendo la integridad del cuerpo de la mujer. No podemos aceptar que la sociedad permita esto sólo porque son mujeres pobres o dispuestas a hacer cualquier cosa porque el dinero manda”, dice Vovú.

La ley griega sólo permite la gestación subrogada altruista, pero prevé el pago a la mujer gestante de los gastos médicos y una cantidad adicional por los días de trabajo perdidos y “otras molestias”. Esta cifra no debe superar los 10,000 euros pero, en un contexto en el que ni siquiera los controles básicos sobre las clínicas se llevan a cabo de forma eficiente, es difícil demostrar que no ocurre.

Encontrar una madre de alquiler dispuesta a hablar no es tarea fácil. Ni siquiera las organizaciones helenas feministas o contra la trata conocen bien los riesgos de la gestación subrogada. Es un negocio que se produce en la sombra y muy difícil de identificar.

En la última década la Policía ha conseguido cerrar sólo tres casos de tráfico relacionados con maternidad. “No es que haya muy pocos casos, sino que es un delito muy bien ocultado y es muy difícil obtener la información necesaria para lanzar una investigación”, cuenta Spyros Brátsikas, capitán del equipo “Antitráfico” de la Policía Griega. La investigación que llevó a las detenciones de finales de 2019 comenzó con pequeñas pistas: jóvenes búlgaras aparecían esporádicamente en clínicas del norte de Grecia para dar a luz, daban nombres falsos y desaparecían un día después sin dejar rastro.

Un par de mujeres de Europa del Este acudieron a Syriza, quizá por miedo a la Policía. Las habían forzado a hormonarse, metido en un coche y llevado a una clínica para inseminarlas. Después les dieron unos cuantos cientos de euros y las dejaron a su suerte.

En cambio, algunas están dispuestas a repetir. Es el caso de Paraskevi -nombre ficticio-, una mujer del norte de Grecia que fue madre de alquiler hace 5 años y contó a la agencia nacional de noticias griega que quiere volver a hacerlo. En su caso, de forma claramente retribuida. Una clínica le ofreció 20,000 euros pero no se fió: “Una de sus condiciones era que no hubiera ningún contacto con los padres de intención. Sólo podían verme el día del parto. Esto me hizo pensar en tráfico humano. No entiendo por qué no pueden tener contacto ¿Y si fumo o bebo alcohol? ¿No tienen derecho a saberlo?”, explica.

“Una mujer me dijo que preferiría darme el dinero a mí en vez a estos traficantes. De hecho, soy yo quien arriesga la vida. Durante un embarazo puede ocurrir de todo. Sin entrar en todas las medicinas y hormonas que debemos tomar”, recuerda.

Contratos transfronterizos

Cada vez más los contratos de gestación subrogada son transfronterizos y, debido a sus altos costos, también van teñidos de desigualdad de clase. Tan sólo personas con un gran poder adquisitivo pueden permitirse este desembolso por lo que se pone al otro lado, el del horno productor de niños, a mujeres jóvenes y vulnerables. En los casos cerrados por la Policía griega todas eran “jóvenes extranjeras, procedentes de familias disfuncionales, muchas veces con antecedentes de violencia doméstica”, explica Brátsikas.

“La madre de alquiler es reducida a un objeto. No se sabe nada sobre los efectos de la maternidad subrogada en su desarrollo psicológico, eso a nadie le interesa”, afirma el doctor Andreas Karambinis, vicepresidente de la Comisión Nacional de Bioética. Asimismo, preocupa la identidad social del niño: “No tenemos ningún dato científico sobre su desarrollo psicosocial. La gestación subrogada debe ser el último recurso o en el futuro habrá un nuevo grupo de personas que habrá nacido para cubrir las necesidades de otros, sin que nadie se pare a pensar en sus derechos”.

Para el doctor Thanos Parasjos, director de la clínica de reproducción asistida emBIO, en un suburbio adinerado de Atenas, la historia es completamente diferente.

“Siempre que todos los implicados tengan claro lo que hacen, una mujer que no puede concebir acaba teniendo, de una forma u otra, un hijo biológicamente suyo gracias a una técnica que ni siquiera existía hace unos años”, argumenta.

En su clínica, varias plantas modernas de laboratorios, consultas y salas de inseminación, atiende a parejas de todo el mundo. Asegura tratar unos 6 casos de gestación subrogada al año y cientos de reproducciones asistidas al mes. La pared de su despacho está repleta de fotos de niños, dibujos y tarjetas de agradecimiento.

Las agencias que buscan madres de alquiler están prohibidas, pero muchas clínicas de reproducción asistida anuncian este servicio en webs en las que el límite entre un paquete vacacional a una paradisíaca isla y un tratamiento biomédico está difuso.

“No hay una reserva de gestantes, aunque ocasionalmente alguien altruista que quiere hacerlo viene y apuntamos sus datos, pero no es lo normal”, dice Parasjos.

Solteras, madres y del este

En un estudio de casi 300 licencias otorgadas entre 2003 y 2017, la Comisión Nacional de Bioética identificó que el 70 % de las madres de alquiler eran extranjeras y la mayoría estaban solteras y tenían al menos un hijo. Procedían de Europa del Este, principalmente Polonia, Bulgaria, Georgia, Albania o Rumanía.

Casi siempre los compradores y la madre de alquiler repitieron ante el tribunal que compartían una “amistad que ha crecido” y que ésta “conocía personalmente sus intentos infructuosos de tener un hijo”.

Aunque se trata de un factor indispensable para corroborar la naturaleza altruista de la gestación, es evidente que los tribunales no pierden el tiempo comprobando esa supuesta amistad.

A pesar de la crisis, es evidente que Grecia no es India, Nepal o Tailandia, pero estos países, que han sido centro de la industria de la maternidad, han adoptado medidas para limitar los evidentes abusos. Grecia, al contrario, tiene la visión más liberal de su entorno.

No sorprende que el país de la Unión Europea con la legislación más flexible para comerciar con la capacidad reproductiva de las mujeres sea, también, el Estado con mayor desigualdad de género.

Jennifer Lahl, fundadora y presidenta del Center for Bioethics and Culture Network, cree que una de las problemáticas del discurso a favor es que se centra en los compradores “porque serían unos padres fantásticos” mientras se invisibiliza a las mujeres, especialmente a la donante de óvulos.

Para Serafím Dimitriu, sacerdote en una parroquia de Atenas, la gestación subrogada, aunque inaceptable, es una necesidad que se ha generado al incorporarse la mujer al mercado laboral.

“Lo lógico sería aceptar que tener una carrera conlleva no tener descendencia. Pero el egoísmo no deja que las personas acepten lo que es lógico, por eso juegan con los límites de la naturaleza para que concuerden con sus propios deseos”. No es una opinión personal. La iglesia ortodoxa está frontalmente en contra pero, aunque en otros frentes como el matrimonio homosexual sí ha impuesto sus ideas, la gestación subrogada se le ha escapado.

El capitán del equipo de “Antitráfico” tiene claro que la oferta seguirá existiendo mientras haya desigualdad: “Cuando se oprime el tráfico humano ya se ha hecho daño a las víctimas, a la sociedad, incluso al Estado. Un alto cargo de la UE lo ha calificado de comercio, no de crimen. Si es así, hay restringir la demanda que sale de nuestros países, informando a la sociedad y legislando”.