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Tú me usas, yo te uso; nos gozamos

Es viernes y, como de costumbre, la noche es ideal para el jangueo.

Sin mucho esmero, después de las ocho, me visto cómoda y fresca para los calores que provoca el cemento de la ciudad capital. Antes de montarme al carro, me detengo frente al espejo y practico mi sonrisa unas cuantas veces. Para resaltar mis labios, pongo algo de brillo y algún color que pase casi desapercibido.

Soy, muy probable, la candidata perfecta, al igual que todas las mujeres de esa noche, para convertirme en el trofeo de algún hombre que salió de cacería. Y eventualmente, 'la cualquiera', 'la fácil', 'la cuera' o -en buen español- 'la puta' que estuvo dispuesta a la aberración de crecer el orgullo varonil viabilizando una eyaculación. Claro, eso porque en este mundo macharrán, de la otra forma no se pudiera concebir.

Llego a mi destino y, con disimulo, hago un estudio poblacional. Saludo a unos cuantos conocidos y a otros los evito. En ocasiones como hoy, cuando el bolsillo y el estómago lo permiten, prefiero el whisky sobre la cerveza local.

Entre trago y trago, me tomo un vaso de agua por aquello de mantenerme hidratada y no perder la cordura en su totalidad. Bailo y sudo, al ritmo de la música que toca la vellonera. Me escapo a tomar aire y mientras converso de trabajo, política o proyectos personales sigo alimentando la vista. Diviso algún galán desconocido y me lo ligo desinteresadamente. Con el conocido, afilo el anzuelo de coqueteo y, como quien no quiere la cosa, lo lanzo a ver si soy yo la que sale premiada.

De inmediato establezco los límites, en el gentío, por aquello de que no se espanten otros posibles trofeos. Solo permito intercambio de sonrisas y miradas que se cuelan entre conversaciones lo suficientemente interesantes como para anticipar diversión por al menos una noche.

Cuando ya me decido por irme, doy la señal y es él quien insiste que llegue a su casa. Creyéndose entonces, que por ese mínimo esfuerzo es, precisamente, el macho que me está llevando enredada, alimentando su ego. Al mismo tiempo yo, convencida de que fue mi labia la que cantó victoria en la hazaña de irnos a la cama.

Después de varias horas de rozar nuestras masas sudadas, gritar, gemir, reír, algunos orgasmos y venidas, y tomar una siesta en el colchón que está tirado en el único cuarto de su apartamento, me levanto y me despido con prisa. Cuando voy saliendo, me pide el número de teléfono y yo me río, le tiro un beso, y me voy emulando la sonrisa que tantas veces practiqué frente al espejo.

Entonces, cómo es la cosa? Tú me usas, yo te uso; al final ambos nos gozamos.

LA MATA HOMBRES
Foto: