Las huellas de una experiencia temprana...e indeseada
Han sido innumerables los correos que he recibido en reacción a las columnas que semanalmente publico. Debo decir que las anécdotas que incluyen experiencias similares han sido mucho más que los cuestionamientos a mi libertinaje. Aún así, quiero aprovechar el espacio de hoy para que me conozcan un poco más.
No se si algo tenga que ver con que desde muy chica me vi forzada a saborear un amargo miembro que, por razones muy obvias, no cabía entre mi boca y mucho menos entre mis piernas.
Cuando no había cumplido ni los diez años, un amigo de mi hermano mayor se aprovechó de sus atributos de galán y de la confianza que le habían brindado en casa y buscaba la forma, sin yo saberlo, de estar a solas conmigo.
Fue bastante hostil de la primera, un día que mi hermano salió no vaciló en quedarse conmigo y confiado en que yo me moría por besármelo, comenzó a babearme sobre mi pequeños labios y me tiró sobre la cama sobetéandome toda.
Después, ese demonio de ojos caramelizados y pelo oscuro quiso convertir en costumbre eso de ultrajarme y le ofreció a mi hermano que podía buscarme en ocasiones a la escuela. Entonces, me llevaba por rutas desconocidas y me obligaba a chuparle la verga con la amenaza de que me dejaría tirada en medio de la nada si no lo hacía.
Yo, como ni tan siquiera me había besado antes y no había tenido ni noviecito en kinder, estaba muy lejos de entender lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, comprendí que estaba mal por su agresividad y comencé a evadirle.
Por algún tiempo, no quise hablar con mucha gente, pero ya después, me atreví a tener mi primer jevo y mi cuerpo quería experimentar con esos calentones que me había producido el depravado aquel.
Tuve unos cuantos novios pero, la verdad, es que siempre que llegábamos a instancias muy íntimas me invadía un pavor de que se repitieran aquellos forcejeos, y no podía estar con ellos.
Solo con uno pude superar levemente el horror y disfruté con timidez en la cama y en otros tantos lugares. Cuando rompí con él, que es el protagonista de mis aventuras de apretujarme en cuanta esquina, fue precisamente cuando me empecé a empapar con literatura sobre los derechos de las mujeres y sobre las opresiones y discrimenes que hemos vivido.
Con todo ese conocimiento, adquirí seguridad y me apoderé de mi cuerpo y decidí superar mis miedos y disfrutar de los placeres de los que la sensibilidad de la inocencia, me había impedido por un puerco mental.
Curiosamente, cuando me estrujé con el primer jevo de forma casual, comencé a liberar ese sentimiento de culpa que llevaba cargando desde antes de llegar a la escuela intermedia.