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Opiniones

Abrazos, saludos y Zoom

La lingüista Maia Sherwood Droz reflexiona sobre la nueva forma de saludar durante la pandemia de COVID-19.

Maia Sherwood Droz
Foto: Suministrada

Vivo sola. Por esa razón no he tocado, físicamente —valga la redundancia—, a otro ser humano en más de una cuarentena de días. No soy particularmente efusiva, pero valoro la fisicalidad cotidiana: los besitos, abrazos, palmaditas y otros toques de naturaleza social.

En vista de que el epidemiólogo del Estado afirma que: “el asunto de los abrazos y los besos […] va a tardar”, podemos intentar regodearnos en algunas palabras relacionadas.

En el primer correo electrónico que escribí durante el encierro me detuve en la despedida… ¿“Un fuerte abrazo”? ¿Era esto apropiado o constituía una transgresión al distanciamiento? Es cierto que los abrazos en las cartas son fórmulas de cortesía, pero en general uno se puede proyectar llevándolos a cabo. De momento, la fórmula se desautomatizó, se volvió literal y su etimología emergió diáfana: “a” + “brazo”, ‘rodear con los brazos’. Pero ya no podemos usar los brazos… De allá para acá, he visto soluciones como “abrazo etéreo”, “abrazo sin brazos” y, el insumiso “abrazo rebelde (y que se chave el distanciamiento)”.

De paso, en inglés se inventaron el “air hug”, y la gente, manteniendo los seis pies de distancia, abre los brazos en curva y oscila de lado a lado. En español diríamos: “algo es algo”, “a falta de pan, galleta” o “peor es nada”.

El otro saludo que cobró nueva vida es el mismo “Saludos”. Ese sí que es apropiado en estos tiempos, porque “saludar” viene del latín “salutare”, que significa ‘desear salud a la otra persona’. De ahí que algunos “nerds” de la palabra se estén despidiendo con “saludos literales” o “saludos etimológicos”. Los deseos de salud para el otro —aunque no seamos muy conscientes de ello—están también presentes en el tan añorado brindar: “¡Salud!”.

De los intercambios interpersonales, tal vez lo que más extraño es el lenguaje gestual y corporal desenfadado (sin máscara y sin miedo), experimentado en persona (no vía pantalla). Se ha discutido bastante el fenómeno de desgaste por el uso de la plataforma de videollamadas Zoom (“Zoom fatigue”), que responde a razones que los lingüistas conocen bien: aparte de la palabra, los humanos procesamos muchísima información de las expresiones faciales, el lenguaje corporal, el tono de la voz, los silencios. Esta gestualidad compartida forja —sin duda alguna— la conexión humana. Pero es justamente eso lo que filtra o distorsiona la llamada en video. Hacemos un esfuerzo grande para capturar esas sutilezas y terminamos agotados y frustrados.

En todo caso, iba a comentar los nombres que han surgido en torno al Zoom. He recibido invitaciones como: “¿Zoomiamos un día?”. Y luego: “¡Zoomblamos pronto, bye!”. La práctica de interrumpir llamadas de Zoom con contenido inapropiado (“zoombombing”) ha generado opciones como “zumbardeo”, “zumbazo” o “golpezoom”. Por suerte en Puerto Rico tenemos el polisémico “zumbar”, que nos permite proponer alternativas para las nuevas realidades comunicativas por Zoom: para las citas románticas, ¿“zumbarse”?; para las peleas, ¿”zumbarle”? y para dejar al novio, ¿”zumbarlo”? Después, para la zoomterapia. En fin. En lo que “el asunto de los besos y los abrazos” se resuelve, nos zumvemos por ahí.

Lingüista , lexicógrafa y directora de Tesoro.pr. Miembro de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española.

La autora es lingüista y educadora graduada de la Universidad Complutense de Madrid con un doctorado en Léxico Semántica y Lexicografía Electrónica. Posee una maestría en Lingüística General de la Universidad de Puerto Rico y un bachillerato en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Princeton. Es egresada de la Escuela de Lexicografía Hispánica de la Real Academia Española. Actualmente es académica electa en la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y profesora.