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Opiniones

La (Re)evolución de las Batutas

Columna del abogado laboral Jaime Sanabria Montañez.
El licenciado Jaime Sanabria Montañez.
Foto: Suministrada

Cada generación, a medida que crece la globalización y nos vemos sometidos por lo exponencial de la tecnología, así como por la tiranía de las redes sociales que nos condenan a la invisibilidad social si no participamos de ellas, se muestra menos proclive a emprender revoluciones.

Aunque, en ocasiones, se orquestan intentos callejeros de sacudir los cimientos de algunos países, combatir sin desfallecer agota y si solo se poseen piedras, botellas o, como mucho, algún medio cóctel de molotov, los aparatos de los Estados, poderosos en recursos disuasorios, suelen acallar esos embriones revolucionarios y dejarlos, sencillamente, en algaradas que prescriben y emiten, en su mayoría, una sensación de derrota.

Solo la reivindicación sostenida deja poso, mejor si se efectúa sordamente, con una constancia exenta de proselitismo manifiesto, pero con una convicción firme. Ejecutada de ese modo quizá no se alcance revolución alguna, pero quizá pueda aproximarse al concepto de (re)evolución, como lo alude el escritor y cineasta franco-chileno, Alejandro Jodorowsky.

Harto conocido y constatado es el empacho ciudadano con la política entendida como sectarismo organizado de las ideologías en forma de partidos políticos, de viejos partidos políticos donde prima el codazo arribista y el culto al líder para trepar en el escalafón.

La polarización de las sociedades amenaza con dividir aún más la convivencia. El fenómeno de la exaltación de los antagonismos se refleja en la práctica totalidad de territorios, en particular, en el llamado Occidente, y no parece disparatado afirmar que el actual sistema democrático de alternancias político-ideológicas al servicio de la gestión de los Estados está en riesgo tal y como lo conocemos hoy día porque otras fuerzas, otras representatividades surgidas del hartazgo, amenazan con subvertir las fórmulas políticas tradicionales.

No es ajeno Puerto Rico a ese desapego del ciudadano hacia su clase política. No es ajena tampoco nuestra isla a la mencionada polarización donde una parte se muestra favorable a la estadidad y la otra a la soberanía en todas sus gradaciones. Los ateos y los agnósticos entienden una vida pública sin la injerencia de la religión, mientras los cristianos (como credo mayoritario puertorriqueño) se esfuerzan por incorporar a las leyes el resultado de sus valores. Progresistas contra conservadores. Los populares del PPD contra los penepés del PNP. Abortistas contra antiabortistas. Y así, hasta cien controversias divisorias, o más. Todo es conflicto, todo huele a enfrentamiento, a enquistamiento, a litigio a voces para desentrañar qué somos y qué queremos seguir siendo mientras, en ese tránsito infinito por definir su encaje territorial, Puerto Rico se desangra en lo demográfico, se empobrece drásticamente (y no solo en lo económico) y deja pasar las oportunidades del progreso.

Necesitamos definirnos como territorio y necesitamos hacerlo ya. No podemos desgastarnos más en la cruzada patria de determinar dónde y con quién queremos estar. Se necesita un referéndum vinculante y hacer frente al resultado. Seamos lo que queramos ser, pero seámoslo ya. Cualquier dilación sobre nuestro estatus territorial mantendrá la esperanza de reflotación económica oscurecida y estaremos condenados a vivir cien años de peregrinaje sobre una tierra, la nuestra, fértil y bella en estado natural, pero estéril y afeada en su deriva como teatro de guerra identitaria.

Sin embargo, en los últimos tiempos, un aroma transformador se está asentando en Puerto Rico y son mujeres quienes comandan unos nuevos vientos que amenazan, si no con destruir el viejo orden de los partidos, sí con erosionarlo, restarle adeptos y votos, y transformarlo. Y aunque la sociedad sigue dividida, los dos bloques principales, entendidos como tales, se resquebrajan, en buena medida porque el avance femenino planetario es un imparable que se propaga a una velocidad pandémica.

Destaco a tres mujeres de la arena política puertorriqueña para ejemplificar el calado de la aludida (re)evolución, pero podrían ser docenas, porque el tiempo de las mujeres se consolida como uno de esos asteroides implacables en su trayectoria hacia la Tierra, solo que el impacto no se produce abrupto, sino continuado, tenaz e incruento.

Por fortuna para la humanidad, la política ha dejado de ser un coto exclusivamente masculino. También en Puerto Rico, donde un trío femenino ha decidido bajar al barro de la política sin dejarse ensuciar por las salpicaduras de lo arcaico. Tres figuras que no tienen en sus idearios hacer saltar por los aires el bipartidismo, pero que están socavando sus cimientos y, por consiguiente, forzando a su refundación.

Alexandra Lúgaro Aponte, Joanne Rodríguez Veve y Elizabeth Torres Rodríguez pertenecen a una misma generación porque sus edades oscilan en torno a los 40 años; las tres, asimismo, gozan de un magnetismo innegable, son también madres solteras, formadas en lo académico, con perspectiva profunda y, aunque ofrecen carismas y pensamientos distintos, no están sometidas por los aparatos de partido ancestral alguno y defienden sus causas desde la convicción de sus mentes, exteriorizando sus ideas sin cálculo electoral.

Alexandra Lúgaro Aponte encabezó la candidatura a la gobernación de Puerto Rico en los años 2016 y 2020, la primera fecha como aspirante independiente, la segunda como líder del Movimiento Victoria Ciudadana, cuya esencia ideológica era la de promover la participación ciudadana y transformar al país a través de la reforma del sistema educativo. En ambos comicios, alcanzó la tercera posición, en la segunda con más de 175,000 votos. Se desenvuelve con un estilo versado y certero que trae consigo una elocuencia precisa. Goza de reconocimiento público, y mantiene su penetración en el espacio público, aunque haya anunciado que se retiraría de la arena política, cosa que miro con sospecha. Con su concurrencia a urnas, asestó un golpe electoral, principalmente al PPD, ya que buena parte de sus votantes la escogieron a ella como opción.

Joanne Rodríguez Veve, mi exesposa y madre de mi progenie, juró el cargo de senadora a comienzos del año 2021. Alcanzó el mismo, tras unas elecciones en las que quedó en segunda posición defendiendo su Proyecto Dignidad, un movimiento que ha atraído sobremanera el voto conservador de cualquiera de los partidos y cuyo esqueleto programático se fundamenta en la defensa de las libertades individuales, entre las que destaca la religiosa y de mercado, y en el respeto máximo por los valores morales y la vida humana. Joanne se sirve de la fuerza interior de sus convicciones, sin impostarse, para atraer hacia su persona, y hacia el movimiento que encabeza, a los desencantados por la esclerosis de los partidos tradicionales que abandonaron las luchas que ella lidera, y a los que tienen fe en los hechos y no en las promesas.

Elizabeth Torres Rodríguez, en su condición de delegada congresional, es una firme defensora de la estadidad de Puerto Rico y sus acusaciones de corrupción dirigidas al PNP han golpeado duramente la línea de flotación de esta formación. Sus métodos están más próximos a la calle y, en consecuencia, expone las situaciones con una mayor frontalidad, sin eufemismos, entendible para todos los públicos, aunque atesora parecida inteligencia que las dos antes citadas. Ella se ha convertido en una de las voces más solventes en la defensa de que Puerto Rico se constituya en el estado 51 de los EE.UU.

Al margen de las particularidades de cada una, lo que pretendo poner de manifiesto es la irrupción en Puerto Rico de una nueva forma de entender la política que se reviste de una epidermis femenina. El monolitismo de los partidos convencionales se ha visto sacudido por la transversalidad en los idearios de unas líderes que han amanecido en la política sin otro historial que el de su formación, el de su determinación y el de su deseo por cambiar los escenarios y las conductas de la clase política imperante a la que juzgan como arcaica.

No obstante, resulta paradójico que, frente a la división casi simétrica de la sociedad entre progresistas y conservadores, se esté produciendo en Puerto Rico, como en buena parte de Europa, la atomización de unos parlamentos que no es sino consecuencia del advenimiento de una transversalidad de planteamientos de nuevas formaciones que huyen de lo encorsetado. Se puede ser de derechas y abogar por lo sostenible, se puede militar en las izquierdas y mostrarse a favor de la energía nuclear.

Tiempos de renovación, tiempos de (re)evolución, tiempos de demoler las viejas pirámides tenidas como eternas y dejar paso a lo flexible y a la participación real del pueblo más allá de la acción de depositar una papeleta en una urna cada cierto tiempo y dejar su voluntad en manos de profesionales de la política que primero velan por sus intereses y después, en demasiadas ocasiones, por sus intereses también.

Una generación de mujeres puertorriqueñas bienolientes ha presentado candidatura a dar consistencia a esos nuevos tiempos que se entrevén, y aunque no suena, todavía, música de cisma, toda ópera comienza con una obertura. Las viejas batutas ya no afinan la orquesta; bienvenidas las sustitutorias.