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Opiniones

La victimización interminable

Columna de opinión del profesor de derecho laboral, el licenciado Jaime Sanabria Montañez.

Jaime Sanabria Montañez.
Foto: Archivo

Suelo, a mis ojos, siempre pues subjetivos, tratar de integrar, no de excluir, bastante necesitado está este Puerto Rico que se desangra de polaridad, emigración y pobreza como para ponernos exquisitos con “tú sí” porque comulgas conmigo; “tú no” porque no formas parte de los míos.

Suelo tender asimismo, a mi juicio, también puede que subjetivo, a conciliar, a aproximar a las partes, a no exhibir todos como tótems, como verdades absolutas, porque totalitario deriva de todo y todo siempre es demasiado, inabarcable, líquido. Mi profesión de abogado y profesor de Derecho me han provisto de una perspectiva negociadora, un prurito por encontrar puntos de encuentro iniciales que den pie a una profundización en las interrelaciones, una vez se ha obtenido un punto de apoyo en el que insertar una palanca común superados los prejuicios de empuñar un mismo mango.

Suelo, igualmente bajo mi visión, puede que borrosa por subjetiva, no destinar insultos, y menos públicamente, porque la confrontación no es el camino, no es ningún camino transitable, como tampoco lo es el “ad hominem” o su primo hermano el “ad personam”, porque cualquier cuchillada dirigida a la línea de flotación individual diluye cualquier razón argumental, por muy bien estructurada y convincente que pueda demostrarse.

Tampoco constituye mi intención entrar en un intercambio epistolar con el senador Rafael Bernabe Riefkohl con motivo de su última columna en Noticel (“Sobre nuestra alegada demagogia”), en la que me atribuye poco menos que una apología del insulto hacia su persona (y rogaría que no se me tomase lo que escribo –tampoco por su parte– de un modo literal), en una columna mía anterior (“Fascista: la nueva etiqueta de la cultura del descarte”) publicada en el mismo medio.

Pero no quiero tampoco parecer pusilánime por rehuir la réplica, ni que se escriba de mí que le insulto cuando solo analizo sus interpretaciones, que le insulto cuando solo califico sus declaraciones, que le insulto cuando únicamente me ciño a su lenguaje sin que, en momento alguno, medie lo personal, porque si escribo “con un cúmulo casi obsceno de demagogia retórica” ni siquiera le estoy calificando como demagogo a tiempo completo, sino que, en puridad, le atribuyo esa demagogia retórica a un fragmento de su discurso. Le atribuyo al senador la habilidad de querer tomar un detalle pequeño y agrandarlo; de hacer de la anécdota una categoría.

Debo decir que no voy a darle continuidad a este intercambio, que esta es mi última aparición en este medio aludiendo a este asunto, por muy vehemente que se pudiese producir en su potencial contraargumentación un senador Bernabe Riefkohl, del que me separan, únicamente, algunas de sus ideas, solo algunas.

No empece a mi preámbulo pacificador, no voy a dejar de ser lo contundente que entienda hacia lo que destila una columna que echa mano hasta dieciséis veces del término “fascismo” o sus derivados, magnitud que advierte una fijación del concepto, o de lo que entraña, del senador Bernabe Riefkohl, un fascismo que supone, en su manifestación más pura, el problema septuagésimo quinto, o incluso más atrás, para los puertorriqueños.

Alude el senador a “ataques destemplados” por mi parte. No deja de ser hilarante la expresión porque, en el artículo en cuestión, solo dedico dos de sus quince párrafos a su persona y si expresiones literales como “con escaso tacto”, “con elevadas dosis de maniqueísmo” o la ya aludida acerca de la demagogia retórica constituyen, ante los ojos de Bernabe, “ataques destemplados”, el senador tiene un problema de victimización, práctica que utiliza con regularidad y con un más que notable baile que saca de ritmo al Movimiento Victoria Ciudadana.

Mantiene su propensión a la hipérbole el político devenido a columnista cuando alude a que “esto no se resuelve con epítetos o insultos”, confundiendo una vez más lo ideológico con lo personal, queriendo pues clavarse a sí mismo en el madero para promover, por igual, la simpatía hacía él, por denostado (al parecer por mí en esta ocasión), como la animadversión hacia quien, siempre también según su mirada, le clava una lanza quijotesca que solo atisba él (igualmente yo en esta situación de la que hablo).

No hila fino, en el análisis de mis palabras, el senador. Yo mantuve a lo largo de la columna que la senadora Rodríguez Veve no se alineaba con el fascismo en lo más mínimo y no me voy a molestar en identificar, de nuevo, lo que caracterizó a aquel movimiento, sino que abraza algunas de las ideas de la ya primera ministra italiana Giorgia Meloni que son propias de una derecha a la que ninguna de las dos, ni la puertorriqueña ni la transalpina esconden su pertenencia.

Concluir que Meloni – y por extensión la senadora Rodríguez Veve– es fascista porque su partido es heredero de otro que, a su vez, procedía de otro que, igualmente, descendía de uno que fundó un cuñado de Mussolini –acépteseme el humor como desengrasante– resulta poco menos que ridículo y atenta contra el coeficiente de inteligencia de los lectores del senador.

Italia, un país que se cae de viejo y de fracturado, no está para fascismos sino para reconstruirlo, de la mano de una Unión Europea que, por ahora, se hace necesaria como aportadora de pulmón financiero a los países más vulnerables por la crisis, Italia entre ellos.

Otro de los dragones recurrentes del senador Bernabe Riefkohl es el de la estigmatización de los colectivos LGTBI que atribuye, parece que en exclusiva e históricamente, a las formaciones de ultraderecha, dejando asomar de nuevo su propensión al victimismo. No recurre el político, en ese caso, a construir un árbol genealógico parecido al que sí hace con la evolución de siglas del fascismo, con la erradicación de los colectivos homosexuales ejecutada por los gobiernos socialistas y comunistas en su momento, pese a que sus teóricos proponían todo aquello que eliminara la concepción de la familia tradicional.

Resulta incontestable que ambos extremos ideológicos han promovido cacerías hacia el diferente, hacia el disminuido sexual de otras épocas; cacerías más cruentas, si cabe, por humanas. Ocurre que los descendientes políticos actuales de unos y de otros solo han execrado, públicamente y con dureza, de la oprobiosidad histórica y actual de los otros, pero no de la de sus correligionarios. El senador Bernabe Riefkohl constituye un ejemplo meridiano de escoraje hacia las maldades contra los colectivos LGTBI de los movimientos totalitarios europeos y americanos alineados con la ultraderecha, pero elude aludir a las purgas que han tenido lugar desde el seno del socialismo y el comunismo más devastador.

No voy a posicionarme sobre quién cometió más atrocidades porque me entristecen por igual, y devalúan mi fe en la condición humana, pero no seré yo quien deje de señalar a los unos por no apuntar hacia los otros.

Se requiere valentía política, abjurar de las barbaridades del pasado, las hayan cometido, incluso, tus propios referentes políticos. No seré, por ejemplo, tampoco yo quien idolatre a Maradona por su excelsitud con el balón, incontrovertible, sin aludir a lo abyecto de su comportamiento público en demasiadas ocasiones. ¿Qué prevalece sobre qué? Esa ponderación ya le corresponde a cada uno.

Pese a lo prometedor del comienzo de su artículo cuando se formula la pregunta “¿qué tipo de salida debemos buscar a la profunda crisis económica, social y política que atravesamos?”, en su penúltimo párrafo, quizás agotados sus recursos léxicos tras tanta precisión hacia el desprestigio de este columnista, remata con un generalismo que denota la pobreza de un ideario que parece solo sostenerse en los derechos de ciertos colectivos y que no presenta una solidez programática como para fiarse de la formación política a la que representa cuando afirma que “Tenemos que construir una alternativa no menos, sino más democrática e igualitaria que lo existente”.

Cortinas de humo, victimismo y esconder avestrucescamente (permítaseme el palabro) la cabeza a la hora de reconocer los desmanes, igual de genocidas, igual de absolutistas, de la izquierda más inhóspita que los que sí les atribuyen, sin ambages, a la derecha más nociva.

Nada personal con usted, senador, solo recuerde que cuando usted y su partido se alineen con el PIP y el pueblo los etiquete a todos como socialistas, aunque algunos no lo sean, puede que, entonces, me entienda con más lucidez.

Puerto Rico, este Puerto Rico “de charanga y pandereta”, utilizando un verso del poeta Antonio Machado, nos necesita a todos para reemprender el vuelo –quizá, por qué no, en solitario– pero con las alas claras, sin resquemores, sin necesidad de meter los dedos en el ojo de las diferencias, focalizando las luces comunes y sobreseyendo las sombras individuales.

Desde mi firmeza amistosa, senador, para que el conflicto sea solo de ideas, y no de personas.