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Opiniones

Cuatro de mayo, 1970 y 2024

El licenciado Víctor García San Inocencio comenta sobre las protestas actuales en universidades estadounidenses en contra de la guerra en Gaza.

Licenciado Víctor García San Inocencio, columnista de NotiCel.
Foto: Archivo/Juan R. Costa

Ohio, Kent State, 1970

El 4 de mayo es una fecha que nunca he podido borrar, ni borraré del calendario de mi tristeza.

En un lugar lejano, Ohio, en 1970. Hace 54 años mataron a cuatro e hirieron a otros nueve estudiantes universitarios en el campus de Kent de la universidad estatal. Los guardias nacionales que dispararon contra un grupo de estudiantes desarmados que protestaban contra la guerra de EE. UU. en Vietnam y su expansión a Camboya, serían eventualmente absueltos. Pero ni la administración del presidente Nixon ni la guerra misma en Indochina volverían a ser lo mismo.

El mundo entero estaba sacudido por esa guerra brutal y abusadora. Las juventudes de entonces se alzaron en muchos países. En EE UU la división interna era dramática. Luego de ese triste día, se tornaría masiva y mayoritaria la opinión pública contra la guerra en el propio Estados Unidos.

En Puerto Rico, donde la guerra de Vietnam causaba ya estragos en nuestras comunidades por los efectos del servicio militar obligatorio que arrancaba a sus hijos y que era resistido “por personas peligrosas y admirables”, me contó mi padre; la irracionalidad de ésta, entre todas las guerras, producía gran quebranto. Que se llevaran a un vecino, a los hermanos mayores, o que llamaran a “lotería” del servicio selectivo, a algún pariente, o en caso extremo, que regresase en un féretro sellado, fue generando entre muchos jóvenes y algunos adultos, una profunda conciencia antibélica. La guerra de Vietnam, al otro lado del mundo, se sentía en la calle de atrás cuando una familia recibía a un hijo herido física o mentalmente, o peor aún, su cadáver. Se sentía muy cerca, cuando se amenazaba con arresto o cárcel a aquel joven que se negara a participar de ese proceso deshumanizante y brutal para no ser secuestrado hasta la guerra.

Falta todavía una gran obra literaria o de cine que recoja la valentía de aquella generación de objetores por conciencia que se negaron a ir a la guerra, emigraron a Canadá u otros países, se negaron a cargar un rifle en el mismo Vietnam, y del apoyo que recibieron aquí, que incluso desarmó hasta al Tribunal federal que se negó a enviarlos a la cárcel.

La guerra obligatoria

Por décadas había sido así, un prematuro y doloroso rito de iniciación a la adultez a los varones puertorriqueños arrancados de su desarrollo, para “ir a pelear las guerras de la industria militar americana” ---según aprendí más tarde--- cada vez que en Indochina, la península de Corea, más allá o más cerquita, se metían militarmente las garras del águila a afincar su imperio económico.

Por supuesto, casi siempre los hijos de los ricos y poderosos han encontrado acomodos razonables, salvo excepciones.

Siempre se hablaba de luchar por la democracia, sin importar al dictador que se sostuviera, se instalara o depusiera. Después aprenderíamos que esa era una herramienta vieja y que estructuras como la Escuela de las Américas, fábrica de dictadores y de dictaduras militares, existía bajo el auspicio de EE. UU. en la zona del Canal en Panamá, para instruir en las artes de la tortura, la persecusión y la represión política, el encubrimiento y la violación de los derechos humanos de nuestros hermanos latinoamericanos.

Aunque se sabía en Puerto Rico, al menos su liderato político, de toda esa asquerosidad; al socaire del “pilar” de la defensa común con EE. UU., el gobierno colonial toleraba, ensalzaba o guardaba silencio sobre todas esas fechorías y crímenes contra la humanidad. Permitía el uso de Puerto Rico para expediciones e invasiones militares para tumbar gobiernos, como en República Dominicana a mediados de los años sesenta.

De hecho, se llegó al extremo en el Capitolio de Puerta de Tierra en la legislatura del bipartidismo PNP-PPD de aprobar una resolución apoyando la guerra de Vietnam, la misma que se tragaba la salud y la vida de nuestros jóvenes, fuente de infelicidad para tantas miles de familias.

Pero, ¿A quién le extrañaría hoy, que una sociedad donde la violencia militar se naturaliza ---no olvidemos la invasión del 1898---, donde el colonialismo se manifiesta con ancho vuelo; donde se persigue sistemáticamente a quienes se oponen ---prohibido olvidar las décadas de carpeteo--- , y donde se entregó cerca del 15% del territorio para bases militares, campos de tiro y bombardeo, o lugares de experimentación a la industria militar; la “casa de las leyes’ no fuese escenario de ese circo patético?

“La guerra voluntaria”

Hoy se pregona ---como falso y estúpido consuelo--- que en el presente se va a la guerra voluntariamente. Se cae de la mata que en una colonia empobrecida, subdesarrollada, con la economía mutilada y con los índices de desigualdad y marginalidad más alucinantes imaginables; que las vías de ganarse la vida y abrirse paso, están severamente restringidas.

Es verdad que los jóvenes que no encuentran empleo con salarios que no sean de hambre, tienen la opción de emigrar y aventurarse a alejarse de sus familias. Pero, muchos prefieren probar fortuna entrando a las fuerzas armadas no para luchar “por la democracia” porque ese cuento ya casi nadie lo cree, sino obligados por la carencia de oportunidades y el abismo que supone para muchos jóvenes, “el delito de ser jóvenes”, en un país destruido a causa del entreguismo colonial a los intereses económicos poderosos ---esos sí, que ganan a manos llenas---- y a corruptos o incompetentes intermediarios que administran desde el gobierno sin conciencia y con gula el taller de explotación.

El coloniaje más profundo se refleja en esa supuesta “voluntariedad” de ir a la guerra.

De hecho, EE. UU. después del desastre de las guerras en Irak y Afganistán ha evadido involucrarse directamente en conflagraciones bélicas grandes. Ucrania es un ejemplo reciente. Prefiere EE. UU. y sus socios, que esos frentes bélicos-económicos se enfrasquen en lucha, siempre y cuando sea con sus arsenales e industria, y que se les garanticen luego los contratos para la costosa reconstrucción. Prefieren pagar mercenarios, eso fue una epidemia en las postrimerías de las guerras de Irak y Afganistán, no importa el costo de la inversión, siempre recuperable, a engrosar y enviar ejércitos.

De hecho, han ido “reduciendo”el tamaño de sus fuerzas armadas, en parte porque a las juventudes estadounidenses le interesa mucho menos hoy ir voluntariamente a la guerra, y porque el desarrollo de tecnologías y de la inteligencia artificial les va permitiendo “guerrear” plácidamente a miles de millas de donde están cayendo las bombas. Nunca ha habido honor en esas guerras, siempre motivadas por la gula, y ahora menos con el desarrollo de la cohetería y los drones.

En la guerra del futuro no invasiva, hará falta soldados, pero muchos menos.

Kent State, 4 de mayo de 1970 y el presente

Durante aquella entristecida época a causa de la guerra de Vietnam --- en Culebra y Vieques la hubo durante décadas a causa de las maniobras y bombardeos--- me introduje a la adolescencia y a aquel mundo convulso en el que las drogas empezaron a ocupar el territorio ---nunca las probé-- y se hicieron comunes en el entorno de las escuelas superiores.

En estos días, en Estados Unidos, las protestas contra la guerra han regresado a decenas de campus universitarios. Esta vez, se organizan y protestan por el apoyo de la Administración y del presidente Biden a la guerra de Israel en la franja de Gaza y contra el exterminio en marcha de los hermanos palestinos que habitan allí. Más de 35 mil civiles masacrados en Gaza, se erigen como la lápida política de un presidente, Biden, que dará paso a una administración más fascista si gana Trump en noviembre.

Es doblemente triste, que aquel país, quien nos impone la lacra del colonialismo a los puertorriqueños ---que algunos plácida y convenientemente defienden aquí--- no haya aprendido, o se le hayan olvidado las lecciones dolorosas de la guerra de Vietnam.

En la mayor parte de un centenar de recintos universitarios estadounidenses se ha reprimido a los estudiantes y se están desalojando y formulando cargos o amenazando a los estudiantes que protestan contra la masacre al pueblo palestino en Gaza.

Para los de mi generación, pasado y presente se funden en Kent State, Ohio, y en los recintos de Columbia y el College Center de Nueva York, o en la Universidad de California en San Francisco, epicentro de la conciencia despierta, frente a la inconsciencia de la gula corporativa-militar-gubernamental estadounidense.

El final de la guerra de Vietnam se aceleró con la sumatoria de eventos que llevaron a Kent State y con los que se precipitaron luego, pero la sustancia y esencia del complejo militar industrial, hoy corporativo-financiero, no cambió.

Por ello, Kent State y Columbia se funden. Pero tristemente al final, aunque concluya este capítulo de la masacre en Gaza, a los EE. UU. lo continuarán gobernando quienes controlan los hilos que mueven a Netanyahu y que estrangulan a la Humanidad acercándola cada vez más al borde del abismo.

El autor es abogado, exrepresentante y excandidato a comisionado residente por el Partido Independentista Puertorriqueño. Posee un bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Puerto Rico y un Juris Doctor de la Facultad de Derecho de la misma institución. Tiene además un doctorado de la Universidad del País Vasco (2016).