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Opiniones

Disparar al corazón de la Ley Electoral

El licenciado Jaime Sanabria Montañez comenta sobre los intentos de alianza de los partidos minoritarios.

Licenciado Jaime Sanabria Montañez.
Foto: Suministrada

David miró a su adversario; calculó la distancia, reparó en los antropomorfismos, en los tamaños de ambos, y supo que solo tendría una oportunidad; escogió la piedra, la colocó en su honda, recalculó la distancia, reconfiguró el movimiento de su brazo y reiterándose en su sospecha de que solo contaba con una oportunidad para la supervivencia, volteó su arma, apuntó al entrecejo de Goliat y ….

Y el resto lo cuenta la Biblia, en concreto, el libro de Samuel.

Utilizo la historia, el mito, el simbolismo, la alegoría, para ejemplificar el concepto de estrategia como único recurso para contrarrestar la fuerza bruta, para concederle alguna oportunidad al débil en su contienda, de cualquier signo, contra el fuerte. A David le surtió efecto.

La historia está repleta de casos en que las alianzas entre débiles han servido para vencer al poderoso o, al menos, para plantarle batalla. Incluso, extremando el ejemplo, la Segunda Guerra Mundial supuso uno de los mayores ejercicios históricos de pactos y de ententes para tratar de derrotar –como así acabó siendo– a la que parecía inexpugnable maquinaria de guerra de la Alemania nazi. Sin la mancomunidad entre franceses, ingleses y, más tarde, estadounidenses (al margen de otros estados militarmente más débiles), quizá todavía estuviésemos sujetos al imperio de aquel Reich de los mil años que profetizaba y pretendía Hitler.

Otro tipo de batallas, incruentas, pero duras, en esencia, porque confrontan los fueros internos de los ciudadanos con sensibilidades ideológicas distintas, las constituyen las electorales; o sea, las urnas como los campos de batalla de la convivencia social. Alrededor de ellas despliegan las más variopintas estrategias partidos y candidatos.

Puerto Rico no es ajeno a la disputa del poder, del pleno o del fragmentario, por las distintas facciones ideológicas articuladas como partidos políticos. Y estos días, dos de los partidos minoritarios intentaron tomar la estrategia y comenzar lo que, hasta ahora, solo era escaramuza, aunque revestida de legalidad, para dar la batalla con vistas a que una alianza entre dichos partidos fortalezca sus posibilidades de representatividad en las elecciones de un no ya tan lejano 2024. Los aludidos partidos colocaron la primera piedra conjunta para concurrir coaligados a las futuras elecciones generales puertorriqueñas para, de ese modo, incrementar sus posibilidades de representación porque la ley electoral no favorece a los partidos que obtienen resultados modestos.

Reduciendo el símil a lo esencial, a lo metafórico, cabe señalar que, en el sistema electoral puertorriqueño, uno más uno no suma dos, sino uno y medio, a veces, incluso, cero, si no se obtiene el mínimo porcentual requerido por una ley elaborada por un bipartidismo que se complace en la alternancia bicameral para no perder protagonismo histórico. Pero si ese “uno más uno” se presenta bajo una misma sombrilla de siglas, puede que sumen, incluso, tres.

La prohibición legal actual de las coaliciones se podría invalidar judicialmente. Solo que, como advierten algunos líderes de minoría, el camino es cuesta arriba por la comodidad que las actuales leyes (y otras circunstancias), volitivas como todas, le proporciona al bipartidismo. No obstante, la actual prohibición de candidaturas conjuntas supone, a mi juicio, una aberración legal, una represión legislada hacia la libertad de expresión, la libertad de asociación y la libertad del voto y, por ende, inconstitucional.

No son pocos los países, en particular europeos, en los que partidos minoritarios, residuales en representación parlamentaria, se han coaligado para potenciar los resultados y, con ellos, la presencia en las instituciones. Sin ir demasiado lejos, un país afín a nuestro pasado como España, presenta un abanico de formaciones de izquierda en la candidatura de Unidas Podemos que, incluso, llegó a propiciar su inclusión en el Gobierno de España del que siguen formando parte. Y en el horizonte, otra formación incipiente con un nombre elocuente: “Sumar”, adopta la misma fórmula de integración de partidos diseminados por las autonomías españolas para obtener un mayor peso electoral.

En toda coyunda, incluso en la matrimonial, se debe ceder para convivir con respeto y libertad. En el caso de la política, con mayor motivo, porque tras los partidos están los ciudadanos que los sustentan, tras los pronunciamientos partitocráticos de grandeza están los sueños, o solo la supervivencia de quienes confían en ellos, seres frágiles por su unicidad como lo somos todos.

El tema de la alianza debiese servir como estímulo para promover una nueva etapa de diálogo en la sociedad puertorriqueña y abrir nuevos temas de discusión para reenfocarlos con visiones acomodadas a los tiempos, exentas de la caspa acomodaticia que impregna a los dos partidos tradicionales que se han repartido, inmemorial y mayoritariamente, la túnica puertorriqueña, un binomio de siglas que ha permitido que sus correligionarios gocen de una cuota de torta excesiva que ya sería tiempo de rediseñar cómo se reparte.

David no está solo. En estos tiempos, parece ser que una multitud de honderos puertorriqueños está entrenando sus brazos y afinando su puntería para disparar al corazón del poder ancestral.