Lo que quedó en la libreta de apuntes en el Caso Casellas
Las miradas tímidas en sala del entonces acusado, los sentimientos de la madre de Carmen Paredes cuando veía las fotos de su hija, los gestos particulares del abogado de defensa Harry Padilla al hacer sus interrogatorios, y la ausencia de emoción en el rostro de Pablo Casellas son algunos de los detalles que dieron vida al juicio que conmovió a Puerto Rico y que sólo pudieron palpar los que allí estuvieron.
Fueron 17 días, 17 largos e intensos días en los que vi a un Pablo relajado, tranquilo, serio y con la ropa perfectamente planchada. Muchas veces me cuestioné cómo un hombre que enfrentaba cargos por asesinato, violación a la Ley de Armas y destrucción de prueba podía permanecer como un espectador del proceso judicial y no como el acusado del mismo.
Pablo llegaba siempre por la parte posterior del Tribunal de Bayamón, subía las escaleras, hacía el registro, tomaba el ascensor hasta el séptimo piso, entraba a sala y saludaba a sus abogados. Una vez culminaba esa rutina se sentaba en la última silla pegada a la pared de la sala 706 sin mediar palabra.
En ocasiones, saludaba a algunos familiares y amigos que lo acompañaron en el juicio.
De las pocas veces que se le vio sonreír al corredor de seguros fue cuando sus dos hijas, idénticas a su progenitora, estaban con él en el recinto. Sentadas en primera fila, sonrientes, con cabello color rojizo y muy bien vestidas, la mayoría de las veces con ropa negra. Siempre apoyando a su padre, que las abrazaba, las besaba y se sentaba a conversar con ellas. Se veían, en ocasiones, como ajenas a lo que estaba sucediendo.
Don Salvador Casellas, juez federal y padre del hoy convicto, y quien estuvo con su hijo el primer día de juicio , el 10 de diciembre de 2013, y en la etapa final.
Respetuoso, muy caballeroso y siempre cargando un maletín negro en su brazo derecho. Como padre al fin, insistía en la inocencia de su hijo quien, a pesar de sus 49 años, todavía seguía las instrucciones que éste le daba, incluso, frente a la prensa. No había momento en que Pablo hablara -muy pocas- a los periodistas sin antes mirar al hombre de 80 años para que le diera su aprobación.
En una ocasión el juez con un tierno gesto, ejemplificó el amor de padre a hijo cuando este se levantó del primer banco, en medio de un receso, fue donde Pablo y le sobó la espalda por varios segundos como diciéndole 'aquí estoy, no te preocupes'.
Al lado contrario de la familia Casellas, la familia de la víctima, Carmen Paredes, encabezada por su madre, Aracelis Cintrón. Con un caminar pausado, una leve sonrisa y siempre acompañada por una mujer joven que se mantuvo a su lado, dándole apoyo, ayudándola, siendo ese soporte necesario en el proceso. Sentada en la penúltima fila del lado derecho, la mujer acudió al tribunal en varias ocasiones para presenciar el proceso. Fue la primera testigo del Ministerio Público en el primer día de juicio y fue sacada de sala en varias ocasiones porque lloraba cuando veía o escuchaba algún testimonio que involucraba a su hija.
'Yo no podía creer que mi hija estaba muerta', fueron de las primeras palabras que la progenitora de Paredes manifestó en su declaración en la silla de los testigos.
Aracelis apenas se comunicó con la familia de su yerno, excepto con sus dos nietas, que cruzaban la sala para ir a abrazarla y besarla. En dos ocasiones escuché un 'te amo' de la abuela a sus nietas.
La mujer cargaba en su cartera un sobre amarillo que sacó en algunas ocasiones. Qué tenía en el mismo? Pues de lo que pude ver eran fotos de 'Carmencita', como solía llamarle, a lo largo de su vida. Las miraba, se sonreía, las compartía con allegados y las volvía a mirar. Era como si tuviera a su hija de frente, como si pudiera abrazarla. En su rostro se mostraba la alegría que sentía al ver a su hija en las imágenes.
Cuando se emitió el veredicto, la mujer se levantó y le dio un largo abrazo a la fiscal Janet Parra, a quien se le vio con los ojos llorosos. Ese abrazo fue como el de una madre a su hija. Un abrazo sincero, fuerte y con mucho cariño.
Los 15 hombres y mujeres del jurado -incluyendo a los tres suplentes- día tras día pusieron toda la atención en los testimonios que desfilaron por sala. Aunque unos más atentos que otros, se veía que prestaban atención a lo que allí se discutía. A veces algunos peleaban con el sueño después del almuerzo y se movían en su cómoda silla para no dormirse. Tímidos al principio; más experimentados al final. Esos seis hombres y seis mujeres al inicio a penas miraban al estrado y al testigo. A medida que pasaban los días se iban soltando. Miraban a la prensa, a las familias Casellas y Paredes y hasta asentían con su cabeza cuando coincidían con alguna declaración.
La mayoría de sus miembros mayores de 50 años, ciudadanos comunes y corrientes que, escogidos entre cientos, evaluaron la prueba y emitieron su veredicto casi unánime: 11 a 1 en todos las acusaciones.
La sala donde se discutió el caso siempre estuvo llena en horas de la mañana. En la tarde reducía la asistencia, depende el testigo que fuera. De hecho, hubo público que muchas veces se quedó afuera y hacían fila por si alguno dentro de sala salía, este de afuera ocupaba su lugar.
'Fiscal (Parra), que pongan monitores para escuchar', pidió un ciudadano el penúltimo día de juicio en el pasillo del séptimo piso.
Tieso, sin expresión en su rostro y cabizbajo Casellas escuchó el veredicto frente a su familia, incluyendo a su hija menor que irrumpió en llanto. La mayor parecía no lo podía creer y miraba a todos lados buscando coincidir con alguna mirada que la apoyara.
De los 32 testigos que declararon, sin duda, Luis Alberto Guzmán Hernández y Rosa Rodríguez fueron los más notorios. El primero, paciente de metadona y residente de la barriada Los Filtros, puso en aprietos a la defensa pues este aseguró que vio a un hombre blanco lanzar una pistola desde un Mercedes Benz gris, parecido al de Casellas. Rodríguez, por su parte, fue la patóloga que concluyó que la mujer murió en un 'escenario familiar'. Su testimonio fue muy explicativo, al punto que utilizó a la alguacil de sala, Olga, para mostrar las heridas que Paredes recibió en la terraza de su residencia en Guaynabo el sábado, 14 de julio de 2012.
Harry Padilla, experimentado abogado del área oeste, fue muy peculiar en sus interrogatorios. Siempre encabezó los turnos de preguntas y su forma de cuestionar fue muy particular. Gestos y ademanes únicos que hacían del momento que el licenciado iba al podio uno interesante.
Su contrincante, Parra, también tenía una forma muy peculiar de preguntar. Sus movimientos únicos, usuales frases y sus prendas coloridas hacían de su turno uno al que había que atender. En su argumentación final, específicamente en el turno de refutación, la funcionaria utilizó poemas y hasta textos bíblicos para convencer al jurado.
Del juez José Ramírez Lluch, se destaca su gran temperamento judicial, su capacidad para mantener el orden en sala, su miradas penetrantes cuando sonaba algún celular, pero, sobre todo, su calidad como ser humano. Hombre recto, firme y hasta con un gran sentido del humor.
Muchos de mis seguidores en Twitter (@anielbigio) me preguntaban cuál era mi opinión sobre el caso. Que si salía culpable o no culpable, que cómo veía 'la cosa'. Si no le conteste, amigo lector, es porque nuestro trabajo no es opinar, solo reportar lo que vemos y de lo que somos testigos.
*El autor es reportero del equipo de NotiCel y cubrió el juicio de Pablo Casellas para este diario digital.