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Vida

La olvidada historia del militar puertorriqueño que allanó casa de Hitler

Del apartamento del dictador, en Munich, el entonces coronel Wilson Colberg, quien también se dedicó a cazar nazis, se trajo a la isla desde un álbum de fotos hasta un sable.

Un diario puertorriqueño recordó hace décadas la histórica tarea que llevó a cabo el boricua.
Foto: Suministrada

Wilson Colberg III jugueteaba en los años setenta con una icónica pistola alemana Luger y no sabía, literalmente, lo que tenía en las manos: la historia viva de su abuelo, Wilson Colberg I, quien como coronel del Ejército de Estados Unidos en 1945 tuvo la responsabilidad de encabezar un allanamiento a un apartamento del dictador alemán Adolfo Hitler, así como la tarea de identificar a nazis y de reorganizar los tribunales de justicia alemanes.

Poco y nada sabía su nieto en los años setenta de lo que había experimentado su abuelo en Alemania (muerto joven, a los 48 años, y no precisamente por una bala enemiga, ya que falleció debido a una pulmonía ya en Puerto Rico) y tras una guerra que lo llevó a las campañas del norte de África, a la invasión de Francia por parte de los aliados y, más tarde, a Alemania, a los campos de concentración donde fue testigo del horror.

De esa época, hoy queda un álbum con recortes de periódicos de los años cuarenta, que Colberg III hojea sorprendido. No lo había visto nunca y solo gracias a su madre, quien encontró la reliquia en una caja, pudo entender que esos juegos con la Luger, o con los cascos, uniformes alemanes y las medallas con la esvástica que vio desde niño, tenían una historia que contar.

En el verano de 1945, el militar respiraba ya aliviado por el fin de la Segunda Guerra Mundial y seguía las instrucciones de sus superiores, entre ellas allanar un apartamento de Hitler en la calle Prinzregentenplatz 16, en Munich, Baviera, lo que cumplió, según atestiguan esos diarios amarillentos que se resquebrajan por el paso de los años.

Fotos del álbum de Hitler que encontró Wilson Colberg I.
Foto:

El apartamento, en el tercer piso, de ocho habitaciones donde el dictador alemán vivió entre 1929 y 1945, estaba decorado con obras de arte que Hitler había coleccionado. En el lugar sufrió el suicidio de su sobrina Geli Rauba (con la que se dice tenía una relación romántica) y también organizaba reuniones diplomáticas (como con Benito Mussolini y el primer ministro británico Neville Chamberlain).

Cuando Golberg I llegó a la residencia, casi todo estaba en su lugar, lo que le permitió traerse a Puerto Rico un álbum de fotos de Hitler y un sable, entre otras cosas.

Ese tesoro de coleccionistas (en casas de corretaje internacionales se han vendido artículos del dictador: una lujosa versión de Mein Kampf, en 130,000 dólares, y un sombrero de copa, por sobre 50,000) hoy la familia lo guarda como para conservar también la vida de ese abuelo que fue protagonista de la historia.

“Mi abuelo se trajo un álbum personal de la familia de Hitler”, cuenta Wilson Colberg III, quien añade que “también tenemos cascos, uniformes, sellos, cubiertos”.

Para el nieto del militar “es increíble poder ver estas reliquias y atesorarlas. El álbum de fotos estaba en un clóset, en una caja. Pero todo lo que él guardó fue parte de un secreto familiar”.

Recuerda que “con la Luger jugábamos con mi hermano (Rafael Colberg, quien también hizo una carrera militar) desde chiquitos. Era increíble tener en las manos lo que veíamos en las películas, que para nosotros eran cosas normales”.

En cuanto al álbum de Hitler, se pueden ver imágenes de su vida privada, con mujeres, así como también de sus visitas a distintos lugares.

El coronel no solo allanó ese apartamento de Hitler, también cazó nazis, como Paul Giesler, quien llegó a ser ministro del Interior en las últimas semanas del régimen.

Wilson Colberg I murió a los 48 años.
Foto:

Colberg I encabezó excavaciones para dar con varios nazis que se habían suicidado, entre ellos Giesler, un seguidor incondicional de Hitler y que tuvo gran poder en Baviera.

El nazi fue encontrado por el militar puertorriqueño bajo tierra. Se había suicidado de un tiro, lo mismo que su esposa, luego de que unas pastillas que habían ingerido no funcionaran. Al coronel boricua le tocó, entonces, identificarlo, como lo reseñan los periódicos El Mundo y El Imparcial de 1945.

A la prensa, Colberg I contaba que el peor horror de la guerra fue ver los campos de concentración, como el de Dachau, “donde vi 4,000 cadáveres listos para cremar”.

Testigo privilegiado de un acontecimiento histórico, el coronel dejó para su familia una colección de artículos con los que dio cuenta de que estuvo ahí y que fue parte del relato de la historia, esa misma con la que su nieto jugueteaba inocente cuando era un niño.