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80 Grados

De 'El Fanguito' al 'Estado Libre Asociado' y sus secuelas

A la memoria de Emilio Díaz Valcárcel

«…el sagrado poder del dólar - moneda que hace más de un siglo es la de los puertorriqueños y a la que sospechosamente llaman peso…»

-El tiempo airado

La imagen que encabeza esta columna es una foto de archivo tomada de la interesante exposición-instalación de John Meléndez titulada El Fanguito (septiembre de 2014, Galería de Arte de la Alcaldía de San Juan). En el catálogo, el distinguido artista escribe: Las necesidades que vivimos hoy día, me hizo pensar en la indigencia que vi en los años '30 y '40. El Fanguito tuvo una extensión de unas 300 cuerdas de terrenos y llegó a tener una población de 10,000 residentes. La obra que presento es un ruego, una súplica; que semejante pobreza nunca más vuelva a repetirse en Puerto Rico. Se entiende esa preocupación. Pienso, sin embargo, que la mayor amenaza que se cierne sobre esta hermosa isla caribeña no es el peligro de un regreso a la pobreza de dichas décadas sino la perpetuación de un auto-engaño basado en el espejismo de una particular idea de progreso. Idea encarnada en el modelo de una supuesta democracia que se ha impuesto en el planeta entero a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Si se observa bien, la joven madre de la foto parece proteger a sus crías del entorno miserable que les rodea; mientras que la firmeza de su mirada, en justa posición diagonal con el ante brazo apoyado sobre la humilde puerta de madera –para sólo mencionar algunos detalles de esta foto y de la prestancia femenina de su figura –nos revela el aura de la dignidad humana que ha prevalecido en esta tierra en medio de los más diversos estragos.Podemos tener en mente este interesante estudio fotográfico para elaborar unas reflexiones en base a un planteamiento fundamental que puede formularse teniendo en cuenta, no los resortes afectivos de la imaginación sino la verdad efectiva de las cosas.

La situación actual de Puerto Rico es la de una psicopatología de la dependencia, producto de unas estrategias de dominación que se han ido implantando en nuestra isla a partir de la invasión de los EE.UU., a raíz de la breve Guerra Hispano-americana de 1898. Dichas estrategias se han visto, una y otra vez, atemperadas y justificadas con un poderoso arsenal ideológico y discursivo, repleto de eufemismos. El eufemismo es una estrategia retórica que, en vez de llamar a las cosas por su nombre, identifica una determinada condición o situación con el recurso de lo que Sigmund Freud ha llamado un consuelo verbal. Esta definición se aplica perfectamente a la rúbrica, sin duda ingeniosa, de Estado Libre Asociado. Se puede afirmar que este eufemismo fue concebido como artificio jurídico-político para consolidar la sofocación del deseo histórico de independencia de los puertorriqueños y asegurar la dominación de los EE.UU. en esta isla caribeña.

Puerto Rico es un territorio no incorporado a los EE.UU. pero sí asimilado a las estructuras de poder del primer imperio genuinamente americano. Resulta interesante percatarse que habiéndose liberado del yugo del imperio británico, los EE.UU. llegaran a conformar un peculiar Estado-Nación, fundado en base a los principios libertarios de la Ilustración, pero tomando también el relevo de la vocación imperial europea, en nombre precisamente de la democracia y la libertad. Esto explica que, en términos generales, las complejas estructuras de poder de dicho país se montan y se conciben, no como un diseño de dominio imperial sino, más bien, como el modelo ejemplar de los derechos humanos, de las libertades ciudadanas y garante de la paz mundial. Los EE.UU. pueden así considerarse un imperio inconfesado (undeclared empire) último gran heredero, rico y poderoso, de la voluntad civilizadora de Occidente.

Cuando se llega al aeropuerto internacional Luis Muñoz Marín, hay un magno letrero que de inmediato pone sobre aviso: Welcome to the United States of America. El marco legal de dicha bienvenida al territorio no incorporado de Puerto Rico es constitucional. Como se puede leer en el siguiente texto, ambiguo y oscuro, de la Constitución del E.L.A., Puerto Rico no es un estado de la Unión y no es un territorio no incorporado o incorporado a la Unión en preparación para la estadidad (Artículo I, Anotaciones, 2- Estado Libre Asociado). Extraña manera de constituir un Estado de derecho que comienza negando lo que pudiera ser y dejando en suspenso la definición del supuesto gobierno propio del Estado Libre Asociado en virtud de su peculiar estatus de indefinición. Hay que recordar que esta situación, que bien podría llamarse neo-colonial, provocó la indignación del que era, sin duda, el más importante constitucionalista de la época, Vicente Géigel Polanco, cuyo libro La farsa del Estado Libre Asociado (1970) sigue siendo de una vigorosa actualidad. En este libro se recoge la opinión de algunos congresistas que cuestionaron la necesidad de una constitución propia para Puerto Rico, si ella tenía que ser reconocida y avalada por el Congreso de los EE.UU.

Se trata también de un territorio asimilado a las estructuras de poder de dicho país como se constata en el Preámbulo de la misma Constitución, donde se lee Que consideramos factores determinantes en nuestra vida la ciudadanía de los Estados Unidos de América y la aspiración a continuamente enriquecer nuestro acervo democrático en el disfrute individual y colectivo de sus derechos y prerrogativas; la lealtad a los postulados de la Constitución Federal; la convivencia en Puerto Rico de las dos grandes culturas del hemisferio americano….

Se destacan las frases factores determinantes y lealtad para poner en perspectiva que la Constitución del E.L.A. no es, real y efectivamente, un documento que consigna la libre asociación sino que explicita o patentiza la subordinación a los poderes constitucionales de los EE.UU. Recientemente el distinguido abogado constitucionalista Carlos E. Ramos ha declarado, al respecto, en el contexto del derecho a la libertad de expresión que Puerto Rico tiene que ofrecer el mismo margen de protección constitucional bajo la libertad de expresión que haya determinado el Tribunal Supremo de Estados Unidos. De nuevo se destaca el término determinado para precisar que la asimilación de Puerto Rico a las estructuras de poder de los EE.UU. indica una sujeción voluntaria o decisión de sometimiento que, por definición, es incompatible con un ejercicio político de la libertad.

También se destaca dicho término para indicar que la asimilación hay que entenderla como un anhelo de semejanza – a símili – con el poder dominante, que puede ir desde la más caricaturesca identificación, como la del cantante Daddy Yankee, hasta la nueva reválida para ejercer la profesión de la Psicología, impuesta por la Junta Examinadora de dicho gremio, la cual es un calco mal hecho de las que se ofrecen en la nación norteamericana.

En este mismo sentido, a la falaz ilusión de la convivencia en Puerto Rico de las dos grandes culturas del hemisferio americano, es decir, la hispana y la anglo-americana (como si esas fueran las únicas grandes culturas en esa eclosión de maravilloso mestizaje que es América!), se puede contraponer el hecho de que en Puerto Rico conviven lo peor de dos mundos: el aprovechamiento de los cargos públicos para el lucro y aumento del patrimonio personal, que es parte del legado romano (nepotismo) y de la tradición hispano-árabe; y, por otro lado, la hipocresía puritana anglo-sajona que sirve de fachada a un marco institucional basado en el poder del dinero y de un ciertamente legal, pero no por ello menos corrupto, tráfico de influencias (Lobby). Como un ejemplo reciente, entre muchos, se podría mencionar los contratos millonarios de las Redes de Apoyo del Departamento de Educación (RAD).

La injerencia y dependencia del gobierno federal de los EE.UU. en las esferas públicas y privadas de la isla ha ido in crescendo desde la presidencia de Franklin Delano Roosevelt en 1934, pasando por la fundación del llamado Estado Libre Asociado en 1952 hasta nuestros días. Ese es el trasfondo jurídico-político de una psicopatología de la dependencia por la que se ha convertido en hábito y costumbre lo que es, en realidad, una denigrante e indigna condición de impotencia política.

A este respecto resuenan todavía las demoledoras palabras de Rexford Guy Tugwell: Y la ayuda era algo que el Congreso obligaba a Puerto Rico a suplicar, mucho, y de las maneras más repugnantes, como un mendigo a los pies de la iglesia, sombrero sucio en mano, mostrando sus llagas, pidiendo y gimiendo con exagerada humildad. Y esto último era el verdadero crimen de América [quiere decir: EE.UU.] en el Caribe: hacer que los puertorriqueños fuesen menos que lo que en realidad habían nacido para ser.

La dependencia de los fondos y programas de ayuda económica federales no ha hecho más que acentuarse con el reclamo de un trato igual con respecto a los Estados de la Unión y el progresivo endeudamiento del gobierno que, como bien se sabe, ha llegado ya a unos niveles desorbitados de billones de dólares. El asunto es particularmente revelador en los sectores neurálgicos de la educación y la salud. En cuanto a la salud, téngase en cuenta la lucrativa cadena médico-hospitalario-farmacéutica y las Agencias de Seguros Médicos. Y en cuanto a la educación, téngase en cuenta que ninguna de las instituciones privadas de educación superior, y los cientos de escuelas técnicas y de carreras cortas que pululan en la isla, podrían subsistir sin los fondos federales.

Si la educación ha terminado siendo en Puerto Rico un gran negocio, a imagen y semejanza de los EE.UU., es porque se nutre en gran parte del sistema de becas federales. En el caso de la Universidad pública se puede constatar, a su vez, que esa excelsa institución ha ido incorporando como criterio operativo la dependencia creciente de subvenciones para la investigación (Grants), procedentes de agencias federales, instituciones filantrópicas y otros organismos estadounidenses. El profesorado universitario parece un ejército de suplidores que han de garantizar la salud económica de la institución. Desde esta perspectiva, que no es la única, nuestra centenaria Universidad se asemeja cada vez más a una institución mercenaria que guarda como fachada intelectual el prestigio académico. Digamos también, de paso, que cada vez son más los estudiantes que se expresan diciendo como que (utilizo a propósito la trillada muletilla) en inglés, fruto sin duda de la natividad digital y del universo mediático por el que circulan e intercambian sus fascinaciones imaginarias. Se diría, como alguna vez me dijera mi amigo Carlos Rojas Osorio, que aquella americanización que no pudo darse por vía de la instrucción pública se está dando hoy gracias a la adicción al Internet, ese gran invento de la ingeniería social y electrónica estadounidense.

En medio de la actual crisis fiscal que atraviesa el gobierno, de la cual son históricamente responsables los mismos que han gobernado esta isla desde, al menos, los años '70 del pasado siglo, no son pocas las voces que reclaman que el gobierno federal asuma la responsabilidad del manejo de dicha crisis. A su vez, para manejar la deuda multimillonaria de una corporación pública como, para sólo mencionar un ejemplo reciente, la Autoridad de Energía Eléctrica, la mirada no puede menos que ponerse siempre hacia el modélico USA. Es así como se ha pagado a una experta norteamericana la cantidad de $9.7 millones para que en período de siete meses rinda un informe de reestructuración que permita sanar una opaca situación fiscal. Son múltiples los ejemplos que podrían darse en la misma dirección, para no decir nada de la también millonaria cantidad que el gobierno desembolsa en asesores y consultas provenientes de los poderosos despachos legales estadounidenses.

En este contexto hay que decir que ahora que se impone en Puerto Rico el discurso neo-liberal de la austeridad – otro eufemismo mezquino – habría que exigirle al gobernador de turno que, para empezar, prescinda de la lujosa flota de automóviles, la suya y la de sus funcionarios; a los ex-gobernadores de todos sus privilegios; y a los legisladores que renuncien a sus cuotas, teléfonos y carros oficiales, y obligarles a que se desplacen a sus labores en el Capitolio en transporte público, para que así experimenten la agónica espera en las paradas de guagua del ciudadano de a pie.

Dicho esto, sale a relucir otra dimensión fundamental de la asimilación: la urbanización prácticamente total del territorio insular, acompañada de un diseño arquitectónico que tiene como referente el vasto territorio norteamericano. Sobresale con ello su majestad el automóvil, más de dos millones, y la red de carreteras y autopistas que han sepultado esta fértil tierra. Más aún: mientras más grande el vehículo, mayor la presunción de un poder minúsculo, cuya ostentación pone de manifiesto una megalomanía que es inversamente proporcional al tamaño de la isla. Esto para no decir nada de los magnos centros comerciales, las grandes cadenas de farmacias, cuyo floreciente negocio es también evidencia de una sociedad cada vez más enferma, embelesada y dependiente de drogas, barbitúricos, analgésicos, antidepresivos y toda suerte de psicotrópicos. Y para no decir nada, pero lo digo, del creciente número de adictos a la heroína, la cocaína y los estupefacientes de moda que llegan a la isla a través de ese pilar de la economía real que es el narcotráfico.

Ante este panorama, nada de extraño tiene que muchos puertorriqueños decidan emigrar para establecerse en Florida, particularmente en Orlando. Como si en la tierra de la fantasía de Disney pudiesen encontrar un nuevo encantamiento, ya perdido en la que una vez fuera su isla del encanto.

El cautiverio de una obcecada idea de progreso y modernización contribuyó sin duda a salir de la miseria del Fanguito. Pero generó otra forma de miseria, mucho más difícil de erradicar, pues está basada en el mágico y sagrado poder del dólar: la miseria espiritual. De inmediato añado que por espiritual entiendo el aliento de vida que sostiene los senderos de la inteligencia y del corazón.

En nombre de un flácido e inocuo nacionalismo cultural, que ahora pregonan El Nuevo Día con sus prédicas moralistas de agendas ciudadanas y el Banco Popular con sus promociones artísticas y musicales, el asimilismo del Partido Popular Democrático o del Partido Nuevo Progresista – forman, prácticamente, un partido único – han optado por perpetuar la voluntad de auto-engaño que condujo a Luis Muñoz Marín a renegar de la independencia en nombre de la erradicación de la pobreza y el bienestar económico.

Fue necesario destruir el nacionalismo, perseguir e intentar liquidar el independentismo, e identificarse de manera entusiasta con el predominio mundial de los EE.UU. para ir claudicando, cada vez más, ante los poderes del gobierno federal y del gran capital norteamericano. De esa manera se iba perdiendo de vista el sentido de la tierra y de la historia de esta noble isla caribeña. Como bien señala en un importante e incisivo estudio Rubén Nazario Velasco: Muñoz desvinculó el indigno destierro de las estructuras políticas coloniales – la ausencia de soberanía nacional sobre el suelo patrio – y planteó el destierro en término de la posesión inmediata y cotidiana de un terreno agrícola. El pueblo había sido desterrado en su propia tierra pero se trataba de un destierro de pobreza y una pobreza por destierro.6

Y sin embargo, por más que la mayoría de los puertorriqueños ignoren esta tierra suya, e insistan en un estilo de vida ajeno a sus propias fuerzas y sensibilidad, viviendo de espaldas al mar, confinados en sus urbanizaciones, disfrutando del enclaustramiento cuasi uterino de los centros comerciales, o divirtiéndose hasta la muerte, en tanto que dóciles y maníacos consumidores, persiste la compleja e intensa experiencia histórica de esta isla que no poca gente enriquece, día a día, con sus esfuerzos y labores cotidianas. A esto hay que añadir la fundamental y efervescente tradición intelectual que nuestros historiadores, pensadores, escritores, artistas y poetas no cesan de reivindicar.

Falta la más difícil, pero también la más ineludible tarea: una decisiva acción política que permita abandonar, con medidas concretas de maneras de vivir y no solamente de política pública, los estragos políticos de la psicopatología de la dependencia. Hoy en día, es curioso constatar que son los países más pequeños y menos influyentes a nivel internacional los que están saliendo a flote (Islandia, Noruega, Laos, Ecuador, Uruguay…). En todo caso, la afirmación de la propia fuerza, en el sentido más generoso de la palabra, es la única posibilidad que tiene este país de cambiar el designio histórico de un sofocante y auto infligido sentido de inferioridad y de patética minoría de edad.

*El autor es Catedrático Jubilado de la Universidad de Puerto Rico. Tomado de 80 Grados.