Log In


Reset Password
SAN JUAN WEATHER
Blogs

Mi primera vez

Aventuras sexuales para educar.

Recuerdo la primera vez, al igual que hoy, que me iniciaba en el uso de un espacio, pero no era el ciberespacio el cual aprovecharé desde esta columna para compartir mis aventuras, experiencias con las que no me cabe duda muchas se identificarán.

En aquella ocasión se trataba de un espacio muy propio que, como parte de la ignorancia colectiva que perpetúan los tabúes, hasta aquel momento a duras penas conocía; mi vulva, mi yoni, mi Templo Sagrado.

Ahora la cueva que tanto calor produce entre mis piernas es, tal vez, el lugar que mejor conozco porque con el tiempo aprendí que, a parte de las palabras, es mi arma más poderosa; altar místico capaz de manipular, engañar, encantar y enviciar a tantos. Es a través de ella, mi Baubo amada, que sin ser cristiana he gritado en agradecimiento al Padre Nuestro que está en los cielos por el gozo que en algunas ocasiones me provocan mi mano o algún juguete y, en otros casos, uno de esos hombres que utilizo, o alguna amiga con la que experimento.

En la víspera del día en que se incluyó el código de área en los número telefónicos, fue la noche que me estrené con el primer 'jevo' que quise y que, eventualmente, se convirtió en un tormento. Ese año y pico que duramos, nunca tuvimos mucha intimidad más allá de los apretujones y el toqueteo rutinario, supongo que por miedo, pues éramos unos pil'e mierda. Al cabo de unos meses, después de dejarnos, nos propusimos cumplir la promesa de 'perder nuestra virginidad' juntos, como si antes sus manos no se hubieran aventurado por estos lares provocándome hasta más placer que su miembro.

Mientras se apropiaba de mí la adrenalina de hacer lo que se ha prohibido hasta el matrimonio, esperé asustada y acostada en la cama de su cuarto el leve dolor que supuestamente me provocaría la fuerza de la penetración. El dolor nunca llegó y, como dirían en la jerga callejera, eso fue un hola y adiós.

Después de él, me tomó algún tiempo y unos cuantos polvos más para desprenderme de los remordimientos morales y sociales con los que había crecido; en mis planes no está casarme, ni mucho menos convertirme en monja.

Entonces, comencé a disfrutarme a plenitud ese acto adictivo y tan placentero que entre gemidos me lleva a la gloria, me mantiene fugazmente en estado de transe, y pone a mi cuerpo a reproducir temblores.

Hoy, más de una década, una treintena de hombres y unas cuantas mujeres desde aquella primera vez, comparto este espacio tan propio con ustedes. Pero tranquilos que aunque me creo tan seductora como Mata Hari, no trabajo para el servicio secreto de Alemania, ni de los Yanquis, así que me toca conformarme con el seudónimo que me han puesto entre sábanas, paredes, muebles y cocinas: La Mata Hombres.

En fin, bienvenidos...

Siempre mía, tuya, de todos y de nadie,

La Mata Hombres