Celebrando con la bandera ajena...entre las piernas
Ayer me levante rebelde, lo que me dio ganas fue de burlarme del sistema. Para mi, celebrar el Estado Libre Asociado es igual o más hipócrita aún que celebrar un 4 de julio; a fin de cuentas azules y rojos manifiestan su orgullo por la relación que mantenemos con el norte.
Ambos días se ondean las dos banderas: la de Puerto Rico y los Estados Unidos como el máximo símbolo de representación. La única diferencia estriba en que los de la Palma celebran la independencia del país que, precisamente, nos ha esclavizado por más de cien años, mientras que los de la Pava aplastan nuestra Constitución cuando ignoran y olvidan que un Cerro Maravilla ocurrió.
El 25 de julio hace evidente que la corrupción política entró por la puerta grande hace ya unos 35 años, desde cuando el entonces gobernador Carlos Romero Barceló ha quedado impune por el vil asesinato de Carlos Soto y Arnaldo Darío.
Nada, que el destino me la puso muy fácil: un jevo me llamó para que fuéramos a comer algo y terminamos contemplando el mar desde El Morro. No sé si él quería sentirse heroíco o si quería impresionarme pero el punto es que, sentados ahí, frente al cementerio de La Perla, divisamos una bandera de los Estados Unidos.
Acto seguido, este jevo flaquito y de estatura promedio, se había tirado a buscar el pedazo de tela que acompañaba una de las tumbas. Como el cementerio estaba cerrado, le tomó unos cuantos minutos lograr escalar de regreso hacia donde yo estaba.
Ya en casa, seduje al jevo cubierta solo con las 50 estrellas y las 13 líneas. Me tendí en la cama y comencé a frotármela, me la pasé por todo el cuerpo; era el momento para mi propio acto de rebelión.
Quise hacer como Madonna, cuando en los '90 se pasó la monoestrellada entre sus piernas; tuve necesidad de embarrarla con mis fluídos.
Estrujarnos uno con el otro fue algo patriótico, multiorgásmico. La monoestrellada de azul claro que colgaba desde el techo fue testigo de la adrenalina que se mezcló con el deseo carnal mutuo.
No sé ni como describir esa calentura única que sentí, incluso cuando el jevo terminó bañando el pedazo de tela con sus líquidos.
Yo me vine hasta cuando quemamos la bandera.