Crónica: Cuatro días andando La Habana inundada (galería + video)
Las primeras lloviznas traídas por el huracán Irma a la Habana comenzaron la noche del viernes. Sentada a tres cuadras del Malecón ya se escuchaban las olas, por lo que poco despues de la medianoche del sábado sucumbí a la tentación de ponerle imagen a lo que oía desde la terraza donde probe mi primer habano desde que llegue el lunes a la capital de Cuba.
En el camino probe el salitre del aire y vi las primeras espumas de las olas saltando sobre la acera frente al monumento ecuestre al general independentista Calixto García en el Vedado. Un hombre apuntaba su telefono hacia el mar guardando toda la calle como distancia. Supuse que estaría grabando el comportamiento del Atlántico, el que me atrajo a cruzar la vía para detenerme frente a la orilla del muro deseando la sorpresa de una ola que me empapara.
La espera por la salpicada del mar no duró mucho. Calculo que pasaron 15 minutos antes de que la sirena de una patrulla de la Policía Nacional Revolucionaria me alertó que debía retirarme de allí.
Casi al mediodía intente acercarme nuevamente, pero esta vez funcionarios de la Defensa Civil cubana se apostaban la cuadra completa antes de esa área del Malecón para impedir el paso. Una hora más tarde estaría subiendo a una guagua que me dejó en el hotel Habana Libre. Mientras esperaba, escuche la voz de una mujer a traves del altavoz de un auto azul que transitaba la calle Línea anunciando: 'Atención a toda la población. Se pronostican severas penetraciones del mar. Es necesario evacuar. Las penetraciones comenzarán a la una de la tarde'.
Esa tarde se diluyó entre instalarme, matar el hambre y ver cómo los vientos se tornaban más agresivos a traves de las ventanas de un sexto piso del hotel donde para 1959 la habitación 2324 albergó el Puesto de Mando de la Revolución. Me sorprendió cómo en pocas horas mire desde ese lugar hacia la Avenida del Puerto, ahora cubierta por crestas blancas de un mar que no mostraba ninguna intención de retraerse. A eso de las siete de la noche me asome a la esquina de la calle L con 23. Algunos turistas jugaban a sacarse fotos llevados por el viento que ya doblaba las copas de los árboles del Parque Coppelia y sacudía los postes del tendido electrico. Al descenso de la L hacia el Norte, un árbol ya enseñaba sus raíces.
Dormir esa noche no fue fácil con el meneo de los ventanales del balcón, el aullido del viento y los ruidos de saber que cosas quebrándose. Cuando salí a caminar el domingo a mojarme en unos cuantos aguaceros, comence a ver más madejas de raíces con pedazos de acera, cables electricos en el suelo, y casi al final de la calle Neptuno me asome hasta donde pude detrás de la gente que respetó el cintillo amarillo puesto por las autoridades para no acercarse más al agua que tapaba el primer piso de unos cuantos edificios. Gente se asomaba desde los balcones de segundos y terceros pisos de estos lugares, colgando cuerdas con cubos que esperaban ser llenados por suministros que otros cargaban sobre las cabezas mojándose casi hasta la garganta a medida que buscaban regresar a esas entradas inundadas. Otros se entretuvieron nadando por la calle que alguna vez caminaron.
En otras calles de Centro Habana, empece a ver largas filas en panaderías y puestos. Todo el mundo parecía buscar un interruptor donde cargar algún telefono o lámpara. De vuelta al Habana Libre note que las mismas caras de empleados permanecían en el lugar. Por un momento me pregunte cuántas horas llevarían trabajando. La recepción del lugar estaba abarrotada. En cada bar del lugar la gente pedía un trago o una cerveza fría con la ansiedad alumbrándole los ojos. Entre el barullo de desesperados por mojar la garganta, note una mujer que salía enfurecida tras gritarle a dos empleados del hotel que 'por eso estamos como estamos, porque así nos tratamos entre los cubanos. Apuesto a que ningún extranjero aquí le negarías esto'. Buscaba cargar una lámpara en uno de los escasos toma corrientes disponible. En otras instancias, un joven alterado hablaba con todo su cuerpo cuando se quejaba sin disimular los decibeles de voz que 'aquí hay que agarrar un avión en cuanto se pueda y arrancar de este país'.
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Esa noche asomada a la oscura acera frente al hotel, Alexis Naranjo, habanero que trabaja para una empresa turística, me contó cómo el paso de Irma resultó peor para Varadero y Matanzas, donde se supone que llevaría a un grupo de turistas el lunes. Ese día me había enterado que no regresaría a Puerto Rico y confirme con Alexis que los empleados del hotel con toda probabilidad no habían podido salir del lugar porque tal vez sus hogares estaban inundados, perdieron todo, o simplemente quien debió relevarlos no había podido llegar al lugar.
El lunes volví a andar fijándome esta vez en la gente que recortaba árboles, los trabajadores de la empresa electrica reparando líneas y las filas para comprar cualquier cosa. A la vuelta debía resolver dónde dormiría dos días más en la Habana antes de subirme a un avión hacia San Juan. Cuando salía del elevador detrás de un grupo de feminas españolas, las escuchaba intentando planificar el adelanto del regreso al Viejo Mundo, porque podían volver a Cuba cuando 'la cosa mejorara'. En ese instante, salía una empleada de servicio de una de las habitaciones que sin contemplación les espetó, '¿Ya nos les gusta tanto Cuba?'. Aguante la sonrisa en la comisura de los labios.
Cuando salí con mi mochila en la espalda y una dirección anotada en el telefono, coincidí con muchos cubanos y cubanas que de igual modo andaban con mochilas o carteras repletas con toda la ropa que al parecer pudieron recuperar tomando taxis a otras partes. Entre vecinos que se encontraban en la calle se preguntaban a dónde irían y escuchaba cómo cada uno había resuelto refugiarse con algún familiar. Esa tarde pude acercarme de nuevo al Vedado. Las calles desprendían hedor a gas y pescado descompuesto. El fango y la arena pintaban las calles con otro color. Me acerque al monumento a las víctimas del Maine, al cual le faltaban unas cuántos escalones, arrancados por la marejada. Me embelese tanto mirando la destrucción que no advertí cuando me gritaba una funcionara de la Defensa Civil para que no me siguiera acercando al borde del Malecón. Entre la gente se escuchaba el recurrente 'de verdad que no se esperaba una marejada así'.
El agua penetró más de 900 pies en el litoral habanero. Irma causó 10 muertes, de las cuales siete sucedieron en La Habana, cinco de ellas por derrumbes de viviendas que sus propietarios no desalojaron.
Al regresar hacia el sur por la calle 23 divise cervezas en un puesto que milagrosamente no estaba poblado por una fila kilometrica. Las cervezas no estaban tan frías, pero aliviaron el calor y la sed. No bien alejada del lugar con botella en mano, al menos tres personas me detenían para saber dónde la había conseguido. En esa calle estaba regresando la luz, pero sabía que si esperaba más me tocaría una ruta como boca de lobo de vuelta a la calle D.
A pocas horas de despedirme de la hermana isla, recorde al joven de camisa guayaba que pedía con rabia un viaje fuera de allí. Reconocí mi voz en la suya, y la de otros tantos que buscan dónde y cómo salir tambien de Puerto Rico. Las diferencias entre las motivaciones pudieran difuminarse a pasos acelerados. Me pregunte entonces, ¿cuánto queda sano, no corrupto o dañado, de tantos años de aguantar y dar el pecho a sobrevivir en las circunstancias más difíciles?
Los hogares afectados en la ciudad de casi 500 años fueron más de 4,400 hasta el miercoles, cuando se registraron otros 21 derrumbes que se suman a los 157 reportados. Por el momento el Gobierno cubano no ha cuantificado los daños, aunque se preve sean millonarios.
Foto en la recepción del Habana Libre (Tatiana Díaz Ramos / NotiCel)
Foto en la recepción del Habana Libre (Tatiana Díaz Ramos / NotiCel)
Foto en la recepción del Habana Libre (Tatiana Díaz Ramos / NotiCel)
Foto en la recepción del Habana Libre (Tatiana Díaz Ramos / NotiCel)
Foto en la recepción del Habana Libre (Tatiana Díaz Ramos / NotiCel)
Foto en la recepción del Habana Libre (Tatiana Díaz Ramos / NotiCel)