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La Calle

Otra mirada al fugaz episodio de 'El Manco'

Cuando la jueza Vilmary Soler Suárez determinó no causa para juicio contra Luis Gustavo Rivera Seijo, apodado 'El Manco', se escuchó el sonoro llanto de Ana Cacho. Ya sus gemidos intermitentes habían comenzado a invadir la sala, mientras la jueza sumaba las razones para su veredicto final: las confesiones se contradecían, eran impugnatorias de sí mismas, no había evidencia física que ubicara al imputado en el lugar de los hechos, la investigación fue fatula.

Los abogados de defensa - Mario Moczó, el rostro súbitamente catapultado a la palestra pública, Jesús Hernández, el que escapaba de las cámaras, y Lester Arroyo, el que señalaba párrafos precisos de abultados documentos -, con anchas sonrisas, se abrazaron fuertemente y se dieron palmadasen las espaldas. La frustración se impregnó en los rostros de la Fiscalía - Mario Rivera Géigel, Maricarmen Rodríguez y Aracelis Pérez -, quienes luego de cada testimonio durante el proceso de vista en alzada aseguraban cada vez más que 'El Manco' debía enfrentar juicio.

Pero en un abrir y cerrar de ojos, ya Rivera Seijo se había marchado de la sala. No hubo un intercambio de palabras con sus abogados de defensa, no hubo tiempo casi ni para una mirada cómplice. 'El Manco' desapareció por la parte de atrás, probablemente para volver a sentarse en su habitación del Hospital Psiquiátrico Forense de Río Piedras, y solo salir en las tardes a leer libros y revistas, ajeno a su rostro distribuido sobre papeletas ficticias de primarias, y las miles de personas que a diario juraban su inocencia, casi poniendo la mano en el fuego.

Todo él, - su cabeza gacha, sus zapatos con velcro, su camisa de botones, su mirada perdida o atenta tras largas pestañas inquietantes -, se desdibujó. No parece que hubo suspiro de alivio, ni atisbo de sonrisa. Rivera Seijo salió de la sala y todo quedó igual, como si nada hubiese pasado en él. Como si todo hubiese sido para el público en las gradas, para los abogados y fiscales, para la prensa que tuiteaba casi sin aliento sobre uno de los casos más mediáticos de la historia de Puerto Rico.

Disclaimer: Nunca vi La Comay. Cuando estalló en los medios el Caso de Lorenzo, yo estaba en escuela superior. Orgías, marihuana, conducir bajo los efectos del alcohol, confesiones, retractaciones, todas eran palabras para mí difusas en conversaciones de pasillo y una que otra cantaleta publicada en las redes sociales. Cuando me tocó cubrir el Caso Lorenzo, en vez de seguir los dictámenes del quehacer periodístico y documentarme sobre todo el trasfondo, incluidas las teorías ventiladas, preferí no hacerlo. Había sido un caso tan mediático que decidí entrar vacía, casi como un papel en blanco, e informarme en el proceso.

Pronto afloraron las huellas de esa cobertura. Eran pocos los que dudaban del 'Manco' y vislumbraban en él al culpable. Casi todos aseguraban que se trataba de un caso fabricado, de evidencia plantada - la bolsa blanca con sus papeles -, que lo usaban como chivo expiatorio - un hombre que padece de esquizofrenia desde los 17 años, ya recluido, indigente, sin lugar a dónde ir, sin nada que perder -. cuyo único propósito era encubrir a los verdaderos culpables.

Y Ana Cacho se repetía en los comentarios a las noticias, en las respuestas a los tuits. Que oculta algo, que es negligente, que los hombres con los que estaba, que las hijas saben algo, que las lágrimas son falsas... Como sombras de la jueza, había un gran jurado y era la opinión pública, segurísima, convencida, inquisidora, vociferante, implacable.

El día en que le tocaba declarar, la hermana mayor de Lorenzo estaba citada para las 10 de la mañana. Casi dos horas antes, ya había una larga fila de personas apostadas frente a la sala 706 del Centro Judicial de Bayamón.

La joven de 19 años lloró en el mismo lugar las dos veces que la encararon. Era en ese momento en que contaba por qué prestó falso testimonio que se le derramaban las lágrimas. 'Me sentía culpable por la muerte de mi hermano, cómo es posible que no escuché nada', dijo en vista preliminar. 'Sentía las presiones de los fiscales, que yo tenía que saber algo', dijo con la voz más entrecortada, más tímida, más nerviosa, en vista en alzada.

En el baño, luego de su testimonio, cuchicheaban las señoras mientras hacían la fila de rigor.

- Ella como que hablaba bien despacio, cierto? - preguntó una de ellas con notada carga sentenciosa en la observación.

- Imagínate, uno necesita tiempo para inventarse las mentiras - respondió la otra con total seguridad y todas rieron y se lanzaron miradas de aprobación, mientras la mayor de los González Cacho aguardaba en la sala de testigo.

Durante el testimonio de Ana Cacho, me infiltré en el público, para intentar avistar las fotos que mostraban en la pantalla dirigida a la jueza. Una mujer a la esquina de un banco me sonrió y me hizo espacio. Me senté. Ella me miraba. Me puso un papel en la falda. En él señalaba las inconsistencias en el testimonio de Cacho. Miente, escribió.

'Entonces quién asesinó a Lorenzo?', me preguntaban en la calle. No sé. Cómo lo voy a saber. Pero el resto salía al paso enseguida con toda claridad, con la absoluta certeza que todo estaba en blanco y negro, que El Manco es inocente, y que Ana Cacho es culpable. Puede que sí. Puede que no. No sé. Puede que el culpable ni siquiera tocó esa sala de juicio. Puede que estuviera sentado ahí todo ese tiempo. No sé.

Desenlace? No lo hay. El asesinato de Lorenzo puede que nunca se esclarezca. Su cadáver puede que siga mostrándose en salas de tribunales, su rostro ensangrentado, las tres heridas que tiñeron de rojo al menudo niño de ocho años. Los ecos macabros de los testimonios que circundaron aquella noche puede que se sigan escuchando: y puede que se siga sopesando cuánta verdad hay en esos relatos. O cuánta mentira.

Múltiples voces seguirán insistiendo en que este caso no es tan importante como lo pintan, que sirve solo para alimentar los ratings o el número de clicks, que es todo un circo mediático. Frente a la corrupción política, la crisis fiscal, la desigualdad social, la falta de acceso a la educación, la mercantilización de la salud, la sed grotesca de los poderes económicos, definitivamente el caso se queda corto.

Pero también el caso grita sobre las fallas del sistema de Justicia, y el hambre de titulares de los medios de comunicación. Y esto es sin adentrarme en las múltiples teorías de conspiración - sobre la corrupción y el soborno - para no transitar terreno inexplorado.

Queda una investigación policíaca completamente frustrada, maniobrada por un grupo de profesionales que ese día parece que no tuvieron ganas de salir a trabajar, o simplemente carecían del olfato necesario para estudiar minuciosamente la escena y aportar a la búsqueda del culpable.

Investigar la escena del crimen como un accidente cuando la sangre espesa reflejaba lo contrario, esa misma escena puesta en manos de los familiares que procedieron a limpiar la casa y a hacer imposible una investigación certera al día siguiente, son muestras de un trabajo mediocre que crea más espacios en blanco que llenos, y que quizás siempre exoneren a cualquiera que se siente a la silla del acusado.

Queda también el mal sabor de una cobertura mediáticaque juzgó demasiado rápido y que moldeó el pensamiento de todo un país para asignar culpables a como dé lugar. Puede que hubiesen dado en la clave, pero seis años después, aún hay más dudas que certezas en la investigación, aún hay más espacios vacíos que llenos.

No digo nada nuevo. Existe esa gran posibilidad: la justicia puede que nunca abrace a Lorenzo.

POSDATA:

Pero al menos su nombre seguirá sonando y probablemente seguirán intentando. El niño Lorenzo, ocho años, fallecido en la madrugada del 9 de marzo de 2010, en su residencia en la urbanización Dorado del Mar. Cerremos con una breve cronología para al menos recordar los nombres de otros niños muertos en este 100x35 tan violento, tan macabro, tan sangriento.

2011. Los hermanos Néstor, de 10 años, y Jeremy, de 8, fueron mortalmente apuñalados el 19 de marzo junto a su madre embarazada Lorenis Karen Mejías Contreras en su apartamento en San Juan Park en Santurce. El día del asesinato, la madre se disponía a comprar los artículos que le faltaban para celebrar subaby shower. Los asesinatos no han sido esclarecidos.

2011. Jeremy Machicote Davis, niño de 11 años, falleció en la madrugada del 28 de junio frente a su residencia tras suscitarse un tiroteo. El menor se encontraba en su casa en el barrio La Central de Canóvanas y un disparo le destruyó los intestinos. No ha habido radicación de cargos.

2014. Yashiel Gabriel Colón Caraballo, joven de 13 años, fue asesinado a las 3:40 p.m. del 25 de septiembre, luego de ser tiroteado mientras cabalgaba en la carretera PR-9929 del Barrio Lirios, en Juncos.

2015. Alrededor de las 10:14 p.m. del 3 de enero, Luis Jesús Rivera Rivera, menor de 16 años, fue ultimado a balazos mientras caminaba por la calle 22 de las Parcelas Villa Roca, en el barrio Barahona de Morovis.

2016. En la noche del domingo, 8 de mayo, - Día de las Madres -, asesinaron a la niña de ocho años Arianis Rosa Luquis e hirieron a su padre Jonathan Rosa Quiñones cuando llegaban a su casa en el sector La Grama, barrio Campamento, en Ciales.

Ana Cacho y la jueza Vilmary Soler Suárez. (Josian Bruno Gómez / NotiCel)
Foto: