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La Calle

Fiona: relatos extremos de sobrevivientes

Te contamos desde el drama de una anciana que se trepó a la nevera para no morir, hasta el hombre que esperaba por una revelación divina que no llegó.

Carmen Arroyo contó que se tuvo que subir hasta en la nevera para evitar la inundación en el barrio Playa de Salinas.
Foto: Juan R. Costa / NotiCel

Salinas, que por estos días luce marrón -sus aguas, sus calles, incluso el rostro de sus residentes-, está lleno de marcas.

Se las puede ver en verjas, muros, paredes y en los materiales que la gente utilizó para evitar lo inevitable: las inundaciones que causó el huracán Fiona en su lento transitar por el sur del país y que dejaron testimonios extremos, tanto humanos como divinos.

Esas marcas que se aprecian claramente en calles, comunidades y carreteras exhiben hasta dónde llegó el nivel de las aguas una vez Fiona se hizo sentir. En el caso de doña Carmen Arroyo, quien construyó su pequeña vivienda en los años ‘60 en el barrio Playa, son las líneas que trazan, quizás, su nivel de sufrimiento.

La historia humana -y extrema- de la mujer cuya piel se ve curtida por el sol, y que no suelta una pequeña servilleta para sonarse continuamente luego de días de incertidumbre, comenzó el pasado domingo a las 3:00 de la mañana, cuando “esa mar dijo ahora es que es”.

A esa hora, se fraguaba una tormenta perfecta afuera de su humilde vivienda: la combinación de la marejada ciclónica con la salida del cauce de un río próximo que comenzaron a inundar el barrio de cerca de 300 casas en la costa de Salinas.

Arroyo cuenta que comenzó a ver cómo el agua empezaba a subir de nivel y decidió, entonces, dejar su marca: una pequeña tabla, de casi dos pies, pegada al piso de la entrada de su vivienda. Pero la débil barrera no sirvió y el agua entró y la mujer vio cómo seguía subiendo en sus pies y decidió subirse a los muebles de la casa y terminó “encima de la nevera” con sus 79 años a cuestas.

No se fue. Prefirió quedarse, arriesgarse y no correr la misma suerte de otras 2,000 personas que llegaron a refugios de Salinas, que a esa hora soportaba vientos sostenidos de 85 millas por hora y lluvias prolongadas consideradas históricas que mantienen aún hoy dos comunidades inundadas.

“Yo nunca había visto algo así, ni con el huracán María. Cogió de sorpresa. Sabíamos que iba a llover, pero no así”, cuenta, ojerosa, la anciana que tiene energía para mostrar su modesta vivienda, en cuya reja se puede ver ropa tendida bajo el tímido sol que busca imponerse a los nubarrones.

También relata cómo agarró, junto a su hijo, “cualquier cosa que tuviéramos a mano para sacar el agua”, una tarea que se vio inútil con el paso de las horas.

Frente a la casa de la septuagenaria, Fernando Díaz, de 35 años y quien vive casi encima del mar -la pared frontal de su vivienda da al ponto- tiene aún nítido lo vivido: “Me quedé a pasar el huracán aquí, no me fui. Y cuando Fiona comenzó a sentirse muy fuerte, en el momento en que estaba muy intenso, la casa entera vibraba por la marejada, porque las olas golpeaban contra la pared que da al mar. Los muebles se movían con cada golpe que daban las olas a la casa y sonaba ¡Booom!”.

Incluso, asegura que las olas, al chocar contra la estructura, se elevaban hasta cerca de 25 pies, pues llegaban al segundo piso de la vivienda.

En el primero, todo se inundó, afirma Díaz, quien ve divertido cómo llega al lugar en helicóptero el ya famoso periodista estadounidense David Begnaud y se ríe de la “faranduleo” que se genera a su alrededor.

Jesús Méndez, de 73 años. Al fondo se alcanza a apreciar una embarcación azul encallada a la orilla de la playa.
Foto: Juan R. Costa / NotiCel

No muy lejos de ahí, en el barrio Las 80, Jesús Méndez, de 73 años y con 20 viviendo en el lugar, parece abstraído mirando el mar, donde una lancha yace en la arena luego de ser arrastrada por el furioso mar de Fiona.

Méndez tiene un fajo de billetes en sus manos que aprieta al narrar cómo las aguas comenzaron a subir y llegar a su casa: “Fue sorpresivo y de madrugada y el mar inundó todo”, relata el hombre que muestra una reja con matojos donde se puede ver la marca que dejó la inundación (a poco más de cuatro pies), al tiempo que añade que “yo salí corriendo, porque iba a morir si me quedaba solo ahí. Me ayudaron”. Es parco el vecino, pero tiene algo más que decir: recuerda que alcanzó a sacar algunos documentos antes de que la inundación fuera incontrolable y fuera arrastrado por la corriente.

Miguel Maldonado ha vivido toda su vida en el barrio Playita.
Foto: Juan R. Costa / NotiCel

En la casa de Miguel Maldonado, de 70 años y que lleva toda su vida viviendo en el barrio Playita, se puede ver fácilmente la marca de Fiona, ya que una línea negra se eleva a casi dos pies del piso.

“Hasta ahí llegó el agua. Tuve que irme a un refugio, porque no sabía lo que iba a pasar”, narra el hombre que luce una gorra de Puerto Rico sobre su cabeza y que intenta encender vanamente una planta eléctrica en el portal de su residencia en la calle Villa Sol 177.

Una situación similar vivió su vecina Milka Medina, de 78 años, a quien se le daño “todo” lo que tenía en su casa. Según Medina, “fue de minutos, vino el cantazo (de la inundación) y se lo llevó todo, pero afortunadamente a mí me vinieron a recoger, sino el agua quizás hasta me llevaba”.

Héctor Meléndez.
Foto: Juan R. Costa / NotiCel

Pero de Fiona también hay historias divinas, como la que cuenta Héctor Meléndez, de 76 años, vecino de Patillas y que recuerda incluso que a los 12 años vivió el huracán Santa Clara (el 12 de agosto de 1956, de categoría 1, y que rompió una racha de 24 años sin el paso directo de un ciclón sobre la Isla).

“Pasé el huracán Fiona sentado en una silla en el baño. Había vientos fuertísimos”, asegura Meléndez, quien vive frente a la Iglesia Metodista del casco urbano del pueblo.

Meléndez, sentado en una plaza del pueblo junto a dos envases de cloro llenos de agua que recién le dieron de un camión cisterna, sostiene que ha vivido cuatro huracanes y que al ciclón María “yo lo vaticiné”.

“Fue el único de los cuatro huracanes que yo vaticiné, pude adivinar el día gracias a que tuve una revelación divina”, lanza el vecino, quien consultado si había sucedido lo mismo con Fiona, se lamenta y admite que “no, con ese no, no tuve esa revelación, pero habrá otros...”.