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Los pobres más ricos del mundo (video)

La Habana - Fue una sensación extraña al bajar del avión, como si el cuerpo hubiera recorrido antes la ciudad. La mirada se desvió inmediatamente a la bandera, que ondeaba solitaria en el Aeropuerto Jose Martí, como si los ojos reconocieran en esas franjas y estrella mi propia bandera. Sólo se habrían invertido los colores, al igual que la historia. Recorrer La Habana era entonces volver a un pasado que se resiste a dejar de llamarse presente. Y recordar en cada tramo; recobrar las memorias de una 'hermana' a quien no había conocido.

Las maletas fueron a parar en una casa particular, que parecía una postal de antigüedades: las cortinas floridas, sofás tapizados y una mesa de madera, que en el centro llevaba una corona de frutas plásticas sobre un mantel blanco tejido a mano. Me recordó las visitas que hacía a casa de abuela cuando niña.

Tardé quizás un día en adaptarme. Prender el calentador con fósforo fue el mayor reto, pero superé el miedo inicial al estallido intimidante del gas. Curioso cómo evolucionamos y olvidamos lo que en su momento fue avance; nos acomodamos. Y yo me acomodé tanto que olvidé apagar el calentador. Se quedó encendido toda la noche, un desliz que pudo haber hecho estallar la casa en fuego. 'Ay, Dios mío. Te voy a matar', reaccionó Aidee, al llevar las manos a la cabeza.

Aidee tiene 80 años. Es una mujer ancha, no solo de espalda, sino de brazos y piernas. Camina con la ayuda de un bastón. Se tiñe el pelo de rubio, usa espejuelos y mira a través de ellos con ternura, pero suspicacia. Pasa gran parte del día mecida en el sillón, viendo la televisión o hablando por teléfono en el cuarto, que queda justo al lado. Sólo nos divide una pared, que golpea cada vez que me procuran al teléfono. Quizás porque la casa me recuerda a abuela, ella cumple ese rol lindo de preguntarme a dónde voy y extrañarme si no regreso.

Se entraa su apartamento por el baño. Las visitas atraviesan el inodoro para llegar hasta su sillón. Frente a la cama, coloca el escurridor de platos, la tostadora y la licuadora, que conecta y desconecta según la disponibilidad de los pocos receptáculos. Prepara la comida en el microondas, principalmente, sopas de fideos. Después me explica que dividió el espacio para arrendar el apartamento. Mandó a hacer el baño como pudo y se resolvió con el cuarto. La necesidad lleva a tomar decisiones radicales: a preferir la vida a la comodidad.

Comenzó a arrendar en la década de 1990, durante el período especial, cuando Fidel Castro suavizó las restricciones. Veinte años después, el cuentapropismo representa el sustento de sobre 450 mil cubanos.

La pensión de jubilada no alcanza; el salario del Estado no da. Pero con las ganancias que ha hecho, contrató hace poco a Amanda para ayudarla con la limpieza. Es una mujer negra, de 42 años, que lleva el pelo largo estilizado. Es licenciada en economía, pero debido a la condición de la mamá acumuló el máximo de enfermedad y se quedó sin empleo. Ahora es limpiadora. Gana $50 CUC mensuales, lo que equivale a $1,200 pesos cubanos (un dólar estadounidense es $20.88 pesos cubanos), mucho más de lo que ganaba como economista.

Faltan muchas cosas, 'me gustaría que la niña siempre tuviera su vaso de leche, por ejemplo', comenta mientras friega los platos con sus uñas largas y rosadas. Siempre faltan cosas, pero el pesito para las uñas nunca falla. Hay que establecer prioridades y la belleza en Cuba, siempre es prioridad.

Ver también: Se alquilan 'novios' en La Habana.

Sala de la residencia que renta Aydee(Laura Quintero / NotiCel)

II.

Dan la una de la tarde del sábado. A la calle 19 llega corriendo una rubia. Lleva la camisa desabotanada, el brasier desajustado y la mano en el pecho. 'Hay un médico cerca?'. El consultorio de la comunidad queda justo al frente, pero de allí la refieren al Hospital Calixto García. Leo , el vecino, le ofrece pon a unas pocas cuadras de distancia. Con los servicios médicos gratuitos, no hay que pensarlo dos veces para atenderse. Igual se tratan un dolor en el pecho que se someten a una operación quirúrgica con la facilidad con que se le cae a un niño un diente de leche.

La contraparte de los servicios gratuitos son los salarios bajos. El personal de salud se ha formado con una gran conciencia humana, pero es una profesión sacrificada. 'Nos gustaría tener un salario mejor porque trabajamos mucho, pero no trabajamos por el salario... El que es médico lo hace con mucha vocación y amor al prójimo... Te crean conciencia de que el dolor ajeno es tuyo', aseguró Silvia, una enfermera del Policlínico Rampa, con quien conversé mientras esperaba el ómnibus.

Leo regresó en menos de cinco minutos de dejar a la rubia en el hospital. Estacionó el carro antiguo frente a su casa e hizo llamar al vecino con señas. 'Hermano, crees que me puedas dar lo que te quede de pollo?', preguntó, pensando en el plato que le haría a los hijos, quienes estaban de visita esa semana. Entonces, se volteó y me dijo: 'aquí, lo poco que tenemos, lo compartimos'.

Empleado del Policlínico hace inventario de medicamentos. (Laura Quintero /NotiCel)

III.

Es el primer día en una ciudad extraña; los ojos aún se adaptan a mirar distinto. Ando la calle 19 del barrio Vedado, con el mapa en mano y una idea un tanto insegura de hacia dónde voy. Las calles están en perfecto orden numérico y alfabético, pero aquellas letrecillas que la maestra de elemental colgaba sobre la pizarra, se tornan en un acertijo ante la mirada inexperta de quien aún no ha aprendido a hablar cartografía.

En la plaza pública, sólo dos parejas conversan acurrucadas, y tres niños se alternan una bicicleta mohosa.

- Esta bicicleta no corre, refunfuñó uno - con voz chillona.

-Esa bicicleta va a toda la velocidad que tú puedas con tus pies - le corrigió otro, mientras corría descamisado tras de él para darle impulso.

Vale más pedalear fuerte, que abnegarse. Desde temprano, aprenden que no pueden depender más que del esfuerzo y la velocidad 'a la que puedan ir sus pies'.

Niña juega en una plaza en la Habana Vieja. (Laura Quintero / NotiCel)

IV.

La paciencia todo lo alcanza. Los cubanos son la encarnación de esa afirmación poética.

En la fila de la heladería Coppelia, aguardan decenas de personas. Yo no puedo evitar mirar el reloj cada quince minutos, pero entre los demás predomina la tranquilidad. Dos horas en una fila para comer helado de almendra! Sólo los universitarios se retiraron para ir a clase, los demás persistieron, como persiste la esperanza, mientras esperan que lleguen tantas otras cosas y que se cumplan tantas promesas.

'Esto tiene que mejorar', se repite convencida una taxista quien rechaza seguir los pasos de su hermana, a quien no ve hace seis años. 'Ya está mejorando!', corrige, mientras atraviesa una calle de edificios viejos y desatendidos.

La paciencia permite ver las cosas distinto. El amor impulsa a regresar. 'Me di cuenta que mis aspiraciones materiales no eran tan grande como pensaba... Sentía que estaba perdiendo mi humanidad fuera de Cuba', me confesó un escultor cuyo único plan en el día era comprar helado. Regresó de Miami y vive de las remesas que le envían sus familiares.

El estilo de vida cubano contrasta con el ajetreo, que caracteriza a las grandes ciudades del mundo. 'Mis amigas italianas me preguntan: 'cómo te has podido adaptar así tan fácil?' Pero es que yo amo mucho a Cuba... Viví quince años adorando y extrañando a Cuba', recordó la dueña de una pizzería.

La paciencia comienza a dar resultados. En un mural del pequeño municipio de Regla, está plasmado un enorme cinco con el mensaje: 'Será hoy, será mañana... Volverán!', en referencia a los cinco espías cubanos liberados (los últimos tres) en diciembre de 2014, por la autoridades estadounidenses como parte del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países. En efecto, volverán... Ya volvieron.

Ver también: Política aparte, Cuba comienza a parir empresarios con el cuentapropismo

Un mural reclama el regreso de los cinco espías, conocidos como 'los cinco héroes'. (Ernesto Salazar/ Para NotiCel)

V.

Ha llegado el día de mi partida más rápido de lo pensado. Camino lento como queriendo archivar el recuerdo de mi último recorrido por la calle G. A mi paso, encuentroun grupo grande de personas reunidas en torno a una casa. 'Qué están esperando?', le pregunté a un hombre serio, que observaba a distancia con brazos cruzados y cuello de garza. Me contestó que esperan por sus hijos e hijas, a que salgan de un curso de francés, que ofrece la Alianza Francesa a muy bajo costo. Le sonreí como se sonríe ante las buenas noticias. Entonces, seguí caminando con mi helado de caramelo en mano y pensé: 'estos son los pobres más ricos del mundo'.

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